Desde hace algunas semanas, imágenes y palabras
sobre la situación desastrosa de las urgencias hospitalarias en nuestro país
han llenado páginas y consumido muchos minutos en los medios de
comunicación. Puedo dar testimonio directo del caos vivido en el Hospital público
“Ruiz de Alda”, de Granada, al que hemos tenido que dirigirnos en varias
ocasiones por enfermedad de mi madre.
Lo primero que se me ocurre son adjetivos: dantesco,
kafkiano, tercermundista, inhumano, cobarde, hiriente, indigno…
El paisaje vivido nada tiene que ver con una película de
ficción o de terror puesto que hablamos de personas con nombres y apellidos
reales, hacinadas en camillas y
carritos, ocupando pasillos imposibles de mantener limpios; enfermos y enfermas
de todas las edades y condiciones sociales, a excepción de las élites.
Todo era
previsible. Hemos vivido un otoño muy seco que ha afectado de forma directa
a miles de personas con patologías broncopulmonares, sobre todo a adultas y
adultos mayores.
Nuestra sociedad, una de las que había alcanzado una
esperanza de vida superior, gracias entre otros aspectos al nivel y
universalidad de la atención sanitaria gratuita, muestra ahora las
contradicciones del proceso de recortes y privatización que vive la sanidad
pública.
Muchos enfermos crónicos, me explicaba el farmacéutico de
mi barrio, han dejado de tomar los medicamentos prescritos desde que comenzó el
“copago”, se ven forzados a utilizar sus precarios recursos para atender
necesidades más perentorias: comprar alimentos, ayudar a los hijos, pagar el
alquiler o pagar el recibo de la luz o el agua. A lo que hay que sumar la falta
de recursos para mantener los hogares con un mínimo de confortabilidad para
hacer frente al frío propio de un clima continental como el nuestro. Y, “como a
perro hambriento todo se le vuelven pulgas”, la gripe, además, está en su
momento álgido de expansión.
Los “gestores” públicos (no existe la noción y práctica
del “servidor” público, propias de regímenes republicanos y consolidada
ciudadanía), tienen que cumplir con las cifras del déficit y han puesto manos a
la obra sin que les tiemble el pulso: alas de hospital cerradas, puestos de
trabajo que no se cubren y si lo hacen es al 50, 70 ú 80%, carestía de materiales, promoción de
la no hospitalización, presión a los profesionales para que no indiquen
exploraciones tecnológicas aunque un diagnóstico rápido sea cuestión de vida o
muerte; reducción del número de trabajadores en servicios como limpieza, etc.
Lo fundamental es
que los números les cuadren aunque por el camino queden pisoteadas la
dignidad y la vida. Entre otras cosas porque estos “gestores” no son neutrales,
es decir, no sólo pueden ser considerados como burócratas o tecnócratas del
neoliberalismo, gente sin escrúpulos o sin sentimientos. No, son además parte
interesada en que los números cuadren. Si cuadran, ellos serán beneficiados con
incentivos económicos. En estos tiempos de crisis del capitalismo globalizado,
el poder económico y político necesita miles y miles de estas ratas dispuestas
a hacer el trabajo sucio.
Esto ocurre en Andalucía, gobernada por el PSOE y su
socio Izquierda Unida.
A las 21 horas, en los pasillos de las urgencias del
“Ruiz de Alda” ya la situación es de paralización total. Decenas de camillas y
carritos obstaculizan el tránsito del personal sanitario por los pasillos
interiores y exteriores. Para poder entrar una de estas camillas a la consulta
del médico que atenderá al paciente, hay que montar una operación
complicadísima pues es tal el número de “vehículos” estacionados que la
maniobra de este elemento rígido (camilla), se complica hasta el esperpento.
Siguen apareciendo ambulancias de las que los celadores
bajan de tres en tres a ancianos y ancianas, sobre todo.
Los ánimos empiezan a caldearse y los familiares, unos
con más razón y otros con menos, descargan su desesperación contra facultativos
y personal sanitario. El espectáculo está servido; el amarillismo mediático,
también. Cualquier periodista, riguroso o soez, puede armar la noticia o armar miles de noticias. El paisaje da para mucho:
gente gritando de dolor, ancianos que miran a la nada, cubiertos con sábanas;
enfermos psiquiátricos expresan su mundo particular junto a broncópatas o
enfermos terminales; niñas, niños y adolescentes (Pediatría atiende tan sólo
hasta los 10 años) conviven en este marasmo de dolor, indignidad y violencia.
Mi madre nos dice: “Esto no es tercermundista, es cuartomundista”. Con un mero
teléfono portátil se podría realizar un reportaje fotográfico que conmovería
los cimientos de un “Pulitzer”.
Con las horas la situación se va agravando. No hay camas
a las que poder derivar a los pacientes que requieren hospitalización, los
servicios intermedios están colapsados hace días (Observación y Cuidados) y
toda la presión sigue recayendo en los pasillos de Urgencias. A cierta hora…
¡Deja de haber carritos!, y no hay modo de trasladar a los enfermos que siguen
llegando y que no pueden valerse de sus piernas.
De madrugada pasamos a Cuidados con mi madre en espera de
una cama libre en Cardiología. No hay posibilidades de que sea atendida en
Observación.
En Cuidados, los enfermos están sentados en sillones, lo
cual es un alivio tras estar horas en un carrito pero… si pasas en dichos
sillones más de 30 horas, se convierten en un tormento inhumano.
Todos los sillones están ocupados. Hay dos filas que se
miran a la cara, sin diferenciación de sexos, edad o padecimiento. Mi madre
tiene frente a ella a un alcohólico, prácticamente desnudo, con unos testículos
del tamaño de un melón. Ella no es una mujer conservadora ni pudorosa… pero la
visión permanente del estado de este hombre acaba con los nervios de
cualquiera. Al rato, mi hermana consigue que pongan entre ambos un biombo
pequeño.
Frente a mi madre, a la izquierda, está un hombre enjuto, que nos recuerda mucho
a un pariente y al que acabamos apodando “Primo Juanito”. Es un enfermo
psiquiátrico aquejado de una infección bronquial, tiene oxígeno puesto. Le acompaña
una bolsa de deporte, imaginamos que con algunas cosas personales. Nadie lo
visita ni pregunta por él. En ambas muñecas lleva relojes de “oro” y muchos
anillos dorados en los dedos de ambas manos. Es un hablador nato. Y lo intenta
con el hombre que mi madre tiene a su izquierda, un abuelo de pueblo, bien
vestido, que está justo frente a él.
Primo Juanito: Fíjese usted, mi problema ha sido el mismo que el
del personaje de Kafka en La Metamorfosis …¿Conoce
el libro de Kafka, verdad?
Abuelo de Pueblo: Encima de “tó”, ahora tengo que aguantar al listo
este de la polla.
Primo
Juanito no parece ofenderse por los comentarios de Abuelo de Pueblo ni por sus
silencios, y continúa:
Primo Juanito: Verá usted, el personaje de La
Metamorfosis se convierte en un “cucaracho”, ya sabe, un
insecto de la familia de los artrópodos…era un muchacho normal pero le ocurre
ese acontecimiento… y una vez tiene un tropiezo y cae patas arriba y no se
puede dar la vuelta…¿recuerda usted el pasaje en que la hermana le arroja atemorizada
lechugas podridas?
Pues
lo mismo me ocurrió a mí. Se ve que tuve un mareo y quedé patas arriba…dos
veces me ha pasado y, ahora, los médicos me dicen que lo que tengo es una
neumonía…Todos teníamos que llevar La Metamorfosis
de Kafka en el bolsillo, por si algún día quedamos convertidos en
“cucarachos?... ¿o ya lo seremos?
Las
reflexiones y lenguaje culto de Primo Juanito han llamado por supuesto mi
atención. El Abuelo de Pueblo hace todo lo posible por mostrarle su desprecio y
empieza a caerme gordo.
-
Tiene que ser un mal bicho, dice mi madre respecto a Abuelo de Pueblo, anda
hablando mal de las hijas porque viven cerca del Hospital y no han venido a
verlo.
Primo Juanito intenta una conversación más política: Si estos
ladrones de los banqueros y los políticos no se hubieran llevado el dinero a
manos llenas, la atención médica sería de mayor calidad, afirma.
Abuelo de Pueblo habla ahora para el público: ¡Mira quién fue a
hablar! Los que hemos cotizado a la Seguridad
Social tenemos que estar soportando que con nuestra
contribución se atienda a gente como este tío, a tanto degenerao como hay por
la calle -pensado que Primo Juanito pueda tratarse de un indigente o un
drogata. Tú, ¿cuántos años has cotizado?,
le pregunta con mucho enfado.
A lo que Primo
Juanito contesta: Creo que 36 años.
Abuelo de Pueblo muestra su indignación: ¡Qué vas a haber cotizado
tú 36 años!... ¿cuántos años tienes entonces?
Primo Juanito, siempre hablándole de usted a Abuelo de Pueblo,
le contesta: Pues si usted no tiene inconveniente, 66 años…
Siguen
pasando las horas y Primo Juanito sigue hablando para nadie.
En
algún momento Primo Juanito desaparece, su sillón ha quedado libre.
Con
sigilo ha recogido su bolsa de deporte, se habrá quitado el oxígeno de la nariz y se ha marchado sin que nadie lo eche en
falta.
Habrá
pensado que su “metamorfosis” humana ha sido una experiencia demasiado fuerte.
Ha preferido volver a su condición de “cucaracho” con neumonía incluida,
viviendo el resto de sus días patas arriba.
Roete
Rojo
Granada,
enero 2014
Saludos para "Inos" y familia. Por error borré el comentario que me hicieron llegar. Roete Rojo
ResponderEliminarSaludos desde el norte.
ResponderEliminarEl pequeño Maxím. Mis felicitaciones por los artículos, en especial por el de Juan Ramos.
Un gusto volver a tomar contacto contigo. Imagino que "el pequeño Maxím", ya será un hombre hecho... y seguirá siendo un revolucionario. Besos, Roete Rojo
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