viernes, 1 de junio de 2018

LA TUMBA DE JUAN CARREÑO VARGAS ESTÁ "VENCIDA"



            Hace unos días, paseando por el Cementerio Municipal de Granada pudimos saber que la lápida que cierra el nicho en el que reposan los restos del gran maestro granadino  Juan Carreño Vargas esta “vencida”; utilizo el entrecomillado para fortalecer lo duro del adjetivo.
            

El descubrimiento nos obligó, tras el primer estupor, a reflexionar sobre el porqué enterramos a nuestros muertos, para luego desecharlos como cualquier mercancía obsoleta o caducada.

            En todas las religiones y culturas en las que es tradicional enterrar a las personas que fallecen existen motivos emocionales, espirituales, identitarios o referenciales para hacerlo. El reconocimiento de que cualquier ser humano ha desarrollado una vida en colectividad (familia, ciudad, profesión, etc.), unas veces de manera anónima (dentro de vínculos íntimos y estrechos), y otras veces de manera pública, significándose en un período histórico, y en un determinado espacio geográfico, siendo referencia elogiosa, por su valor ético y moral para muchas generaciones.

            Enterramos a nuestros muertos para reconocer los vínculos con el pasado, para reconocer la dignidad humana después de la muerte, para acercarnos a ellos y pedirles consejo, restañar ausencias, para rectificar errores, para no olvidar de dónde venimos ni olvidar hacia dónde vamos. La creación de los cementerios municipales, tras prohibir los enterramientos en claustros de conventos o bajo el suelo de iglesias o catedrales, según el rango, fue un adelanto civilizatorio, sanitario y liberador; aunque hubo que esperar hasta el Informe dado al Consejo por la Real Academia de la Historia sobre la disciplina eclesiástica relativa al lugar de las sepulturas, en 1786, durante el reinado de Carlos III; en 1787 el Monarca emite La Real Cédula de 3 de abril por la que se prohibían los enterramientos en las iglesias, salvo para los prelados, párrocos y personas del estamento religioso que estipulaban el Ritual Romano y la Novísima Recopilación.

            Pasear por los cementerios es aleccionador ya que la “ciudad de los muertos” resulta ser un espejo de la ciudad de los vivos en su devenir histórico. Hasta la ciudad de los muertos llegan los girones de nuestra historia como son los estilos arquitectónicos, el urbanismo, las costumbres, las creencias, los episodios históricos colectivos y, lo que es más impactante, la sociología de la ciudad de los vivos, sus contradicciones, sus momentos heroicos, sus depresiones y sus momentos bochornosos. La actual demarcación del Cementerio Municipal de Granada, por ejemplo, se acomete en 1924, en plena Dictadura del General Primo de Rivera. En septiembre de 1924, el Sr. Alcalde de Cementerios informaba de que no quedaban nichos disponibles. La ampliación del cementerio católico y civil fue posible  gracias a la cesión gratuita de terrenos por parte del súbdito inglés D. Carlos Lindsay Temple de los terrenos colindantes que eran de su propiedad; agradecía de este modo generoso haber recuperado la salud en esta ciudad. Tuvo suerte el inglés, ya que Granada estaba considerada una de las ciudades más insalubres de Europa, como queda reflejado en las Actas de la Comisión Provincial de Sanidad y en todos los informes encargados por el Ayuntamiento para resolver el grave problema de la canalización y potabilización de las aguas.

Así pues, conocer lo que fuimos y lo que somos, se puede analizar desde esta perspectiva colectiva que no deja de situar la importancia de las personas que la escribieron. Cómo nos relacionamos con la ciudad de los muertos, por tanto, dice mucho bueno, poco, o mucho malo, según los casos, de la ciudad-sociedad de los vivos.

            Tan es así, que volviendo al caso de nuestro maestro granadino, Juan Carreño Vargas (cubano de cuna pues nació en El Sábalo, provincia de Pinar del Río), ejemplo loable de trabajo en favor del Magisterio (ya representó en 1924 a la Asociación Provincial del Magisterio en el Comité Organizador de la Exposición Hispano-Africana) y en defensa de la enseñanza pública, como vehículo de progreso y emancipación social (lo que le costó la vida), nos exige preguntarnos hasta qué extremo estamos dispuestos a trasladar el mercantilismo más salvaje de la ciudad de los vivos hasta la ciudad de los muertos. En su caso no podemos, ¿o sí? pedir apoyo y solidaridad a “STOP-Desahucios”, para que nos ayuden a salvar nuestra memoria y nuestra dignidad, lo que nos permitiría vivir en paz, con nuestros muertos, en la ciudad de los vivos. Alguien tiene que responder.

              Granada a 23 de mayo de 2018

Roete Rojo

            

domingo, 15 de abril de 2018

LA TÍA DEL ABANICO. 1938: ESPIONAJE EN GRANADA




Con motivo de las actividades programadas por la Asociación “Plataforma Cívica por la República” (Granada), para conmemorar el 87 Aniversario de la Proclamación de la IIª República Española, tuvo lugar la presentación del libro, escrito por la profesora de la Universidad de Granada (UGR), Enriqueta Barranco Castillo, “La Tía del abanico. 1938: Espionaje en Granada”, editado por Aratispi, con la colaboración de la historiadora Maribel Brenes. La actividad realizada contó con el apoyo del Seminario “Otro Pensamiento Es Posible” de la UGR.

El libro viene avalado por la trayectoria, como investigadora de la Historia de la Medicina, de la Dra. Barranco, que ha sido hasta su jubilación profesora de la UGR y ginecóloga clínica. En su haber cuenta con la magna obra “Alejandro Otero”, escrita en colaboración con el Dr. Fernando Girón Irueste. Libro imprescindible para conocer al personaje que fue Catedrático de Ginecología y Obstetricia de la UGR, dirigente del PSOE, concejal del Ayuntamiento electo el 12 de abril, Diputado Constituyente, Rector Magnífico, Presidente del Comité de Huelga en 1934 (por lo cual estuvo preso); subsecretario de Armamento durante la Guerra Civil, etc.,  y que murió en el exilio mexicano, en 1953. Alejandro Otero sería la personalidad más determinante durante dichos años en la ciudad y, seguro, el más odiado entre los odiados por las derechas de todo tipo. Si “salvó el pellejo” fue por la sencilla razón de que no se encontraba en Granada el 18 de julio de 1936. Libro imprescindible también para conocer la historia de la ciudad durante los años 20 y 30 del pasado siglo. Imaginamos que durante esta investigación Enriqueta Barranco encontró el hilo del que ha tirado para escribir este último libro.

“La Tía del abanico” narra con rigor científico y documental el fenómeno del espionaje y el contraespionaje en Granada durante los años de la Guerra Civil, en una ciudad donde el golpe militar fascista triunfó; fenómeno que resultó un motivo más para que las autoridades golpistas desarrollaran una terrible represión indiscriminada, que acabó con el fusilamiento de 37 personas, entre ellas las llamadas “8 rosas de Granada”, un grupo de mujeres jóvenes.

La fecha de 1938 es definitoria como centro de esta historia porque fue el 6 de junio de 1938, cuando el capitán de la Guardia Civil, Mariano Pelayo, fue objetivo de una carta-bomba, que abrió en su despacho, en el Cuartel de las Palmas (lugar de funesto recuerdo para los militantes republicanos y antifascistas de cualquier ideología). La bomba le destrozó la cara, perdiendo un ojo y un brazo. Así quedó vivo, aunque lisiado, no un simple mando de la Guardia Civil, sino el Jefe de los Servicios Secretos de Andalucía Oriental. Quien le hizo entrega de la carta, José Yudes Leyva, soldado del Ejército Nacional, y espía republicano, sería fusilado. El atentado desató la venganza y la atroz represión que se relata en el libro.

La tía del abanico, por su parte, fue una espía republicana que, detectada por Mariano Pelayo, éste consiguió alistar como contraespía al servicio del “Glorioso Movimiento Nacional”. Movimiento que como en el caso de otros fascismos europeos como el alemán o el italiano, consiguió conformar una ideología que recogía, aunque de modo pérfido, parte de la cosmovisión de la clase obrera de influencia anarquizante; de aquí, la denominación de “nacional-sindicalismo”.

La tía del abanico, en sus recorridos por la ciudad de Granada, solía taparse la cara con el movimiento de su abanico, y de aquí el mote que recibió. La traidora promovía reuniones en su propia casa (vivió en distintos lugares pero siempre en barrios populares), o en tabernas de la ciudad, con personas republicanas, a las que luego iba denunciando al capitán Mariano Pelayo; personaje este último que llegó a acumular hasta 16 medallas por méritos, incluida la “Cruz de tercera clase del mérito de la orden del Águila alemana con espadas”, que le concedió Hitler en 1941.
El nombre verdadero de la tía del abanico es hasta ahora 
desconocido. Es previsible que por su actividad utilizara distintos nombres; en el Sumario aparece como Alicia Herrera Baquero, nombre con seguridad falso. Como es normal su pista se pierde cuando abandona Granada.
El libro permite, como cualquier libro, distintas lecturas. 

Desde nuestro punto de vista, abordar la historia local de una ciudad como Granada, imaginario colectivo de muchas generaciones en todo el mundo, envuelta entre el mito, la realidad y la tragedia (desde el punto de vista cultural universal, por el asesinato de Federico García Lorca), no habrá sido un trabajo fácil, pero sus resultados son apasionantes.

Un período histórico en el que se fija la mirada sobre acontecimientos relacionados con intrigas, traiciones y venganzas en el peor escenario posible; a saber: el provocado por un golpe de Estado protagonizado por una parte sustancial del ejército español, con el apoyo de sectores de las finanzas, la nobleza y el clero que defendían lo que Unamuno llamó “la España castiza”. Esa parte de España que sentía pavor ante cualquier reforma, no digamos revolución, que pudiera mover los cimientos de su centenario estatus económico-social y su hegemonía histórica. La “revolución desde abajo” sería posible, a partir de ese momento, sólo para quienes consiguieron derrotar en las calles a los militares golpistas y a sus aliados políticos de extrema derecha, que no fue el caso de Granada.

En Granada, el golpe de Estado llegó con retraso, pero llegó. El 20 de julio de 1936 unidades militares, con el apoyo de comandos de extrema derecha, se hacían con el control de la ciudad, a excepción del barrio del Albayzín, cuya población resistió durante tres días. Una ciudad de mayoría social republicana y de izquierdas, en la que había triunfado el Frente Popular, sería sometida a un régimen de terror en el que se aplicó con todo rigor la “Instrucción Reservada. Base 5”, atribuida al golpista general Emilio Mola Vidal, que decía así: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”.

En la división geográfica entre golpistas y leales al legítimo gobierno de la República, Granada permaneció durante toda la guerra bajo el severo control de los golpistas, ¿cómo transcurrió la vida cotidiana en Granada durante dicho período? Algunos falsificadores de la historia han defendido que pasados los primeros días la ciudad volvió a la normalidad, sobre todo a partir del nombramiento de un civil, Antonio Gallego Burín, como Alcalde, el 3 de junio de 1938. Sin embargo, la carta-bomba, las detenciones y los fusilamientos posteriores distan mucho de esta imagen idílica malintencionada. La población viviría sumida en un tremendo estupor; los miles de fusilados y fusiladas (los asesinatos comenzaron a producirse desde el mismo día 20 de julio de 1936) debieron de ser una carga imposible de digerir. El terror, seguro, fue generalizado.

“Las 8 rosas granadinas”

La tía del abanico logró contactar, entre otras personas, con 8 mujeres granadinas. Fueron: Conchita y Gracia Peinado Ruiz, conocidas en Granada como “las niñas del Carmen de la Fuente”, por la ubicación de la casa en la que vivían; Concha Moreno Grados (las tres se conocían por encontrarse en las visitas a sus padres presos: Jesús Peinado Zafra y Rafael Moreno Ayala); Laura Ballesteros Girón, militante comunista; Mercedes Romero Robles, posible espía republicana; Angustias Ruiz Pérez, Remedios Heredia Flores y Filomena Santoyo. Todas ellas acusadas de dar cobertura a simpatizantes del Frente Popular para que escaparan de Granada y lograran llegar al frente republicano.

Como manifiesta la Dra. Enriqueta Barranco, hemos podido conocer sus nombres pero no los hechos por los que las asesinaron, tras un simulacro de juicio realizado el 22 de agosto de 1936, sin garantías de ningún tipo, acusadas, al igual que el resto de juzgados, de delitos de traición, rebelión militar o adhesión a la rebelión. Entre los acusados encontramos trabajadores de tranvías y del ferrocarril, así como Guardias de Asalto.

La larga historia de violencia de las élites sobre los sectores populares, iniciada con la Toma de Granada, el 1 de enero de 1492, aumentaba con 37 nuevas víctimas, que fueron fusiladas el 4 de octubre en las tapias del Cementerio de la ciudad, de los 116 detenidos con motivo del atentado. Buscando una explicación histórica a tanta violencia,  que no sólo se impuso en Granada, por supuesto, nos parece oportuno reproducir el pensamiento de Claudio Sánchez-Albornoz sobre las “violencias españolas de los años 30”: “España había rechazado la revolución de siglo XVI (religiosa, la forma propia de la época), después las revoluciones de los siglos XVIII y XIX (políticas, también en este caso como convenía a los tiempos), y por último la revolución social de comienzos del siglo XX (toma de conciencia de las contradicciones de clase). Haber intentado hacer a la vez, en diez años, estos tres tipos de revolución, explica las violencias de los años 30”.

Roete Rojo



domingo, 28 de enero de 2018

JOSÉ LIZANA MARTÍN: LA TRÁGICA HISTORIA DE UN CAMPESINO ANDALUZ


 (Escrito para "El Otro País de Este Mundo")

José Lizana Martín era vecino del pueblo de Trasmulas, anejo al de Pinos Puente (uno de los municipios más extensos de la provincia de Granada). Tenía, al estallar la sublevación fascista contra el legítimo Gobierno del Frente Popular, 39 años.

Trasmulas está situado en pleno corazón de la Vega granadina, pasando el río Genil por la localidad. Un terreno por tanto muy fértil, y que podría considerarse un paraíso, de no haber tenido la desgracia histórica de pertenecer en su totalidad (incluidas casas, molinos, enseres, animales, etc,), y hasta los seres humanos que allí habitaban, a la familia Agrela, grandes potentados y amigos personales del Alfonso XIII, quien los nombró “Condes de Agrela”; el Rey visitó en alguna ocasión el pueblo invitado por sus dueños a cazar. Con tal motivo los Agrela arreglaron el “palacete”, jardines, parterres, arboleda, etc. Instalaciones que con el tiempo dejaron deteriorarse hasta su desaparición. En los años 30 del pasado siglo la población era próxima a los 1000 habitantes.

Como se sabe, las reivindicaciones de los jornaleros no dejaron de expresarse durante el período republicano, y aunque se legislaron mejoras para la vida de este amplio sector de trabajadores y trabajadoras, aumentando los salarios de 3 a 5 pesetas por jornada, o haciendo obligatorio contratar mano de obra en épocas de mayor crisis, según la calificación de los terrenos (secano o regadío), en palabras del Pierre Vilar, “… la reforma agraria no había calado el alma de los campesinos”, al no abordar desde un primer momento el problema de fondo; a saber: la propiedad de la tierra. Los propietarios por su parte pusieron todo tipo de trabas y sabotearon desde el principio, desde las Cortes hasta el último rincón del país, la implementación de las mejoras establecidas por el Gobierno.

Nuestro personaje, campesino de profesión, poseía una yunta de bueyes, lo cual le permitía ganarse la vida con un mínimo de dignidad. Hijo de Ricardo y Antonia, estaba casado con Justa Megías y era padre de 5 hijas y un hijo: Trinidad, Concepción, Práxedes, Antonia, Josefa y José.

Según un informe policial “tenía instrucción, era de color moreno, cabello rubio, nariz regular, barba poblada y no poseía ninguna cicatriz”. No se le conocía adscripción a ninguna organización política aunque era republicano; pertenecía al destacamento de Láchar. La afirmación de que era de color moreno estaría basada en las inclemencias que el trabajo en el campo producen sobre la piel. En realidad sería de piel muy blanca, como lo son en la actualidad sus descendientes.




Trasmulas quedó en “zona nacional”, pero muy próximo a las líneas del frente de batalla que se situaban en un lugar llamado popularmente “El Cruce de la Moralea”. Era por tanto normal que se produjeran enfrentamientos militares, escaramuzas, cuyos ecos llegaban con inmediatez a Trasmulas, alertando a los vecinos y las vecinas sobre posibles familiares muertos o heridos, que podían haber quedado en los campos o en las cunetas.

Uno de esos enfrentamientos ocurridos en el “Cruce”, el 26 de julio de 1936,  fue el inicio de las penalidades y posterior asesinato de nuestro protagonista, José Lizana Martín. Él, junto a otras personas se acercó al lugar al día siguiente para hacer averiguaciones. Sería acusado de “rebelión militar”  y de ser el responsable de haber ocultado armas y municiones para entregarlas con posterioridad “a los marxistas”.  Al día siguiente de este acontecimiento sería detenido en Trasmulas, Manuel Jiménez Sánchez, quien se encontraba entre dicho grupo de personas. Desde su primera declaración afirmó no haber tomado parte en los acontecimientos, acusando a José Lizana Martín de todos los hechos de los que se les acusaban. También acusó a “CIRILO el loco” y al “CAMARERO”, que habían conseguido “huir con los marxistas”.


Procedimiento Judicial Nº 235 de 1936 contra el paisano José Lizana Martín, por el delito de rebelión militar

Sería detenido en su domicilio en Trasmulas, el día 6 de julio de 1936 (la fecha es por supuesto errónea pero es la que aparece en el documento). En sus declaraciones insistirá en que el día de los hechos se encontraba por la mañana en casa y por la tarde había ido a un cortijo cercano ("El Venzaire") para buscar pan para dar de comer a sus hijos. Sometido a juicio sumarísimo; condenado a petición del fiscal a “perpetua condena de muerte”, sería ejecutado en las tapias del Cementerio Municipal de Granada el 26 de septiembre de 1936, a las 05:30 horas, y muerto a consecuencia de “heridas de arma de fuego”; ejercieron como testigos Don Ignacio Joca Ávila y Don Carlos Raya Fantony. Su nombre, junto al de otros miles de hombres y mujeres, aparece en el “Memorial” construido frente a dichas tapias, a iniciativa de la Asociación Granadina para  la Recuperación de la Memoria Histórica.

Se abre el expediente el día 7 de septiembre de 1936, y la incoacción dos días después, ejerciendo de principio a fin como Juez Militar de la Plaza (Granada), Don Manuel Navarro Reina, teniente del cuerpo de ingenieros, siendo el secretario el sargento del Regimiento de Infantería, Don Antonio Varo León.  José Lizana Martín nombró como abogado a Don Juan Ruiz Hórques, alférez de complemento, quien basó su defensa durante todo el proceso en que su defendido no se encontraba ese día en el lugar de los hechos.

La causa está repleta de informes que van de un lugar para otro. Desde Granada la Comisaría de Investigación y Vigilancia, “afirma en el informe que emite sobre la conducta privada y pública de ambos detenidos… que carecen de antecedentes anteriores a su detención…”.

Merece la pena transcribir el informe de la Guardia Civil de Láchar, pues materializa la impunidad con la que se actuaba: “… dichos individuos venían haciendo una vida indeseable y aún cuando no se haya podido comprobar su participación directa en los hechos se hallan (sic) miscuidos en ellos… “

Privado de libertad y encarcelado en la Prisión Provincial de Granada, negaría en las ocasiones en que fue interrogado su relación con los delitos de los que se le acusaba; sólo reconoció haber estado en el lugar de los hechos el día siguiente para comprobar si habían quedado muertos de Trasmulas. El sargento de la Guardia Civil de Láchar, Pedro García Jiménez, declaraba que “… el protagonista tomó parte en el combate luchando contra las fuerzas del Ejército Nacional… “.

El día 19 de septiembre, el otro acusado y delator, Manuel Jiménez Sánchez, salía de la cárcel y sería puesto en libertad.


Juicio Sumarísimo


El 22 de septiembre, el Juez D. Manuel Navarro Reina cierra la causa y el Juicio Sumarísimo se inicia el 24 de septiembre. El Fiscal (cuya firma nos ha resultado ilegible en los documentos pero puede ser Luis de Angulo), plantea en sus conclusiones, entre otras, que, “… del expresado delito es responsable en grado de autor el procesado José Lizana Martín… renuncia el fiscal a la práctica de ulteriores pruebas… y procede imponer al procesado la pena de reclusión perpetua a muerte…”. La “sesión” se convierte en secreta a la hora de dictar sentencia.

El Gobernador Militar de Granada (firma ilegible), ordena “se proceda a su ejecución, la del reo, será el día de mañana, a las 5:30 en las inmediaciones del cementerio…”.

Esa misma madrugada José Lizana Martín escribe una carta a una de sus hermanas, incapaz de hacerle llegar la noticia de modo directo a su esposa. Repite todos los tópicos de este tipo de carta, “no guardéis rencor a nadie ni penséis en venganzas pues lo que me ocurre será lo mejor cuando Dios lo ha permitido”. Escalofriante. A todas luces lo único que está escrito de su puño y letra es la firma, aunque José fuera un hombre instruido, la carta está escrita con una caligrafía y sintaxis perfectas, impropias de un yuntero.

El 2 de octubre el Ayuntamiento de Granada informa al Juez Navarro, “… que en el día de hoy ha sido sepultado en el Cementerio Municipal el cadáver de José Lizana Martín, en la fosa corriente número 188 de la 2ª parcela, del patio de San José”.
  

María Elena: la lucha por la memoria dos generaciones después


Reconstruir la historia de José Lizana Martín y devolverle la dignidad que por tantas décadas le fue usurpada, ha sido posible gracias al empeño y dureza  de diamante que su nieta María Elena Lizana Guevara ha desarrollado durante muchos años, tomando el asunto como prioritario en su vida. Viajó a Asturias para recuperar la última carta que su abuelo escribiera desde la cárcel, rebuscó en archivos, siéndole de gran ayuda para encontrar el expediente completo, la que le brindó la Asociación Granadina para la Recuperación de la Memoria Histórica. Fue una promesa que ella le hizo a su padre antes de morir: que averiguaría el lugar de la muerte del abuelo y dónde estaba enterrado.

Con el  asesinato de José Lizana Martín no acabarían las penalidades de su familia. Algunas de sus hermanas fueron hostigadas,  perseguidas y vejadas desde el primer momento; huyendo del pueblo las que pudieron hacerlo. Un trasmuleño afincado en Asturias, Enrique González Muñoz,  empleado como ingeniero en una gran empresa, se encargó de recibir a todos sus paisanos y a todas sus paisanas que hasta allí llegaron huyendo del terror y del hambre. Luego llegarían los tiempos de los Planes de Colonización de Franco; otras muchas familias trasmuleñas fueron como nuevos pobladores a Fuensanta y a Peñuelas; luego llegaría la emigración forzada a Madrid, Barcelona, etc.  En 2013, el pueblo contaba, según el Instituto Nacional de Estadística, con 210 habitantes y n/p hab./kilómetro cuadrado.

En la comarca circulaban patrullas de fascistas, falangistas, matones, o como queramos denominarlos, dedicados a sembrar el terror entre las mujeres. Expertos en los “paseillos” de mujeres rapadas, que eran violadas, y devueltas a las pueblos cagándose piernas abajo producto de la ingesta obligada de aceite de ricino. Otras eran llevadas a diario al cuartel de la Guardia Civil de Láchar para realizar “tareas domésticas”, sobran las explicaciones sobre a qué tipo de tareas se referían.

Resulta espeluznante conocer el número de mujeres asesinadas que eran de Trasmulas o de pueblos cercanos. Todas ellas pasaron sus días de prisión en el “Castillo de Láchar”, propiedad del Duque de Galatino (fallecido en julio de 1936, pocos días antes del levantamiento militar fascista de Franco). En el libro Historias desenterradas, de Manuel Izquierdo Rodríguez aparecen los nombres de dos hermanas del vecino pueblo de Cijuela, Carmen y Josefa Guerrero Nieto. Josefa, de 24 años, estaba embarazada de 8 meses. En el trayecto desde el “Castillo” al lugar donde pensaban fusilarlas se puso de parto, seguro debido al miedo y a la inquietud, sería bajada del camión, y arrojada al suelo, dispararon sobre su cuerpo “dos tiros en la barriga  y dos en la cabeza”.

Rescatamos de Trasmulas los nombres de Josefa Muñoz Zaragoza, cuya hija Elena nos relató aún con lágrimas en los ojos, que no conserva ninguna imagen de su madre; ella era muy pequeña cuando la asesinaron y en su casa no había ninguna fotografía porque eran pobres. Más dramático si cabe es el caso de la trasmuleña María Teresa del Arco Morata, fusilada en estado avanzadísimo de gestación.

Se produjeron dos fusilamiento más de dos vecinos de Trasmulas, cuyos nombres no podemos aportar por requerimiento de sus familiares.

¡Nuestro reconocimiento y amor a todos y a todas ellas! Recordar a las víctimas del fascismo  es volverlas a la vida, participar de sus sonrisas, de sus pesares, hacerles una fotografía para que sus rostros estén siempre presentes y nadie vuelva a llorar por no recordar la cara de su madre.

Nuestro agradecimiento a todas las personas de Trasmulas que nos ayudaron a reconstruir este pequeño y dramático fragmento de su historia.

María Elena Lizana Guevara
            C. Morente