HISTORIA DE DOS EXILIOS ECONÓMICOS (II)
Han pasado muchos años desde la historia del primer
exilio económico y mucho ha cambiado el país a todos los niveles. Para el tema
que tratamos, el de la emigración, el cambio más radical se produjo al dejar de
ser España, principalmente sus pueblos más deprimidos, expulsadores de mano de
obra, para convertirse en receptora de migrantes de los países del Este,
desvertebrados como resultado de la desaparición del campo socialista; de
América Latina, sometida a brutales políticas neoliberales que provocaron
niveles altísimos de pobreza y marginación y de África (magrebíes y
subsaharianos en su mayoría).
Durante la primera década del siglo XXI, la imagen de
nuestras calles, del transporte público, de los escolares saliendo de sus
escuelas, de la sala de espera del Centro de Salud, etc., nos sorprendieron con
un arco iris de razas y lenguas, de gentes venidas de países que la mayoría de
nuestros “aborígenes” no sabían encontrar en un mapa. Y, a pesar de aquella
historia terrible de exilios económicos de los que fueron protagonistas
millones de los “nuestros”, los que ahora llegaban por motivaciones similares a
nuestro país, fueron mirados con recelo y desconfianza. Para desgracia nuestra
no fue frecuente que nos reconociéramos en ellos.
A mi pueblo llegaron de todas las razas y orígenes. A mi
me alentaba la “pipirrana” de rostros y sonidos. En la placeta del barrio, en un
edificio de apartamentos, vivía un colectivo de hombres eslavos. Uno de ellos,
los fines de semana, en pleno invierno, salía en camiseta de tirantes a su
balcón y deleitaba a todo el vecindario tocando de modo magistral el acordeón.
Las consecuencias de la grave crisis que vive el sistema
capitalista, que ha golpeado de manera brutal a los países del sur, ha vuelto a
modificar el mapa de entrada y salida de trabajadores. Decenas de miles de los
que llegaron están regresando a sus países de origen; es el caso de los
procedentes de América Latina, alentados por el crecimiento económico y social.
Otros han dado el salto para distintos países europeos y, un grupo numeroso
permanece pululando por nuestros pueblos, campos y ciudades.
Con un índice de desempleo cercano al 30% de la población
activa y más del 50% de desempleo juvenil, las corrientes migratorias vuelven a
cambiar de rumbo y para muchos trabajadores “aborígenes”, migrar se ha
convertido en la única esperanza de futuro. Según el Instituto Nacional de
Estadística, en el primer semestre de 2013, 260.000 personas dejaron España, de
las cuales 40.000 son españoles.
¿Estaremos volviendo al pasado vivido
en los años 60 del siglo pasado?
No,
puesto que las condiciones históricas no son las mismas. Europa ya no necesita
avalanchas de trabajadores manuales, con o sin cualificación, que sirvan a la
construcción de grandes infraestructuras, ni mano de obra masiva para sus
fábricas. Aquello fue una coyuntura especial producto de la
II Guerra Mundial, de la destrucción que
produjo y de las víctimas humanas que en cantidades formidables mermaron la
población activa.
Obreros
no cualificados sobran hoy en todos los países “ricos” de la Unión Europea , quienes sin
llegar a las cifras de desempleo que sufre España o los países del sur, lejos
están del pleno empleo.
Frente
a aquella historia de colas interminables de trabajadores jóvenes con sus
maletas de cartón que huían del hambre en España, ahora asistimos a una masiva
“fuga de cerebros”, mano de obra de alta cualificación intelectual y
tecnológica. Todos los esfuerzos hechos por la ciudadanía en nuestro país para
generar un sistema de ciencia y tecnología homologable a la Europa más desarrollada se
están yendo al garete. Estos jóvenes, formados como doctores en universidades y
centros de investigación, están haciendo las maletas “samsonite” ante la falta
de perspectivas; en general están encontrando dónde ubicarse y dónde rehacer
sus vidas con dignidad y reconocimiento profesional. Es el caso también de
profesionales del sector de la salud, muy reclamados en Inglaterra, Alemania o
Italia.
En
los últimos años hemos asistido a acontecimientos muy trágicos, como la
situación de un grupo de jóvenes españoles quienes, alentados por programas de
televisión como “Españoles en el mundo”, marcharon a los países nórdicos
pensando que aquello era “El Dorado”; buscando trabajo sin encontrarlo les
pilló el invierno y sin recursos ni para volver a España tuvieron que ser
atendidos por Cruz Roja.
A
sectores como la construcción, y servicios como limpieza y hostelería, están
llegando jóvenes, y menos jóvenes, españoles. Muchas horas de trabajo, bajos
salarios, carestía habitacional, etc. Sólo algunos que llegan con alta
cualificación dentro de su profesión, como cocineros, si aprenden inglés o
alemán, conseguirán abrirse camino.
Llegamos a la segunda historia de
exilio económico
El
hijo de Pepito, también albañil, en paro intermitente en los últimos años, se
ha marchado a Alemania con un contrato de trabajo. Si su padre viviera no llego
a entrever qué pensaría. ¿Una pesadilla quizás?
Su
hijo no se ha marchado con 19 años sino con 47, lo cual indica que ya tenía su vida
más que hecha en el entorno donde nació.
En
el pueblo deja mucho. Además de mujer y
dos hijos, deja una deuda por hipoteca, como la mayoría de la población de su
edad. Es el fantasma de no poder hacer frente a dicha deuda y verse ante un
deshaucio, lo que empuja a estos trabajadores a migrar. De no tener esa losa
infinita sobre sus espaldas, la mayoría optaría por “seguir tirando”,
“trapicheando” y recibiendo la ayuda de sus mayores, esperando mejores tiempos.
Deja
una buena casa, confortable, con acceso a Internet, ordenador, telefonía
móvil, buena ropa, coche, etc; deja
opciones de ocio que pensaba consolidadas. Elementos de los que no podrá
disponer en su nuevo destino, donde empezó a vivir en un barracón y del que ha
salido para compartir un modesto apartamento con otros hombres emigrados.
Como
la mayoría de la gente de su generación, hijos de trabajadores de todo tipo,
tuvo posibilidades de estudiar y no lo hizo. En general, hasta el estallido de
la burbuja, el trabajo no faltaba y la adquisición de conocimientos reglada o
autodidacta, no era un valor social en alza. Es de imaginar que estos nuevos
migrantes tendrán más dificultades para entender por qué se hundió un mundo que
creían el mejor posible e inmutable. Nunca o casi nunca sintieron la necesidad
de luchar por mejorar el mundo en el que vivían y sus vínculos sociales o de
amistades no surgieron de la hermandad de compartir con otros iguales
trincheras reivindicativas. ¡Qué soledad más terrible deben de sentir ahora!
Roete
Rojo
Diciembre
2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario