domingo, 23 de marzo de 2014

VENEZUELA Y EL VIEJO ROSTRO DEL FASCISMO



            Cuando a inicios de los años 90 del siglo pasado la izquierda comenzó a analizar cómo sería el mundo en el “Nuevo Orden Internacional” (NOI), desde un principio se vaticinó como violento, agresivo, militarista. Qué duda cabe que para otros se presentaba como el mejor de los mundos, tras la desaparición del campo socialista y la superación, por victoria imperialista, de la llamada “Guerra Fría”.
            Pude participar de manera organizada en muchos debates y escribir mis reflexiones sobre el tema de la violencia. Me chocaba que algunos definieran toda la brutalidad y violencia que el neoliberalismo globalizado en su extensión casi universal traía consigo, como fascismo o neofascismo.
            No era una cuestión de intensidad de la violencia sino de establecer la diferenciación histórica en origen y expresiones.
            Resumiendo: la violencia del NOI tenía como fundamento ideológico la soledad del hombre frente al resto de los hombres, de cada pueblo frente al resto de los pueblos. Se iniciaba en una coyuntura de derrota universal sin paliativos y había hecho de la desvertebración de cualquier alternativa que uniera intereses su leitmotiv.
            Resumiendo también: el fascismo había sido un fenómeno europeo, aunque luego tuviera expresiones fuera de Europa. Se dio en una coyuntura de alza y fortalecimiento del movimiento obrero y popular frente al que levantó un referente “nacional” y un referente “socialista”; este último, con el objetivo de articular a la clase obrera y otros sectores populares golpeados por la crisis de entre guerras. Organizó a los jóvenes, a las mujeres, a los trabajadores; uniformó a la población y con esta fuerza fue golpeando con violencia al sindicalismo de clase y a los partidos obreros. A pesar de lo cual su discurso e ideología eran de un clasismo arrollador y, por ende, racista y xenófobo. El racismo y la xenofobia les permitió encontrar, en cada caso y país, un “chivo expiatorio” a todos los males que se sufrían, convirtiéndose en auténticos aquelarres.
            En todos los casos, el fascismo histórico contó con el apoyo de las oligarquías nacionales e internacionales, de las “democracias occidentales” y del beneplácito y protagonismo de la Iglesia Católica.
            Además de haber tenido la oportunidad de estudiar desde joven la significación del fascismo, tuve la desgracia de vivirlo y el compromiso político de combatirlo. La teoría y la práctica me llevaron a hacer la afirmación contundente de que la violencia del NOI era de distinta naturaleza; afirmación que aún mantengo. Sin embargo, como decíamos en la Transición Política Española, “la realidad es más rica que cualquier Manifiesto Programa”.
            Visité por primera vez Venezuela, en marzo de 2002, justo un mes antes del Golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez. Lo que ocurría no me era extraño, llevaba años relacionándome con la izquierda latinoamericana y caribeña, había leído mucho sobre la historia y la actualidad política de Venezuela desde el Caracazo; había seguido con pasión todos los acontecimientos de 1992; entrevistado a Hugo Chávez al salir de la cárcel… Lo que pude observar en aquellos convulsos días, preparatorios del golpe de abril, me dejó estupefacta. Era como un mal sueño.
            El día 8 de marzo, las organizaciones de mujeres habían previsto una marcha en la ciudad de Caracas, a la que pude asistir. Cerraba los ojos y sentía la alucinación de haber dado un salto retrospectivo en la historia; me encontraba  en la España Republicana, en el Madrid asediado por el fascismo: mi compañeras y yo gritábamos: ¡En Venezuela: No pasarán!
            En la tierra del Libertador Simón Bolívar, el pueblo rescataba esta consigna (¡En Madrid: No pasarán!), que se hizo clamor en todo el mundo para expresar la solidaridad con los trabajadores y trabajadoras de todos los pueblos de España en su lucha contra el fascismo y cuya expresión máxima serían las Brigadas Internacionales. Esos jóvenes, llegados de todas las partes del planeta en defensa de la II República Española, sorteando obstáculos, peligros y dificultades inauditas (que los persiguieron en sus países de origen una vez que regresaron hasta los últimos días de sus vidas), sabían qué se jugaba en la confrontación de clases que se vivía en aquella España de los años 30.
            Con todas las diferencias históricas, en Venezuela me topé de nuevo con el viejo rostro del fascismo: la oligarquía parasitaria y clasista escupiendo odio contra el pueblo por el simple hecho de ser pueblo. Calificativos como “pataenelsuelo”, negrerío, desdentados, gordas, para definir a la gran mayoría de la población excluida y empobrecida. La Iglesia Católica bendiciendo todas las barbaridades que uno pueda imaginar, los medios de comunicación pervirtiendo la realidad y un sector del Ejército dispuesto a ser la mano ejecutora del genocidio.
            Mujeres vestidas de negro, uniformadas de negro, con ropas exclusivas y cabellos pintados de rubio platino y alisados a golpe de secador, en confrontación estética al multicolor pueblo. Sindicatos perversos hermanados con las patronales más especuladoras y corruptas. Muchachos y muchachas de clases medias y altas, salidos de los barrios ricos, estudiantes de universidades públicas que habían sido convertidas en cotos privados, actuando violenta e impunemente en las calles; francotiradores a sueldo provocando muertes arbitrarias…el miedo a la desaparición de un mundo basado en la explotación sin escrúpulos, la diferenciación social extrema, la privatización de todos los bienes y recursos del país.
            ¡Estamos jodidos!, pensaban en voz alta e histriónica: los pobres están yendo a la escuela, están siendo atendidos por médicos, comen tres veces al día, nos miran sin miedo, hasta parecen haber recobrado la dignidad.
            En unas elecciones presidenciales, creo que las de 2006, la gente fue marchando con alegría hacia el Palacio de Miraflores, para celebrar la victoria contundente del Presidente Chávez. Pronto fueron miles y miles, hombres y mujeres de todas las edades, niños y niñas. Una fiesta del pueblo acompañada de banderas, cánticos, motorizados yendo de un sitio para otro, carritos de arepas, cervezas y ron a pesar de la Ley Seca decretada. Una lluvia que pronto se convirtió en un duro “palo de agua” aunque la multitud se resistía a regresar para sus casas. Un anciano recogía para su posterior venta las latas de refrescos y cervezas que andaban tiradas por el suelo. Nos miraba sabiendo que éramos extranjeras y nos hacía la señal de la victoria con los dedos índice y corazón de su mano derecha, llorando de alegría como un niño. Nosotros le preguntamos: - Señor, ¿por qué está tan contento? A lo que el anciano nos contesto: - Porque Chávez nos devolvió la dignidad, nos dijo que éramos personas y que teníamos derechos. Todo está escrito en el Libro Azul (en referencia a la Constitución de 1999), sacando de sus humildísimas ropas una Constitución ajada que, seguro, se sabía de memoria.
            Por eso ahora, como antaño, los fascistas queman libros y centros universitarios; amenazan a los médicos cubanos que atienden a la población en todos los rincones del país, asaltan el transporte que lleva alimentos subsidiados, queman autobuses de transporte público. Para desgracia de la Revolución Bolivariana estas minorías fanatizadas no toleran que el pobrerío haya aprendido a leer y accedido a los estudios superiores; no toleran que al verlos sonreír, en vez de encías desdentadas que los humillaban, luzcan prótesis dentales que les han devuelto la autoestima y la dignidad; no pueden soportar que el pueblo haya abandonado la actitud sumisa de antaño y se haya empoderado de vida y esperanzas. Y juegan a provocar una situación de guerra civil, que justifique una intervención extranjera. ¡Necios e imprudentes!
            En España, la aventura fascista provocó más de 1 millón de muertos y 40 años de dictadura. Una vez libre la “bestia” es difícil contener y controlar sus mortíferos impulsos. Advertidos quedan. Luego no se quejen de que también ustedes estén entre los muertos, los sinhogar, los refugiados. Si esa desgracia ocurriera, su condición de blancos-blancos o blancos-camuflados, sus residencias, zonas exclusivas y ropas de marca, no les servirán de nada. Al menos así ocurrió en España, Alemana e Italia.
            Por eso, incluso para ustedes, fascistas de mierda, lo mejor que puede pasar en la República Bolivariana de Venezuela es ¡Que no pasen!
           
            Roete Rojo
            Granada, marzo 2014