domingo, 29 de enero de 2012

Periodista Constantino Ruiz Carnero

Rindiendo homenaje a Constantino Ruiz Carnero ha comenzado en el blog una nueva etiqueta, "Buscando rostros". 
Desde hace años, la Asociación Plataforma Cívica por la República de Granada viene realizando los “Paseos Republicanos”. Esta iniciativa nos ha permitido transitar las calles de la ciudad del desamparo con una nueva visión, rigurosa y también emotiva, rescatando la historia y los lugares de aquellos hombres y mujeres que la habitaron y que lucharon con el objetivo de transformarla. Para nuestra desgracia, la mayor parte de ellos fueron fusilados en los días posteriores al levantamiento fascista del general Franco, ya que en Granada capital los facinerosos se hicieron fuertes desde aquel funesto 18 de julio de 1936. El legítimo gobierno republicano y sus autoridades no tuvieron o no supieron cómo mantener el orden constitucional. Miles de personas lo pagaron con sus vidas.
Las biografías fueron reconstruidas a partir del esfuerzo colectivo de la asociación para darle contenido a los paseos. Por mi parte he contribuido a difundirlas a través de artículos escritos  para El Otro País de Este Mundo y otros medios.



CONSTANTINO RUIZ CARNERO: 
PERIODISMO DE AYER Y DE HOY

Director del periódico El Defensor de Granada, desde 1924 hasta julio de 1936, sería brutalmente ejecutado en los primeros días de la represión fascista en Granada.
           
Ligado a Granada desde la infancia

Constantino Ruiz Carnero había nacido el 8 de septiembre de 1887, en un pueblo de Jaén, Torre del Campo. Hijo de un médico-cirujano, recorrería muy tempranamente el camino hacia Granada, ciudad más propicia por tener Universidad para adquirir cualquier tipo de formación profesional o estudios superiores.
No se sabe exactamente la fecha de su llegada a Granada, tras producirse la muerte del padre y  la partida de su hermano mayor a Barcelona. Dña Lucía Carnero, ya viuda, se trasladará a Granada con Constantino y sus dos hermanas menores, Paulina y María Luisa. Al parecer el muchacho quería estudiar para periodista; estudios que curiosamente nunca llegó a realizar. Su vocación no dejaría de materializarse por este inconveniente: con sólo 17 años su firma aparece ya en otro periódico de Granada, El Noticiero Granadino. Era el año 1904.

El Defensor de Granada

Constantino Ruiz Carnero comienza a trabajar como redactor de este periódico, fundado por Luis Seco de Lucena, en 1880, a la edad de 28 años, en el año 1915. Desde este puesto como redactor irá curtiendo su formación hasta convertirse en una de las señas de identidad del periódico.
La experiencia le permite indagar en la realidad que le rodea, tomando conciencia y posición frente a los problemas de su tiempo. El caciquismo como fenómeno global, más allá del modelo de tenencia de la tierra, mediatizaba la vida política y cultural, a la vez que condenaba a una vida miserable a los jornaleros y socavaba cualquier medida de progreso y despegue de la economía agraria.
La denuncia del caciquismo será una de las constantes en los escritos de Constantino y, a medida que su personalidad y trabajo se vayan consolidando, será impronta en la línea editorial del propio Defensor de Granada. Su compromiso se hizo presente desde el primer momento: en el mismo año de su incorporación al periódico, publica “La navaja del cacique”; la cosa prometía.
Ligado a las ideas de progreso, desde las páginas del periódico se informa a la ciudadanía de las actividades políticas, ideológicas o culturales que se van produciendo. Impacta el gran despliegue desarrollado por El Defensor para dar cobertura informativa del mitin que Pablo Iglesias pronuncia en Granada, en el verano de 1915.
Al salir a la luz pública “El Ideal Andaluz” de Blas Infante, Constantino no duda en identificarse con él, escribiendo, durante 1916, toda una serie de artículos sobre el tema. De esta forma los lectores podían estar informados de las novedades que se producían, fuera y dentro de Granada, en el campo de aquellas ideas que pretendían modificar las viejas estructuras y suponían un revulsivo intelectual.
Como es de imaginar, ninguna de estas actividades pasaron desapercibidas entre los terratenientes granadinos ni entre los burgueses reaccionarios. Fueron “anotándolas” pacientemente hasta que llegó el momento de pasarle la factura.
El 25 de mayo de 1924, con 37 años, es nombrado director del periódico. Se reconocía así la labor y el sacrificio realizados por el joven Constantino. No era una vida fácil la suya. Un modesto sueldo, una modesta vida de pensión cerca del periódico, la soledad familiar al marchar su madre y hermanas a Barcelona, el esfuerzo para seguir ayudándolas económicamente, etc.
El apoyo y gratitud de muchos granadinos al conocerse el nombramiento le reconfortan para seguir en su tarea, ahora con mayor responsabilidad y posibilidades de actuar.
El Defensor de Granada vivirá un importante desarrollo tecnológico, alcanzando dos ediciones diarias, algo inaudito para un medio de comunicación provinciano, que le permitió competir con los poderosos medios madrileños.
El periódico se convierte en leal defensor de la causa republicana y crítico severo de la monarquía borbónica, influyendo en amplios sectores de la ciudad y provincia. El 28 de septiembre de 1930, El Defensor cumple 50 años, ha puesto en la calle 27.124 números, a un precio de 10 céntimos el ejemplar.

La Granada de la intelectualidad progresista y republicana

No resultaba difícil, en aquella Granada de 1920, que las gentes que compartían inquietudes, o los grupos que defendían determinados intereses, se encontrasen con frecuencia o supiesen dónde encontrarse. Ciudad pequeña y provinciana, apenas zarandeada por la Universidad, su clasismo se concretaba en ámbitos definidos de reunión de unos y otros.
En aquella Granada de cafés y tertulias, los más jóvenes hacen del Café Alameda su punto de encuentro. Ubicado en el centro de la ciudad, en la Plaza del Campillo, su ambiente variaba según las horas. Próximo a los teatros de la ciudad, también a la “manigua” (barrio donde se ubicaban las prostitutas), algunos cabarets y otros cafés tradicionales, era punto de encuentro madrugador de marchantes, gitanos y gentes vinculadas al comercio de ganado, dada su proximidad al Barrio del Humilladero.


En este lugar tan peculiar, y hoy desgraciadamente desaparecido, se configuró la Tertulia El Rinconcillo, que acogió a la joven intelectualidad progresista de la ciudad. Muchos nombres que se harían famosos con el paso de los años formaban parte de esta tertulia: escritores, pintores, escultores, periodistas, médicos,  poetas, etc.
Fueron “rinconcillistas”: Manuel Ángeles Ortiz, Ismael de la Serna,  Manuel Pizarro, Hermenegildo Lanz, los hermanos Fernández-Montesinos Lustau, Mora Guarnido, Francisco y Federico García Lorca; y, por supuesto, Constantino Ruiz Carnero, entre otros más.
Es de imaginar que su posición como redactor y luego director de El Defensor sirviera como plataforma para divulgar las inquietudes e iniciativas de los rinconcillistas. Y con el tiempo, también, para realzar el trabajo de aquellos que triunfaban fuera de Granada. El caso más palpable, el de su entrañable amigo, Federico García Lorca.
No hubo actividad rinconcillista en la que no participara en persona y de la que no diera difusión a través de El Defensor. Está presente en los homenajes que se organizan desde la tertulia, al poeta Soto de Rojas, al ensayista Ángel Ganivet, al músico Isaac Albéniz, etc. Cuando Federico estrena en Granada, en 1929, su obra de teatro Mariana Pineda, el homenaje que se realiza al dramaturgo es organizada por Constantino Ruiz Canero; siendo muchas las imágenes fotográficas que nos han quedado, en las que es palpable la relación y amistad de ambos en todos los períodos de sus cortas vidas.
Sus vivencias como rinconcillista también le servirían a él, sin ninguna duda, para ampliar el conocimiento de Granada y sus gentes; conocimiento que quedó reflejado a través de una serie de artículos irónicos que escribió y que se publicaron en el periódico bajo el título de “Siluetas”.

Momentos de posicionamientos y compromisos

La proclamación de la II República, el 14 de abril de 1931, puso en evidencia las graves contradicciones que arrastraba la sociedad española y las dificultades para sacar adelante el proyecto reformador y modernizador que la república representaba.
Constantino Ruiz Carnero, afiliado a Izquierda Republicana, fue elegido concejal del Ayuntamiento granadino, certificando así su compromiso político, más allá del compromiso intelectual.
En este período su vida sufre otros cambios. Muerta su madre pocos meses antes, sus hermanas e hijos abandonan Barcelona para regresar a Granada. Constantino deja la pensión y alquila un piso en la céntrica Carrera del Darro para poder albergarlos.
En 1931, aparece otro período, Ideal, que aglutinará a los sectores conservadores, encabezados por la burguesía terrateniente. Este nuevo diario, como era de esperar, se convertirá desde el principio en el gran opositor al El Defensor de Granada.
Durante la huelga general de 1934, numerosos políticos y sindicalistas son detenidos por la policía. La represión también llega a los sectores intelectuales. Sin ir más lejos, es detenido D. Alejandro Otero, quien fuera Rector Magnífico de la Universidad, y catedrático de Obstetricia. También son detenidos Wescenlao Guerrero y, por supuesto, Constantino Ruiz Carnero, entre otros. Permanecen presos hasta diciembre. Es tan sólo el aviso de lo que está por venir.
El 5 de julio de 1935, tras una crónica irónica publicada sobre un mitin de la CEDA en Mestalla, Francisco Rodríguez, presidente de Acción Popular en Granada, allana el domicilio de Constantino, siendo éste injuriado y golpeado, así como su hermana mayor cuando acude a auxiliarlo. El círculo se va cerrando.
Sus amigos reaccionan ofreciéndole un emotivo homenaje, periodistas de distinto signo ven en los ataques sufridos por el periodista una amenaza para la libertad de expresión.
Las elecciones de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular, tuvieron en Granada un desarrollo bien complicado. Las izquierdas denuncian el “pucherazo” de la derecha y tras días de una gran convulsión social y huelguística en la ciudad y provincia, tienen que volver a realizarse, ganando las candidaturas del Frente Popular. En dichos acontecimientos es asaltada y quemada la sede de Ideal, que no volverá a salir a la calle hasta julio, para participar activamente en el golpe fascista contra la legalidad republicana.
En este contexto, Constantino Ruiz Carnero, vuelve a la corporación municipal, siendo elegido Alcalde interino de la ciudad. En la toma de posesión afirma: “Venimos más republicanos que cuando salimos, para defender a la República y servir a la ciudad”. A pesar de las presiones recibidas por parte de los partidos políticos, para que acepte la titularidad de la Alcaldía e, incluso, la Presidencia de la Diputación Provincial de Granada, tal era su prestigio, Constantino rechaza ambas posibilidades y regresa a su actividad como periodista, abandonando su puesto como concejal el día 1 de marzo. Apenas le quedaban 5 meses de vida.
Como siempre, desde las páginas de El Defensor de Granada, se anuncia la próxima  llegada de Federico García Lorca a la ciudad. Era el 14 de julio de 1936.

Constantino Ruiz Carnero y su brutal asesinato

La furia represiva que se desencadena en Granada, a partir del 20 de julio de 1936, producto de la incapacidad de las autoridades republicanas para organizar la defensa de la legalidad, es sobradamente conocida. Había que dar una lección lo suficientemente contundente y ejemplificadora.
El 20 de julio es cerrado El Defensor de Granada, una de las primeras decisiones de las autoridades golpistas. El 22, Ideal publica la declaración del estado de guerra y la justifica y en su primera página anuncia a bombo y platillo que “En Granada, los comités de huelga serán fusilados”.
El 27 de julio es detenido en su domicilio Constatino Ruiz Carnero, siendo pronto trasladado a la Prisión Provincial, donde se hacinan más de 2000 detenidos. A estas alturas ya se han producido varios fusilamientos colectivos. A pesar del miedo que se vive en la ciudad es posible que mucha gente supiese lo que estaba pasando. A partir del 8 de agosto la represión toma una nueva dimensión, grupos de presos serán ejecutados como respuesta, dicen, a los bombardeos republicanos. No sabemos si Constantino estaba entre ellos. Seguramente sí.
Su sobrino, Jesús Fuster, un niño por entonces, pudo recoger posteriormente el testimonio de José María García Carrillo, amigo de su tío, y que compartió con él aquellos días de prisión. Según este testimonio, Constantino fue golpeado en la cabeza con la culata de un fusil, rompiéndole las lentes, cuyos cristales se clavaron en los globos oculares. Estuvo agonizando durante horas, sin que fuera atendido por sus carceleros. Lo subieron a un camión para llevarlo con otros al cementerio para fusilarlo, “pero no pudieron hacerlo porque al llegar ya había muerto”.
Desde entonces, Granada y sus gentes, no tienen quien las defiendan.

Buscando rostros en la ciudad del desamparo

Desde la Asociación Plataforma Cívica por la República de Granada, se trabaja desde hace unos años para reconstruir el mapa de la Granada republicana, a través de sus personajes, utilizando el novedoso método de los paseos o recorridos culturales. Una manera paciente – y no demasiado cruenta-  de enfrentarse a la pregunta de por qué el olvido. Pregunta que no sólo deben hacerse  los entendidos, los historiadores, los comprometidos, sino, en la medida de lo posible, todas y todos los que habitan la ciudad, o la transitan coyunturalmente.
Granada es para quienes iniciaron esta experiencia una ciudad fantasmagórica, casi sin rostro, sin sitio en el tiempo histórico. Ni vieja ni nueva, ni antigua ni moderna. Un  simple fantasma o un espectro.
Hay que volver a caminarla delicadamente, de a poco,  para que el dolor no impida que se puedan ir recogiendo vidrios que formaron lentes (gracias al conocimiento acumulado por muchas generaciones y superando el oscurantismo); lentes que permitieron leer y escribir (construyendo escuelas, dignificando a los maestros, garantizado la laicidad, uniendo a niños y niñas en las aulas, llevando el cine, el teatro y la poesía);  escribir al servicio de los explotados y los humildes (y no al servicio del mercado, de los especuladores, defraudadores o manipuladores institucionales), escribir para expresar ideas y seguir garantizando el conocimiento de las mayorías y no para ganar dinero turbio, soez, sangriento. Escribir como lo hacía “Costancio”, pseudónimo que utilizaba con frecuencia el director de El Defensor de Granada.
Con el “Recorrido cultural por los lugares de la Granada de Constantino Ruiz Carnero”, volveremos a recorrer la ciudad de Mariana Pineda, Salvador Vila, Alejandro Otero, Agustín Escribano, Federico García Lorca y tantos otros para los cuales la República fue una esperanza, una posibilidad de modernizar a la España caciquil, corrupta y atrasada que heredaron. La sorpresa ante el secuestro de la memoria puede  acabar convirtiéndose en espanto. Debemos buscarle una explicación.
¿Qué clase de violencia puede justificar que nos legaran una ciudad habitada por fantasmas? Negarnos la posibilidad de conocer el pasado, de valorarlo en su justa medida histórica, nos ha castrado para entender nuestro presente y, lo que es más cruel, para decidir en qué futuro queremos embarcarnos para no seguir embarrados.
Nos hemos acostumbrado a sobrevivir en una ciudad sin rostro, sin definición, puesto que sus mejores hijos e hijas fueron asesinados, encarcelados, desterrados, exilados, condenados al olvido, quizás con el objetivo de que llegáramos a la conclusión de que las cosas siempre fueron así, mortecinas, corruptas, inmóviles, para convencernos de que la única realidad posible la constituye el mundo de los “putrefactos”, que dijera Federico García Lorca.
Tras el recorrido, la Asociación Plataforma Cívica por la República de Granada, realizará un acto sobre Constantino Ruiz Carnero. Siempre buscando el objetivo de trasladar hasta el presente las inquietudes y voluntades que dieron cuerpo a la existencia y trabajosa lucha de esta generación de hombres y mujeres. En este ocasión para reflexionar sobre la situación actual del periodismo.

Roete Rojo

viernes, 27 de enero de 2012

No te duermas, papuchi lindo

"Ven madrecita, ven,
que quiero hablarte,
quiero contarte 
que ayer murió mi amor.
No puedes figurarte, madrecita,
sin mi vidita,
cuál será mi dolor".
(Carlos Gardel)

Sólo Clara le comprendía cuando llegaba la hora de las soledades que el vino trae de la mano.
En la casa se hacía un silencio tenso, en el que se podían cortar los improperios, las desilusiones y las quejas.
El insistía en acostarse con ella y con una ternura desproporcionada la arropaba mientras payaseaba haciéndose el cojo, el mudo, o hablándole cosas que provocaban  su sonrisa, en todos los idiomas del mundo, de los cuales muchos le eran desconocidos.
- Mira, gacela, si cierras los ojos y escuchas lo que tu padre te dice, descubrirás que el techo no es el techo sino el cielo del África austral, que no estás metida en la cama sino acostada sobre un lecho de plantas aromáticas junto a decenas de animales salvajes que vigilarán tu sueño...allí, donde hemos llegado juntos no existe la perrera, ni tendrás que levantarte temprano para esconder en el portal a ese perro canelo que yo sé que te quita el sueño... ¿oyes los cantos de los pájaros?, ¿no sientes en las piernas el cosquilleo de las suaves caricias?... siempre juntos, tu y yo, sin nadie que nos moleste ni nos obligue a hacer las cosas que odiamos, de la mano, abrazados cuando llegue el frío, desnudos de la mano cuando nos sofoque el calor, y cuando me haga viejo, ¡no pongas esa cara, gacela!, ya no recordaba que yo nunca me haré viejo... viviremos en una cabaña y tu podrás llevarte a todos los perros del mundo, esos perros desamparados que acuden buscando tus piernas como el imán atrae al hierro, ¡a todos!, y darles de comer en la mano y besarlos y cuidarlos como ellos se merecen... quizás, entonces, te cambie esa tristeza que tus ojos arrastran, esa debilidad que te critican porque no te entienden, porque yo, sólo yo, entiende a la gacela...
Encantada con sus relatos Clara no comprendía que el tiempo pasaba; de vez en cuando su madre asomaba la cabeza por la puerta y le hacía señas para recordarle lo tarde que era y para recordarle las otras cosas que no podía advertirle en ese momento. Como una consumada actriz de teatro, ponía ojitos de sueño y lentamente, muy lentamente, para no romper el sortilegio, pestañeaba.
- Mi gacela tiene sueño y su papuchi lindo le va a cantar una canción para que así se quede dormida sin darse cuenta, verás cómo te gusta, es la historia de una niña como tú, es la historia de un padre como yo.
Historias terribles que prestaban letra a música de tangos versátiles puesto que variaban de un día para otro y que sonaban como lamentos más desgarrados que los discos en el viejo picú.

Así pasaban sus noches, en amaneceres deliciosos en los que Clara se permitía trastocar los papeles y cuando vencido por el cansancio y el sopor quedaba dormido, le quitaba las botas y compartía con él la ropa de la cama y le contaba susurrando al oído historias aún más inverosímiles mientras le acariciaba el pelo y le besaba suavemente los ojos hasta quedar rendida y sobrecogida, abrazada a su cuello, oliéndolo, sintiendo los latidos de su corazón, del aquel corazón que él le juraba no dejaría nunca de funcionar.
- Tu padre se muere -dijo Don Manuel una mañana-, se está muriendo por días y no hay posibilidad alguna de frenar el desenlace.
Todas las mentiras juntas la aplastaron rompiendo el espejismo que había pervivido con el paso de los años mientras comprobaba cómo se atemperaban los sentimientos, cómo se reducían hostilidades y una especie de calma chicha, dulzona, se impregnaba allí donde en otro tiempo los reproches los envolvían como una enredadera.
Necesitó caminar y gritar, recorrer las mismas calles que anduvieron bajo la lluvia, envueltos en impermeables tan grandes como el mundo, mojándose los zapatos en los charcos, ilusionados con no regresar, con huir hacia la estrella polar, imitando el vuelo de las águilas, haciendo de ciegos y lazarillos, jugando a no pisar los filos de las baldosas, ganando apuestas en las tabernas.
- La gacela divide por tres cifras... ¿quién se apuesta un vaso?-; sintiéndose el centro de su universo gracias a la complicidad, y de nuevo a casa con los ojos tapados, vuelta sobre vuelta para despistarlo aún a sabiendas de que nunca perdía el sentido de la orientación.
- No te vayas, gacela, no puedo soportar tu ausencia.
El círculo se va cerrando de  manera natural. Ahora es él quien yace en la cama acobardado, preso voluntario de las mentiras, y Clara quien, borracha de desesperación, inventa historias de final feliz.
Su padre mira al techo, día y noche, como si estuviese sorprendido, incapaz de romper un mal de ojo o un encantamiento. Clara ha pintado en el techo algunas constelaciones y le exige implacable que se las describa y le diga sus nombres...a veces no encuentran la estrella polar que se esconde para ocultar las lágrimas. Vigila su mal sueño, siempre las manos entrelazadas, visitando con la punta de los dedos cada articulación, cada arruga, cada pequeña herida o cicatriz, en un intento último de aprenderse de memoria; fuman a medias, respiran a medias, denuncian a medias la hostilidad e impertinencia de los que les interrumpen sin ser llamados, prefieren la noche porque ella les permite  revolcarse en la locura de los sueños, a estas alturas inalcanzables.
Tan delgado está -piensa Clara- que seguro podría envolverlo en una sábana y cogerlo en brazos y subirnos juntos a la terraza para engañar al calor y jugar a los indios, que siempre fueron buenos, y alumbrarnos con meloncitos como aquellos que preparabas en septiembre, con su velita dentro y que acaban rotos porque según mi madre me podía quemar; podrías enseñarme esperanto, ese idioma de ilusionistas que inventabas a placer y con el que siempre me enrabiabas porque yo no te entendía... siempre, siempre, palabra que pasó del blanco al negro, palabra endemoniada que ayer lo era todo y hoy se niega a tener significado para nosotros.
- Papuchi, dicen que esta tarde  habrá un eclipse de sol, baja conmigo a la calle, ahuma vidrios de botella para que los niños podamos verlo sin quemarnos los ojos… no te hagas el dormido; llévame al río a ver cómo los cangrejos asoman sus bigotes tras las piedras, llévame a soñar contigo las batallas de tu niñez, sálvame de nuevo de aquella tormenta primaveral que tanto te asustó que fuiste por primera vez a recogerme a la salida de la escuela, prepárame comidicas, ¿recuerdas?, con recetas milenarias que aprendiste de Sanquiliponti, de nombres maravillosos, no mires al techo, papi, ya es de día y se marcharon las estrellas, bajemos a casa antes de que mi madre nos eche en falta, convéncela de que me deje marchar esta mañana contigo, no me dejes sola hasta medio día en que me ordene buscarte por todas las tabernas del barrio, llévame contigo a la cantinilla, allí hace sol y Paco me deja jugar con el perro viejo al que le faltan los dientes... Papuchi, despierta, no te hagas el dormido, recuerda cuántas promesas te quedan por cumplir, huyamos antes de que sea demasiado tarde, antes de que ocurran todas esas maldades que pronosticas, antes de que me olvide de tí y tengas que pasar por la pena de verme con otro de la mano y no te quede más consuelo que hablarle a las plantas, levántate, padre, el ciruelo que plantamos en el bidón de las aceitunas está seco, tenemos que regarlo, las moras están maduras y aunque mi madre no quiera, podrás subirte al árbol a recoger un buen plato, vámonos, vámonos antes de que ocurra un cataclismo, llévame a ese país donde cada cosa lleva escrito su nombre y no existen diccionarios, no te duermas, papuchi, que aún no me enseñaste a resolver el crucigrama de la vida, que aún nos quedan muchos tangos por escuchar...

                             "Ayer se la llevaron dulcemente
                             y sólo un reproche mi aflicción lanzó,
                             la quise demasiado, intensamente,
                             por eso lentamente
                             la dicha la mató".
                                                          (Carlos Gardel)

Clara

Premio Nacional Relatos Cortos escritos por mujeres. Atarfe-Granada. Marzo-1996

martes, 24 de enero de 2012

La desgracia

Cierto día, mi mascota me contó que una amiga común estaba pasando por un mal momento. –Escríbele, me dijo.
          Por aquellos tiempos mi insomnio resultaba de lo más productivo: pasaba la noche escribiendo, corrigiendo trabajos ajenos, etc. Aquella madrugada, antes de irme para la cama a descansar un rato, escribí a nuestra amiga un corto, un “suelto”, que diría Juan Ramos, con la intención de que cuando llegara al trabajo y abriera su correo electrónico, la lectura le hiciera reír o al menos sonreír.
          Bien temprano recibí una llamada telefónica. Era ella llorando entristecida.
          Creo que este corto es un arma de doble filo, más allá de cuál fuera mi intención al escribirlo. Otras gentes también lo han sentido como una historia muy triste, ¡hasta de cruel ha sido calificado! Parece que tuviera vida propia o quizás tan sólo, múltiples lecturas.
          Lloren, sonrían o rían.

LA DESGRACIA DE NO TENER GRACIA

          Nací cuando la resaca de la postguerra aún dejaba oír sus lamentos.  En ese contexto tuve la desgracia de ser la segunda hija... ¡Y además, flaca! Era el peor de los errores filiales que se podían cometer. Estar flaca era un recordatorio de las hambres pasadas. De nada servían las explicaciones que mi madre se empeñaba en ofrecer a todo hijo de vecino:
-Mire usted, doña Paca, la niña come como una pupa viva.
De nada servían tampoco los remedios que las mujeres de la casa practicaban conmigo, incluido el de pelarme a rapa pues, según ellas, yo no engordaba porque el pelo me comía a mi.
Pero no sólo no engordaba sino que, por si faltaba alguna prueba oculta, sufría ataques de raquitismo. Las piernas como alfileres y las rodillas  adornadas con permanentes pupas y cardenales diseñaban los últimos detalles estéticos.       
- No tiene remedio, doña Paca, la niña se cae en lo más llano.
Cuando mi madre salía a trabajar o a cumplir sus promesas, me dejaba en casa de doña Paca, una viuda malagueña que vivía en el bajo derecha. Los niños jugaban en la calle, subían a los árboles, jugaban a la lima, luchaban con los tirachinas pero yo, como según ellas estaba enferma, me quedaba mirando tras la ventana abierta y cuando la calle quedaba sorpresivamente callada, contaba habichuelas blancas que iba pasando de una latita a otra. Cuando mi madre venía a recogerme y preguntaba cómo me había portado, doña Paca contestaba condolida:
- ¿Cómo se iba a portar, Carmela, si al angelito no le sale la voz de la garganta?
La cosa es que nunca me preguntaban si me encontraba bien o mal, era un ser extraño que había llegado a sus vidas sin ser solicitado. A la menor recriminación, lloraba. Lloraba en silencio, sin escándalos, como si mi llanto no fuera cosa de este mundo. Si hubiese llorado como mi hermana mayor, sin lágrimas, entre gritos y maldiciones, la cosa no hubiese llamado la atención. Pero, oigan, mi habilidad consistía en llorar en silencio, mordiéndome el labio inferior con mis perfectos dientes, mientras las lágrimas caían como una catarata amazónica.
¡Cuánto no habré llorado durante mi niñez y adolescencia!
Lloraba con la misma facilidad con que otros alzan la vista o cierran los ojos. Tanto es así que hasta lloraba a petición y por solidaridad. Que pegaban a mi hermana mayor, yo lloraba y ella no. Si nos daban unas perras para ir a la matiné del domingo, tenían que sacarme del cine porque mientras todos los niños reían con el Gordo y el Flaco...  yo me embarracaba. Las de Cantiflas me provocaban el mayor de los desconsuelos. Mi hermana intentaba quitarle al asunto dramatismo y me decía:
-¡Cuánto más llores, menos meas!.
Mi padre fue el que obtuvo el doctorado en esta ciencia-familiar consistente  en "hacer llorar a la pava". De pequeña, mientras se aseaba en el cuarto de baño a mí me gustaba observarlo.  El me decía: -Gacela, mira a ver qué tengo aquí, en el cuello, detrás de la oreja. Se agachaba para que yo pudiera palpar la zona en cuestión, sin encontrar nada. El proseguía:
-Tengo un bulto, un bulto que sale pocos minutos antes de morir, ya empiezo a sentirme mal.
Entonces, hacía como que se iba desmayando y caía con la brocha de afeitar en la mano sobre el suelo. Yo corría a su lado...y me ponía a llorar. Cuando él pensaba que ya había llorado suficiente, ¡Ale hop!, se levantaba y resucitaba.
Pensaréis que es normal que un niño caiga en esta trampa... hasta cierto punto... sobre todo si cumples 14 años y sigues llorando por la misma cosa. ¡No negaréis que no tenía mérito!
Otro ejemplo de lloro por encargo. Es la hora de la comida, algunas veces coincidíamos mi madre, mi padre y yo. Entonces él decía:
- Carmela, a la niña le pasa algo, está muy rara.
- A la niña no le ocurre nada, Juan, yo la veo normal, bueno, como siempre.
- Te digo que a la niña le pasa algo...
- Mira, Juan, como te empeñes, acabará pasándole algo.
- Carmela, te digo que a la niña le pasa algo... ¡Lleva tres cuartos de hora sin llorar!
Para acabar rápido con aquella disputa familiar, yo lloraba.
Pero mucho peor que estar delgada y según ellos, enfermiza, era mi falta de gracia. Lo peor de todo fue vivir la desgracia de no tener gracia.
En fin, todas estas cosas son relativas, ya se sabe. Si yo hubiese sido hija única hubiese sido difícil saber si yo tenía más o menos gracia. Pero era la segunda en una familia en la que la primera era el colmo del donaire, del salero, del arte... la repolla, vamos.
A mí no me hicieron jamás un traje de gitana, ni de aragonesa ni de chulapa; ni siquiera me preguntaron jamás si me hacía ilusión utilizar los trajes que a mi hermana quedaban pequeños con el tiempo. Para cualquiera de aquellas cosas había que tener un mínimo de gracia... pero yo había nacido, a todas luces, con la desgracia de no tenerla.
Por eso nunca podré olvidar aquel domingo en casa de mis padrinos a la hora del arroz con clavo (el arroz de mi madre nunca llevaba clavo y el olor era bien distinto). Estaban todos reunidos, incluso la Tía Juanita y el Tito Curro, tan bondadoso que nos daba una perra chica por cada cana que le arrancábamos de la cabeza; estaban todos contentos, seguro que habían bebido más vino del normal, hacía un terrible calor... cuando, no se por qué, a mí se me ocurrió cantar, de pronto, una canción creo que mexicana, imitando a algún artista visto en el cine:  "Con ese lunar que tienes cielito lindo junto a la boca, no se lo des a nadie, cielito lindo, que a mí me toca, ay, ay, ay, ay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones..."
Casi que se parten de la risa  pero pretendieron que siguiera cantando y cantando y cantando y pronto descubrí la poca gracia que tenía tener gracia, sobre todo por capricho y con aquel calor, y decidí volver a llorar por encargo. Uno no puede cambiar, así, de la noche a la mañana, olvidar todo lo aprendido, cambiar el gesto del rostro... ¿Qué pensarían mi maestra, los primos, las niñas de la calle? No, decididamente, no quería sufrir la desgracia de tener gracia.
No penséis que por ello tuve una niñez triste, o si la tuve nada tiene que ver con esta desgracia. Ser la "pava güevos", o sencillamente, "la llorona", también ofrecía en aquella tardo postguerra sus ventajas. Nunca pensaron que fuese capaz de infringir una norma, contaba con más libertad que otros, y me dieron la oportunidad de descubrir la lectura y de inventar historias... también de echar discursos... como aquellos que me lanzaba con 8 años en el taller de costura de la tía Encarna; mi madre todos los veranos tenía la tomatera de enviarme con algún pariente al pueblo a ver si con el aire del campo conseguía engordar.
Allí, en el taller, me subían en una silla y mientras todas las aprendizas estaban sentadas formando un semicírculo trabajando en sus prendas, yo me largaba unos mítines incendiarios, utilizando palabras y expresiones que dejaban boquiabiertas a las pobres muchachas; en alguna ocasión, incluso, lo recuerdo muy bien, fue un discurso cojonudo sobre la República y el voto femenino.
-   ¿Dónde puñetas habrá oído estas cosas la zagala?, se preguntaban.
La Tía Encarna tuvo que cerrar en varias ocasiones la ventana del taller para evitar mayores.
Fue por aquella época cuando descubrí que era una suerte tener la desgracia de no tener gracia.

Marianita

sábado, 21 de enero de 2012

La abuela Adela

En aquellos años el barrio granadino del Realejo guardaba aún bastantes reflejos de lo que fuera su pasado medieval. Calles estrechas y húmedas protegían el espacio íntimo de multitud de casas de vecinos ordenadas alrededor de patios interiores. En una de esas casas vivía la abuela Adela; justo a la salida del Cobertizo de Santo Domingo.
Yo pasaba temporadas enteras en aquella vivienda que, a pesar de ser un primer piso, tenía un pequeño jardín al que se bajaba desde la cocina. El pasillo que bordeaba el tragaluz acristalado me permitía, tomando como referencia mis medidas de entonces, vivir varias historias cuando atenazada por el temor tenía que atravesarlo y se me hacía interminable. La figura de la abuela Adela deformaba más aún los espacios vacíos. Nunca sabías por dónde surgiría porque ella no llegaba, aparecía.
El recuerdo, siempre tan movedizo, me la devuelve ahora convertida en una noble madona de contornos voluminosos, en señora muy antigua y pechugona. Me dejaba hacer y mis días transcurrían subida a la sillita de anea para alcanzar la pila de lavar, simulándome lavandera mientras cantaba letrillas de trágicos amores tan propias de la época. Observaba a los gatos en sus idas y venidas desconfiadas, desmigaba el pan para que se acercaran a donde les esperaba inmóvil para no asustarles, mecía la muñeca de cartón, la salvaba de mil peligros. Allí me sentía libre y tranquila. Tan sólo al atardecer, cuando regresaban sus verdaderos nietos, dos muchachos que me doblaban la edad, aquel mundo comenzaba a perturbarse. Nunca llegué a saber por qué me llamaban “pitirra”, por qué me hacían rabiar ni por qué llenaban de tenebrosos obstáculos el largo pasillo que recorríamos para llegar al único dormitorio que los cuatro compartíamos.
Desconfiaba de la calle y cuando la abuela Adela me pedía que le hiciera algún recado, procuraba caminar deprisa, contando portales y rejas por temor a perderme. La leche de cabra, el pan blanco y el cuarto de barra de hielo para hacer la granizada de limón en los meses de verano.
Los sábados eran días especiales pues salíamos juntas a la calle, siempre el mismo recorrido. Entrábamos en la iglesia de Santo Domingo y ocupábamos la esquina de un banco. Mientras duraba la ceremonia yo imaginaba múltiples aventuras y sólo regresaba a la realidad cuando me daba la moneda de cinco céntimos que debía echar en el cepillo del cura-niño. Tenía que deslizarme hasta la esquina ocupada por ella y aproximarme al pasillo... entonces, él me guiñaba un ojo, yo enrojecía y regresaba junto al viejísimo bolso de la abuela Adela. De vuelta a casa, entrábamos a la farmacia y me compraba una cajita de pastillas "Juanola". El comentario se repetía: -Cuéntalas bien, niña, pues tienen que durarte hasta la próxima semana.
Intuía que guardaba grandes secretos y a hurtadillas intentaba  vigilarla con la esperanza de pillarla en un descuido. Pero siempre eran los mismos gestos, los mismos recorridos, las mismas acciones. Todas las noches, ya muy tarde, cuando creía que sus nietos y yo dormíamos, daba vueltas y vueltas a la manilla del transistor que guardaba debajo de la almohada hasta dar con una voz entrecortada que le arrancaba, noche tras noche, suspiros y exclamaciones.
Un día, bien temprano, creí cogerla in fraganti. Caminé todo el pasillo sin tropezármela, entré a la cocina sin encontrar huellas de su presencia, ni tan siquiera el olor a café de malta hirviendo sobre el hornillo de petróleo, la puerta del jardín estaba cerrada por fuera. Tomé mi sillita y la busqué con la vista a través de la ventana. Allí estaba ella: sentada de piernas abiertas, el espejo sobre una maceta, una serie de utensilios sobre el faldón...¡Estaba calva!... ¡Era pelona!  Manejaba con destreza unos rollitos de pelo parecidos al crepé, untaba unas brochitas en distintos líquidos, se pintaba el cuero cabelludo e iba pegando con paciencia y destreza los trozos de pelo postizo hasta construir su inmenso moño. Luego, lavaba las herramientas bajo el agua, se miraba por última vez coquetamente en el espejo y lo guardaba todo en una talega de tela.
Aquella mañana no pude tragar el tazón de pan con leche, me encontraba enferma, temía que de pronto la abuela Adela pudiera descomponerse, que toda en su conjunto fuera mentira, que las tetorras fueran extrañas, los dientes ajenos, la narizota de cartón piedra.
Sin embargo, sus grandes misterios siguieron a buen resguardo y hubo que esperar a que pasaran muchos años para que salieran a la luz.  De la hermosa casa del Realejo habían desalojado a todos los inquilinos. La familia de la abuela Adela vivía ahora en un piso cualquiera, justo debajo del nuestro.
Tuvo que producirse  el estruendo, seguido de lamentos. Tuvimos que encontrarla en el suelo con la cabeza envuelta en sangre, toda su ropa mojada por el agua jabonosa que salía del fregadero  y que amenazaba a esas alturas con inundar el pasillo, bajo los efectos del gran trompazo... ¡Para oírla hablar en catalán!, en su lengua, en la lengua con la que había pensado desde que tenía uso de razón y que había tenido que silenciar y doblegar porque puso una bandera republicana en el pueblo de Andalucía en el que trabajaba su hijo telegrafista, porque después hubo una guerra que ella perdió, porque anduvo encerrada en sitios donde la carne de sus pechos se le caía a pedazos sin que pudiera evitarlo y donde se le cayó el pelo de tanto espanto que nunca más volvió a crecerle.
Lo que ella escuchaba en las noches del Realejo, cuando pensaba que sus nietos y yo dormíamos, aquella voz entrecortada que le arrancaba suspiros y exclamaciones, no era otra cosa que Radio España Independiente, emitiendo en catalán.

Premio de Relatos Cortos escritos por mujeres. 
Alcorcón (Madrid) 2001

Desde la narrativa, digo

       Me reconozco aturdida por las exigencias del blog. Percibo que para el “público de la gente” (expresión flamenca que no deja de hacerme gracia), se trata de una especie de diario. Yo me empeño en vivirlo como si fuera un “tabloide”, un periódico grande, que tiene portada, secciones, páginas centrales y contraportada. Para mi es un periódico, una revista en la que puedo escribir con libertad. Ya Inma me ha dicho mil veces que me olvide de esas deformaciones profesionales, ¡que un blog es un blog! Cuando me lo aclara, una y otra vez por teléfono, seguro se me pone cara de pan mientras ella se reprime para no gritarme que soy subnormal profunda.
          También recibo presiones domésticas, sobre todo protagonizadas por  mi “mascota” (este detalle podría ser argumento de un cuento que dejaremos para mejor ocasión). Presiones para que actualice a diario el blog, para que cuelgue esta o la otra cosa que escribí hace tiempo, etc.; como si el día tuviera cien horas y yo no tuviera otra cosa que hacer.
          Para atender a unos y a otros, inicio la etiqueta “Palabras desde la Narrativa”, con el cuento titulado, “La abuela Adela”.
          En esta etiqueta se podrán leer cuentos escritos en distintas épocas y también, lo que yo denomino, “cortos”, que son como exabruptos breves, ataques de rabia, momentos de pasión, instantes de alegría desbordada, melancolías y solidaridades. Todos con el denominador común del sarcasmo y la ternura.
          Llevan razón los que afirman que lo mío es la prosa. Mas yo, siempre contestataria, les increpo que se toquen las narices (hoy me levanté muy educada pues en condiciones normales la expresión  habría sido, “que se toquen los cojones”), puesto que gran parte de mi prosa entra dentro de los cánones de la prosa poética.
          Los cuentos y cortos que se vayan publicando (¡me niego a seguir utilizando la expresión “volcando”! pues no soy propietaria de una empresa de derribos), no tendrán en ocasiones la fecha en que fueron escritos ya que en su día no se me ocurrió que fuera importante.
Envueltos en hipérboles, metáforas  y fantasías, muchos contienen a todas luces partes fundamentales y sensibles de mi vida; otros, no, pues no me importa reconocer que fueron escritos por encargo; no piensen en encargos comerciales, sino de carácter solidario y colectivo.
Bastantes tienen como objetivo preservar a través de estos estilos literarios la grandeza y memoria de los derrotados. No resulta difícil entenderlo puesto que pertenezco a una familia  cuyos miembros vivieron los acontecimientos que convulsionaron a España y al mundo durante los años 30, posicionados con los trabajadores y sus familias, fueron anticlericales consecuentes, defensores de la legalidad republicana; protagonistas de la explosión democrática que supuso la proclamación de la II República Española, el 14 de abril de 1931; y luchadores antifascistas con todas sus consecuencias.
          Como dice el dicho, “Bienaventurados los que a los suyos se parecen”.

          Desde la Ciudad del Desamparo, a 18 de enero de 2012
          Roete Rojo

jueves, 19 de enero de 2012

Arrancándole besos a la Historia

  Crónica de mi 4º viaje a la tierra liberada de Bolívar
  

            La Historia puede ser un libraco pesado de cargar, repleto de jeroglíficos indescifrables.
            La Historia puede ser una margarita que alguien deshoja con impunidad.
            La Historia es a veces tan sólo una operación de travestismo que oculta la verdad a través de espejos deformados.
            La Historia también se esconde tras la piel de una piedra arrojadiza.
            Son las Historias escritas por manos empolvadas
 que temen a la vida y actúan como viles peones de la muerte.
            La Historia verdadera, sin embargo, es la VIDA, una erupción que no calma ni una bomba de antihistamínicos.
            La Historia verdadera duele y desgarra como un parto.
            La Historia es coqueta, muchacha siempre adolescente, que muestra su piel brillante y sus perfectas piernas torneadas. Muchacha escurridiza, sirena de cuento infantil, se resiste a ser apresada y nos apresa.
            La Historia es el postre de los pobres, por eso los bribones no se sientan en su mesa.
            La Historia soy yo porque así lo decido cada día en que despierto
aunque los truhanes atranquen las ventanas.
            La Historia soy yo porque así lo decido en este día en que pareciera que los hilos del columpio en que me mezo están a punto de romperse.
            La Historia soy yo en este día en que busco entre sus arrugas ese beso pensado para mí y que quedó prendido, molesto y angustiado en los labios del Libertador.
            La Historia, sin más, la construyo yo al decidir arrancarle los besos que me pertenecen.

            En Caracas a 31 de julio de 2003, en la Plaza San Jacinto, junto a la casa del Libertador, tomando como siempre una cerveza Brahma.

            La Loca Manuela Granadina

miércoles, 18 de enero de 2012

Desde la poesía, digo

Terrible situación ésta en la que me encuentro. Hacer públicos algunos de  mis ensayos como poeta.
            Viene el recuerdo inmediato de las sabias palabras del gran Maiakosvski; palabras que leí hace décadas y que quedaron para siempre grabadas.
            Ser poeta es un oficio como otro cualquiera, decía Maiakovski. Por lo tanto hay que dedicarle tiempo y mucho aprendizaje. Recuerdo la imagen: el poeta debe cada mañana salir a la calle con su libreta para anotar todo tipo de cosas que haya podido observar, sentir, oler… con ese material debe trabajar un horario fijo, con disciplina, como cualquier obrero o campesino, debe rendir cuentas y someterse, ahora diríamos, a controles de calidad y de utilidad social; debe ganar su salario, el suficiente para llevar una vida digna…
            Desde entonces mi relación con la poesía no ha sido fácil. Nunca pude dedicarle el tiempo ni el esfuerzo y, según el pensamiento del gran poeta revolucionario, no he llegado a superar el nivel del peón menos cualificado.
            Cada vez que he vuelto a intentarlo he escuchado cómo me hablaba al oído el protagonista de la novela de García Márquez, “El amor en los tiempos del cólera”: - Vas por mal camino, roete rojo, tú ya sólo podrás escribir informes políticos o artículos de opinión política.
            Llevaba razón Florentino Ariza, lo sabía de buena tinta porque le había ocurrido en primera persona. Tanto escribir cartas de amor que quedó incapacitado para escribir cartas comerciales.
            En los períodos espasmódicos en que he reincidido en el empeño, muchas veces he acudido a la valoración de personas del oficio. El veredicto ha sido demoledor. ¡Muchos adjetivos!, ¡De este poema sólo se salva una metáfora!, ¡Algo consigues con el ritmo pero al intentar modularlo con la rima pierde el valor!, ¡Te va mejor la prosa, en la poesía estás forzada!, etc. Recordando a Georges Brassens, “y yo allí con mi papel hice el gilipollas, madre, y yo con  mi papel hice el gilipooollas."
            En cualquier caso la sabiduría popular añade que con la edad nos volvemos como niños y perdemos la vergüenza.
            En los últimos diez años la mayor parte de mis poemas han sido escritos en la ciudad de Caracas, mecida por los vientos cálidos de la “Revolución Bonita”, de sus borrascas, palos de agua y golpes de corazón. Los voy guardando con curiosidad en un cajón que he titulado, “Poemas Caraqueños”, volviendo con regularidad a ellos para contar los adjetivos que contienen.
Comienzo esta sección, brindándoles el más breve de todos, pidiendo perdón a mis hermanos del Caribe, tan poco acostumbrados a las palabrotas. Puesto que por mi parte he hecho grandes avances para comprenderlos, estudiarlos y aceptarlos como son, les pido la misma tolerancia.
            Desde la ciudad del desamparo, a 17 de enero de 2012
            Roete Rojo
PD. Respetaré el seudónimo con los que fueron firmados.


Palomas 
Cuánto me jode
siempre que
a verte vengo,
esa paloma soez
que te caga la cabeza

Día 19, agosto, 2004. Plaza Simón Bolívar
La Loca Manuela Granadina

viernes, 13 de enero de 2012

Desde la resistencia, digo

1.- Todos los días son buenos para aprender algo. La situación se complica cuando todos los días se convierten en la confirmación de las peores tendencias.
          Volvió a ocurrirme en el mes de octubre, debido a la muerte de un compañero y amigo, Juan Ramos Camarero. Sobre la marcha de la dolorosa noticia intentaba escribir una nota para enviar a los medios de comunicación. A pesar de la intensa relación que habíamos compartido durante más de 24 años, algunos datos sobre su biografía se entremezclaban y no lograba ponerles orden cronológico para redactar el texto que debería ser breve. Fuera de mi casa no podía echar mano a mis papeles, libros, documentos, etc. Y se me ocurrió buscar en Internet.
          A pesar de haber sido una persona con una trayectoria pública destacada en el campo de la lucha antifranquista, dirigente del movimiento sindical al más alto nivel, dirigente comunista y diputado en tres ocasiones, apenas conseguí concretar detalles sobre su responsabilidad institucional, ya que estos aparecían recogidos por el Boletín Oficial del Estado.
          Alguien había escrito en Internet que Juan Ramos había nacido en Íllora (Granada) en 1944, y el error se repetía una y otra vez, incluso por aquellas personas bienintencionadas que sobre él escribieron tras su muerte y que se pusieron en contacto conmigo para recabar datos.
          -Perdone, Juan Ramos Camarero nació en Íllora, en el año 1943.
          - ¡No es eso lo que pone en Wikipedia!, me contestaron.
          -Perdone, nació en 1943, tengo su Documento Nacional de Identidad en la mano, dije cohibida.
          Como en la lista de detenidos políticos juzgados por el Tribunal de Orden Público (TOP), que determinadas asociaciones sobre memoria histórica tienen colgadas en la red, no aparecía su nombre, Juan Ramos no había estado preso en el Penal de Burgos. A nadie se le ocurrió pensar que podría haber sido juzgado por un Tribunal Militar y no por el TOP, o cualquier otra circunstancia.
          Montones de anécdotas similares me ocurrieron por aquellos días.
          Volvamos a la nota para los medios de comunicación. Una vez redactada la envié por correo electrónico a las principales agencias de noticias, diarios, etc; teniendo además la precaución de hacer llamadas telefónicas para confirmar direcciones electrónicas y solicitando el nombre de la persona que debía atender la información enviada. Por supuesto que no publicaron nada.
          Tan sólo Alfredo Grimaldos, periodista y escritor comprometido, pudo publicar un artículo en el diario “El Mundo”, en el que ejerce como responsable de temas flamencos. Dicho diario se encargó de que lo escrito por Alfredo no tuviera cabida en la red y por lo tanto no tuviera trascendencia fuera de quienes compraran ese día el periódico. El mecanismo es fácil: no colgar en la edición digital la noticia y punto.
          Varias semanas después también pude comprobar que no sólo los medios comerciales ejercen la censura; también la ejercen  medios alternativos en la red, cuando una noticia o una opinión no cuadra con su “hilo editorial”.
          Lo que sentía desde hacía tiempo como una preocupación se confirmaba: lo que no existe en Internet, NO EXISTE. O al menos eso pretenden los grandes creadores de opinión e ideología y por desgracia también, algunas crisálidas de la izquierda en la red.
         
          2.- La experiencia me ha demostrado, y no siempre de manera educada, que no soy una persona cuya trayectoria vital o compromiso social y político haya sido determinante en la historia española que me tocó vivir. Mas no debemos hacer leña del árbol caído. Quizás por ello sigo convencida de que mis creencias, compromiso y trabajo intelectual pueden representar a un conjunto de hombres y mujeres de mi generación a los que nunca pudieron doblegar, a los que nunca pudieron seducir y que seguimos resistiendo en un océano de dificultades, con menos fuerzas físicas que antaño, pero con el máximo convencimiento y ética. Seguro que hemos cometido multitud de errores pero nunca estuvieron motivados por mezquinos intereses. Somos más bien un grupo humano con voluntad de suicidio a prueba de bomba, una panda de locos kamikazes con más vidas que un gato.
          Sabemos que la Historia no la escriben las individualidades. Por eso siempre nos hemos sentido parte del movimiento revolucionario y contestatario a nivel mundial. Que nadie pretenda acusarnos de vanidad por tan tremenda afirmación. Es simple cuestión de ideología.
          Cierto que somos una generación derrotada, apaleada y oculta pero, aunque a ustedes, lectoras y lectores, pueda parecerles difícil imaginarlo: el mundo sería peor aún sin nuestra presencia y constancia.
          En estos tiempos de crisis del capitalismo globalizado merece la pena hacer el esfuerzo de compartir nuestras experiencias. No es cierto que algo distinto se pueda construir partiendo de cero. Quienes lo afirman no sólo expresan un pensamiento antihistórico sino también retrógrado.

          3.- Con escasísima formación tecnológica, y por lo tanto necesitando ayuda, he iniciado este blog sin perseguir grandes objetivos. Bien sé que un buen puchero necesita no sólo estar compuesto de buenas intenciones.
          He comenzado con una explicación de su nombre, “Palabras desde la Ciudad del Desamparo”, artículo que publicó El Otro País de Este Mundo hace años. Tendrá en el futuro varias “etiquetas” o secciones, que irán teniendo nombre en la medida en que mi hermana Inma vaya dándoles soporte tecnológico y yo pueda tener una idea de cómo hacer compatibles mis inquietudes con las exigencias de un blog.

          4.- Roete Rojo, por el orgullo de ser mujer, porque no podría explicar la existencia ni sus detalles sin buscar en mis raíces y porque no quiero ocultar mi ideología.
          Tenemos una historia que reivindicar y más importante aún, queremos seguir teniendo un sitio en la lucha por un mundo radicalmente  superior y humano. Si así no fuera, el asesinato de nuestro compañero de Universidad, Javier Verdejo (1976), con toda su significación, habría sido un sacrificio estéril.

          Desde la Ciudad del Desamparo, a inicios de 2012

          Roete Rojo