miércoles, 11 de diciembre de 2013

HISTORIA DE DOS EXILIOS ECONÓMICOS (II)

HISTORIA DE DOS EXILIOS ECONÓMICOS (II)

            Han pasado muchos años desde la historia del primer exilio económico y mucho ha cambiado el país a todos los niveles. Para el tema que tratamos, el de la emigración, el cambio más radical se produjo al dejar de ser España, principalmente sus pueblos más deprimidos, expulsadores de mano de obra, para convertirse en receptora de migrantes de los países del Este, desvertebrados como resultado de la desaparición del campo socialista; de América Latina, sometida a brutales políticas neoliberales que provocaron niveles altísimos de pobreza y marginación y de África (magrebíes y subsaharianos en su mayoría).
            Durante la primera década del siglo XXI, la imagen de nuestras calles, del transporte público, de los escolares saliendo de sus escuelas, de la sala de espera del Centro de Salud, etc., nos sorprendieron con un arco iris de razas y lenguas, de gentes venidas de países que la mayoría de nuestros “aborígenes” no sabían encontrar en un mapa. Y, a pesar de aquella historia terrible de exilios económicos de los que fueron protagonistas millones de los “nuestros”, los que ahora llegaban por motivaciones similares a nuestro país, fueron mirados con recelo y desconfianza. Para desgracia nuestra no fue frecuente que nos reconociéramos en ellos.
            A mi pueblo llegaron de todas las razas y orígenes. A mi me alentaba la “pipirrana” de rostros y sonidos. En la placeta del barrio, en un edificio de apartamentos, vivía un colectivo de hombres eslavos. Uno de ellos, los fines de semana, en pleno invierno, salía en camiseta de tirantes a su balcón y deleitaba a todo el vecindario tocando de modo magistral el acordeón.
            Las consecuencias de la grave crisis que vive el sistema capitalista, que ha golpeado de manera brutal a los países del sur, ha vuelto a modificar el mapa de entrada y salida de trabajadores. Decenas de miles de los que llegaron están regresando a sus países de origen; es el caso de los procedentes de América Latina, alentados por el crecimiento económico y social. Otros han dado el salto para distintos países europeos y, un grupo numeroso permanece pululando por nuestros pueblos, campos y ciudades.
            Con un índice de desempleo cercano al 30% de la población activa y más del 50% de desempleo juvenil, las corrientes migratorias vuelven a cambiar de rumbo y para muchos trabajadores “aborígenes”, migrar se ha convertido en la única esperanza de futuro. Según el Instituto Nacional de Estadística, en el primer semestre de 2013, 260.000 personas dejaron España, de las cuales 40.000  son españoles.
           
¿Estaremos volviendo al pasado vivido en los años 60 del siglo pasado?

No, puesto que las condiciones históricas no son las mismas. Europa ya no necesita avalanchas de trabajadores manuales, con o sin cualificación, que sirvan a la construcción de grandes infraestructuras, ni mano de obra masiva para sus fábricas. Aquello fue una coyuntura especial producto de la II Guerra Mundial, de la destrucción que produjo y de las víctimas humanas que en cantidades formidables mermaron la población activa.
Obreros no cualificados sobran hoy en todos los países “ricos” de la Unión Europea, quienes sin llegar a las cifras de desempleo que sufre España o los países del sur, lejos están del pleno empleo.  
Frente a aquella historia de colas interminables de trabajadores jóvenes con sus maletas de cartón que huían del hambre en España, ahora asistimos a una masiva “fuga de cerebros”, mano de obra de alta cualificación intelectual y tecnológica. Todos los esfuerzos hechos por la ciudadanía en nuestro país para generar un sistema de ciencia y tecnología homologable a la Europa más desarrollada se están yendo al garete. Estos jóvenes, formados como doctores en universidades y centros de investigación, están haciendo las maletas “samsonite” ante la falta de perspectivas; en general están encontrando dónde ubicarse y dónde rehacer sus vidas con dignidad y reconocimiento profesional. Es el caso también de profesionales del sector de la salud, muy reclamados en Inglaterra, Alemania o Italia.
En los últimos años hemos asistido a acontecimientos muy trágicos, como la situación de un grupo de jóvenes españoles quienes, alentados por programas de televisión como “Españoles en el mundo”, marcharon a los países nórdicos pensando que aquello era “El Dorado”; buscando trabajo sin encontrarlo les pilló el invierno y sin recursos ni para volver a España tuvieron que ser atendidos por Cruz Roja.
La Unión Europea no es una casa de acogida. Seguimos siendo ciudadanos de segunda o de tercera, según los casos. El hecho de que el pasaporte nos permita ir de un lugar a otro no nos libra de los sufrimientos y las dificultades de cualquier migrante. Lo cual ocasiona un gran impacto emocional y frustración en estos jóvenes que se creyeron que éramos europeos sin adjetivos y que estuvieron acostumbrados a la protección de su entorno familiar.
A sectores como la construcción, y servicios como limpieza y hostelería, están llegando jóvenes, y menos jóvenes, españoles. Muchas horas de trabajo, bajos salarios, carestía habitacional, etc. Sólo algunos que llegan con alta cualificación dentro de su profesión, como cocineros, si aprenden inglés o alemán, conseguirán abrirse camino.

Llegamos a la segunda historia de exilio económico

El hijo de Pepito, también albañil, en paro intermitente en los últimos años, se ha marchado a Alemania con un contrato de trabajo. Si su padre viviera no llego a entrever qué pensaría. ¿Una pesadilla quizás?
Su hijo no se ha marchado con 19 años sino con 47, lo cual indica que ya tenía su vida más que hecha en el entorno donde nació.
En el pueblo deja mucho. Además de  mujer y dos hijos, deja una deuda por hipoteca, como la mayoría de la población de su edad. Es el fantasma de no poder hacer frente a dicha deuda y verse ante un deshaucio, lo que empuja a estos trabajadores a migrar. De no tener esa losa infinita sobre sus espaldas, la mayoría optaría por “seguir tirando”, “trapicheando” y recibiendo la ayuda de sus mayores, esperando mejores tiempos.
Deja una buena casa, confortable, con acceso a Internet, ordenador, telefonía móvil,  buena ropa, coche, etc; deja opciones de ocio que pensaba consolidadas. Elementos de los que no podrá disponer en su nuevo destino, donde empezó a vivir en un barracón y del que ha salido para compartir un modesto apartamento con otros hombres emigrados.
Como la mayoría de la gente de su generación, hijos de trabajadores de todo tipo, tuvo posibilidades de estudiar y no lo hizo. En general, hasta el estallido de la burbuja, el trabajo no faltaba y la adquisición de conocimientos reglada o autodidacta, no era un valor social en alza. Es de imaginar que estos nuevos migrantes tendrán más dificultades para entender por qué se hundió un mundo que creían el mejor posible e inmutable. Nunca o casi nunca sintieron la necesidad de luchar por mejorar el mundo en el que vivían y sus vínculos sociales o de amistades no surgieron de la hermandad de compartir con otros iguales trincheras reivindicativas. ¡Qué soledad más terrible deben de sentir ahora!

Roete Rojo
Diciembre 2013


           



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