En el bar del pueblo, el único
existente, el ambiente desalentador se pega a la suela de los zapatos. A pesar
de que hombres y mujeres están trabajando en la aceituna y la climatología
acompaña con tiempo seco y frío, los hombres acodados en la barra o los que
están jugando la partida de dominó, no parecen tener nada que celebrar.
Antiguamente, la época de recogida
de la aceituna era de trabajo duro pero de cierta alegría y esperanza. Con los
jornales se pagarían pequeñas deudas al tendero, se haría acopio de alimentos
básicos (legumbres, arroz, harina…) y se realizarían pequeñas compras
imprescindibles, quizás unos zapatos para el padre o algunos utensilios para la
casa. El fin de la campaña se celebraba colectivamente: al calor de una
hoguera, un choto guisado en sartén de hierro, adultos y niños alrededor; una
botella de aguardiente, mistela o licor café, villancicos de letras picantonas,
algunos bailes; las abuelas pendientes de sus mozas y los mozos pendientes de
burlar la vigilancia de las abuelas.
Ahora cada quien resguarda sus
problemas y dificultades dentro de su casa.
Ni siquiera los más afortunados, los
que no perdieron su empleo y pueden respirar algo aliviados, pueden evitar la
pesadumbre.
-
Allí los tengo a los dos, viendo la tele, sentados en el sofá.
Un vecino nos está hablando de sus dos hijos
jóvenes, chico y chica, que ya acabaron estudios de grado medio. No tienen
trabajo y siguen viviendo en casa de sus padres.
-Pues tendrán que irse fuera a buscarse la vida, se
nos ocurre comentar.
El hombre parece sorprendido y nos dedica una mirada
entre sarcástica y escéptica:
-¿Esos?, ¿mis niños?... ¿dónde van a ir? Nunca les
ha faltado nada, no saben lo que es trabajar ni afrontar problemas. No son como
nosotros, sigue diciendo. Yo me fui con 18 años a Barcelona a buscar trabajo,
con una mano delante y otra detrás…eran otros tiempos, a nosotros nos enseñaron
a pelear y a buscarnos la vida desde que nos trajeron al mundo… Pero éstos, ¿a
dónde van a ir? Para que se los coman los lobos, mejor están en casa, mientras
nosotros podamos no les faltará un plato de comida que echarse a la boca.
Es como si el futuro hubiese
desaparecido para ellos. Es, incluso, un tiempo del verbo que ha entrado en
desuso porque nadie puede utilizarlo. Y, sin embargo, el presente, bien lo
sabemos, tiene sus límites y las horas contadas: en un instante se convertirá en pasado.
Tras un silencio la conversación
retorna a un pasado pretérito.
- Yo era un muchacho, continua el
hombre, y me sentaba con vuestro padre a jugar al dominó. Me gustaba hablar con
el de locomotoras diesel y hacerle enfadar con mis preguntas…
Diciembre
2013
Roete Rojo
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