lunes, 24 de septiembre de 2012

NO HAY MERCADO PARA LOS ENDECASÍLABOS


(Llamo la atención de mis lectoras y lectores sobre la fecha de este corto, febrero de 2008. Se trata de una reflexión ácida sobre las primeas expresiones sociales de sorpresa ante la crisis. Si en ocasiones utilizo la realidad más próxima que me rodea es porque hace mucho tiempo llegué a la conclusión de que el lugar en el que habito no es por supuesto “el ombligo del mundo”, pero sí una fotocopia reducida de la realidad social en la que está inserto).

            En el mundo convulso en el que vivimos son muchos los sobresaltos que padecen los adoradores del “Dios-mercado”; también los enganchados a él… que no son los mismos.
            Un sin fin de palabrejas que hasta hace poco tiempo habrían dejado impasible a la mayoría de la sociedad se han convertido en motivo de alarma, insomnio, mal genio, etc. Actúan como armas de destrucción masiva que socavan los cimientos de la paz familiar y social.
            Al menos así lo entiendo yo en esta tarea ingrata de psicóloga social en la que me he embarcado en los últimos tiempos, no por deformación profesional sino por pura desesperación emocional.
            Si el Euribor amenaza con subir, o ya subió, las mujeres de mi barrio se lo piensan dos veces antes de comprar el tradicional puñaico de almejas para preparar la cazuela de fideos o cambian sin ruborizarse la botella de aceite de oliva que habían echado en el carrito del Mercadona, por otra de aceite de girasol. Actos que sólo podemos interpretar como el reconocimiento de una derrota histórica.
            Nunca había reflexionado sobre la contundencia de la llamada globalización neoliberal, de sus consecuencias sobre el comportamiento de las grandes mayorías,  hasta que tomé conciencia de hasta dónde puede impactar sobre el vecindario el hecho de que la bolsa de Nueva York tenga pérdidas.
Conservamos el recuerdo, como si de una película se tratara, de aquella gran caída de la Bolsa de Nueva York, en 1929. Accionistas y especuladores financieros arrojándose por las ventanas… Hechos, hasta donde uno puede pensar, normales. Supongo que mi abuela Concha, si llegó en algún momento a tener conocimiento de los acontecimientos neoyorquinos, formularía una simple pregunta: - ¿Y es que en esa ciudad no hay olivos? O quizás asociara ese arrojarse al vacío con una epidemia de “dolor de clavo”. Bastante preocupación compartía con las mujeres que se agrupaban en el taller de sastrería, cuando llegó la noticia, sabida antes por los hombres que se reunían en la Casa del Pueblo, sobre la ejecución de Zacco y Vanzetti, anarquistas norteamericanos de origen italiano, en 1927.  Mis abuelos eran internacionalistas  pero no estaban internacionalizados.
            Ahora, sin embargo, un resfrío de la Bolsa de Nueva York,  hace palidecer a la gente que me rodea. Quita la arrogancia al albañil propietario del Mercedes rojo deportivo que tanta envidia le produce al Roque cuando lo ve aparcado en la puerta del “Peseta”, el bar popular al que acudimos a ver los partidos del Barça que sólo emite el Canal Plus. Los moteros de la placeta se agitan al asociar el acontecimiento con la última subida del tabaco y anuncian amenazantes que van a tener que liarse las “chinas” en hojas de parra o de geranios…
            ¡Y para qué hablar de cómo son vividos en el barrio los padecimientos de la burbuja inmobiliaria!  En serio que jamás pensé que el enjambre en el que vivo fuera portador de una sensibilidad tan a flor de piel y ando como asustada por las calles, temiéndome lo peor para las finanzas de nuestro dolorido sistema público de salud. Malvivo con la esperanza de que a nadie se le ocurra, cuando compruebe que su nivel de endeudamiento superó todos los límites imaginables, arrojarse por una ventana; las viviendas del barrio sólo tienen bajo y primera planta.  Más no las tengo todas conmigo ya que al señor Alcalde se le ha ocurrido arrancar cientos de olivos para construir un “corredor verde”… ¡Qué falta de previsión por su parte!... Con lo necesarios que serían ahora esos olivos que no por casualidad nos rodeaban ofreciéndonos sus generosos troncos hechos a prueba de generaciones y generaciones de ahorcadas y ahorcados.
            Pero, bueno, yo en realidad quería contaros algo mucho más trascendente y dramático. Ocurrió la otra tarde. Bajaba rápido para el programa de radio en el que participo. Me chocó la presencia de un anciano de mirada altiva, acodado en un macetero de la Calle Real, con un cartelón colgando de su cuello, un hombre anuncio.  Al acercarme, no sin cierta precaución, para poder leer lo que anunciaba en letras caligráficas y negras, me quedé petrificada: Endecasílabo en huelga de hambre por falta de mercado.
            En su tragedia estaba la clave para entender el resto de cosas que estaban ocurriendo.

Roete Rojo
Febrero 2008

jueves, 13 de septiembre de 2012

J.J. ROUSSEAU: INSTRUMENTO PARA SOBREVIVIR


(Dedicado a Dña. María Luz Escribano Pueo, mi maestra)

Imagen de Jean Jacques Rousseau

            En el curso académico 1970-71, las alumnas de 1º de Magisterio, tuvimos la fortuna de descubrir el teatro de títeres, por dentro y por fuera. Se nos impulsó a escribir pequeños guiones que luego pasaban a concurso, aprendimos el manejo de los “cristobicas” e incluso a construirlos.
            En aquel invierno largo y frío, en muchos hogares, las ollas repletas de papel de periódico hervían esperando el resultado final de una pasta horrible que mezclada con cola de caballo – como nos enseñara Dña. Nené-,  permitía dar forma a las cabezas que la imaginación convertiría en multitud de personajes:
-Yo soy Patatín, el que quiere corregir el defecto de Papán de comer moscas con sal.
Jamás tuve habilidades manuales, siempre fui un desastre y lo sigo siendo.  Mi cabeza de muñeco, a pesar de la ayuda de alguien de la casa, quedó como una espléndida caca. Ni pintado, ni decorado, ni vestido mejoró ostensiblemente. Mas no tuve otra posibilidad que aceptar su físico y adoptarlo  a pesar de su fealdad. Quizás por eso le puse un nombre importante, significativo, en el que se expresaba por entonces eso que llaman amor platónico: Jean Jacques Rousseau, en honor al librepensador y filósofo ginebrino, al que yo adoraba y sigo adorando.
Gracias a los “cristobicas” nos sentíamos protagonistas de la gran farsa de la vida y del teatro, siempre cargando con aquellos seres polifacéticos dispuestos  a irrumpir en nuestras conversaciones y anhelos.
Acabado el curso, la mayoría de nosotras optamos por hacer el “albergue” y superar cuanto antes el período de internamiento forzado, requisito imprescindible para obtener después el título de Magisterio.
Llegábamos por centenares, con nuestra adolescencia a cuestas, al pueblo de Víznar. Uniformadas de manera ridícula nos veríamos obligadas a 4 semanas de doctrina en los “Principios del Movimiento”, sometidas a una disciplina y parafernalia militares, a cargo de la Sección Femenina.
Doce jovencitas compartían habitación en cuatro literas triples, agua fría para la ducha y deficiente alimentación. De buena mañana, a desfilar, brazo en alto,  leyendo frases de José Antonio Primo de Rivera, misa en ayunas…
Dos mujeres, a nuestros ojos mayores, venidas desde Almería, una de ellas embarazada, se sentaban solas en una mesa y dormían aisladas del resto en habitación propia. Eran casadas y, por tanto, no debíamos tener contacto con ellas.
Largas caminatas, marcando militarmente,  para fortalecer el cuerpo, e imagino que  también para agotar nuestras ansias e impulsos:
- Respirar, a pleno pulmón, la brisa marina que sale del fondo del agua del mar.
Toque de silencio, luces apagadas, cada quien sobre su colchón, esperando el momento trágico del “registro”, para el cual habíamos urdido durante todo el día tácticas y estrategias que nos permitieran salvar de la deshonra una cajetilla de tabaco, un chorizo o un salchichón, la carta de un novio o cualquier pequeño objeto que nos vinculara con nuestras familias, el barrio o el pueblo de origen.
Aquellos silencios, muchas veces teñidos con suspiros y algún que otro llanto o lloriqueo, eran rotos por la presencia enigmática de JJ. Rousseau, la marioneta humilde, de rostro tópico y narizota rosada, que surgía de su escondite debajo de mi almohada, cambiando nuestro abatido presente.
Sus palabras y gestos eran seguidos con pasión por las doce muchachitas. JJ. Rousseau parecía conocer al dedillo nuestras inquietudes y secretos, para cada una tenía la conversación precisa, el chiste adecuado, el consuelo exacto. Nos devolvía la esperanza, rompía todas las cadenas que nos oprimían con su sonrisa franca y el timbre aflautado de su voz. Cuando el creía que los estragos del día estaban superados, bajaba de su litera y aprovechando la duermevela nos besaba en la mejilla, nos arropaba si era necesario, y nos dirigía las últimas palabras al oído: El hombre ha nacido libre y, sin embargo, vive en todas partes encadenado.
Luego supimos, se llamaba JJ. Rousseau por mera rebeldía.
Llamarlo “instrumento” me resulta ingrato pero es posible que el sustantivo sirva para definirlo.
Gracias, profesora, gracias, maestra, por haber puesto en nuestras manos de adolescentes éste y otros instrumentos que nos ayudaron a sobrevivir.

Su alumna que nunca la olvidará, en nombre de las 12 almas de aquella habitación, desde Granada, la ciudad del desamparo, en este día jueves, 7 de mayo de 2009,

Roete Rojo

Notas.-
1.- “Cristobica” es la denominación que en Granada reciben las marionetas que se manipulan metiendo la mano dentro de la vestimenta. Muy populares. De hecho, Federico García Lorca escribió mucho teatro para cristobicas.
2.- Dña Nené Palacios era la profesora de “Manualidades”; mujer de trato imposible, temida por alumnos y alumnas, uno de los baluartes de la Sección Femenina dentro de la Normal de Magisterio.
El viejo albergue en la actualidad

3.- El “abergue”. Aún por los años 70, la Sección Femenina, brazo organizativo e ideológico, de la Falange Española, versión para mujeres, imponía su autoridad y doctrina en todos los ámbitos. El llamado “Servicio Social” (el Servicio Militar para las mujeres), era obligatorio para multitud de requisitos: obtener el pasaporte, obtener un título universitario, acceder a la administración pública, etc. Para el caso de las maestras se traducía en asistir al “albergue” (que debíamos costear nosotras, en general jóvenes de estratos bajos de la población). Reflejaba el especial interés del franquismo en ideologizar a quienes íbamos a convertirnos en maestras de Enseñanza Primaria. La disciplina interna reproducía el esquema del ejército. Los alumnos también debían realizar el “albergue” que estaba situado en el pueblo de Alfacar. ¡Qué terrible espacio geográfico! Justo donde se encuentran las mayores fosas de fusilados y fusiladas, circunstancia que, por supuesto, desconocíamos.
Yo lo pasé mal pues mi rebeldía, bastante primaria pero de cariz antifranquista, me condujo a negarme a desfilar con el brazo en alto y a asistir a misa. El castigo fue fulminante y se mantuvo durante todo el mes que duró el albergue. Me conducían escoltada hasta el comedor donde se celebraba la misa, y debía permanecer en pie, con la espalda pegada a la pared hasta que acababa la ceremonia, reorganizaban las mesas y todas mis compañeras estaban sentadas. Entonces recibía la orden de un “mando” de que podía ocupar mi sitio para desayunar.
4.- Era tal el silencio obligado y el olvido obligado que impuso el fascismo que nosotras, por ejemplo, no sabíamos en ese momento que Dña Mari Luz era hija del fusilado director de la Escuela de Magisterio, Don Agustín Escribano, ni que su madre, Dña. Luisa Pueo, había sido expulsada de su puesto docente y obligada al destierro con su pequeña bebé, a tierras castellanas; no sabíamos que el edificio en el que estudiábamos había sido una obra mimada de la II República, no sabíamos que los muebles que utilizábamos cada día, habían sido construidos por Hermenegildo Lanz, catedrático de dibujo durante la II República, y colaborador de las Misiones Pedagógicas, también represaliado y expulsado y quien, aunque salvó la vida, se vio sometido a terribles crueldades, muriendo de un infarto en una calle de Granada.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

CON FEDERICO EN LA COCINA

Federico a la edad de 21 años.
Fotografía de Rogelio Robles Romero




Envolver quisiera tu rostro de escarola verde,
verde como tu querías que fuera, verde,
y apartar con mis manos las hojas rizadas
hasta encontrar tus sempiternos ojos soñadores.
Me detendría en el rizo de tu pelo negro
como cada mañana al levantarme, negra,
derrotada al final por tu presencia serena
que huele a vega, jámila y espliego.
Ay, Federico, qué sería de mí sin tu mirada,
sin tus labios callados y habladores
que acompañan silencios o entonan canciones
mientras despierto al hambre diaria de la vida.
Jugando al dime y al direte te escondes y apareces
vestido de loco trotamundos, risueño de cal,
entre suspiros de tiernos brotes verdes,
verdes como tu querías que fueran, verdes.
Como niño travieso me persigues mientras guiso
buscando en los bolsillos del mandil la golosina
en forma de beso o arrumaco, medicina
para el mal de amor que destiñe los labios.
Siempre me acabas derrotando y la derrota
me acompaña pegajosa en la jornada dura
convertida así en larga y fina mordedura
de amor eterno que desquiciado brota.
Ay, Federico, que sería de mí sin tu mirada
que guardo para mí sin compartirla,
celosa del resto de árboles y risas
que llenan de tristes vacíos mi jornada.
¿En que piensas mi lindo hombre-niño-adolescente?
¿Dónde guardaste tus madrugadas tibias?
¡Déjame prepararte un plato de pálidas endivias
para enmarcar tu rostro y alegrar tu frente!
¿Qué más te puedo ofrecer en la cocina?

Marianita