domingo, 1 de diciembre de 2013

HISTORIA DE DOS EXILIOS ECONÓMICOS (I)

HISTORIA DE DOS EXILIOS ECONÓMICOS (I)
(A Pepito Román, “El Chino”. In Memoriam)

            Cuando llegamos a vivir al pueblo de Atarfe, a finales del verano de 1981, nos incorporarnos a la lucha social y política del pueblo; lo cual nos obligó a conocer a mucha gente, aprender sus apodos… y sus nombres, si se podía, al mismo tiempo.
            Eran tiempos de división y derrotas en el seno de la izquierda. En el pueblo, de apenas 5.500 habitantes, existían tres partidos comunistas, que se habían repartido la militancia del antaño fuerte Partido Comunista de España. En el año 1984 me incorporé al Partido Comunista de los Pueblos de España, que entonces se denominaba PC. (y se decía, “pecé y punto”).
            Uno de sus dirigentes era el obrero de la construcción, José Román García, “Pepito”, “El Chino” o “Pepito el de las Silverias”. Una de las personas que más me impresionaron y cuyo ejemplo ha seguido pegado a mí, sin rastro de olvidos, a pesar de los años.
            Había sido un niño de la guerra. Fusilado su padre, en tierras de Sevilla, su madre lo envió a un orfanato de aquella cruel historia de derrotados . Huía cuando podía del hambre y aparecía en el pueblo, de donde era otra vez devuelto. En los veranos, unos parientes que tenían una carbonería en Madrid se lo llevaban y entre ellos sofocaba el hambre y aprendería las primeras letras.
Con esta historia personal a sus espaldas debería haber sido analfabeto pero no lo era. Al contrario, su afán de superación y su militancia política le incentivaron a leer, a aprender de forma autodidacta. Aún guardo algunos resúmenes de las reuniones del Partido, de su puño y letra, escritos con rigor, buena caligrafía y ninguna falta de ortografía.
            Todos los días, cuando volvía del tajo, tras lavarse y cambiarse de ropa, se iba a la sede del “partío”; lo podías encontrar, todas las tardes, sentado en una pequeña habitación que hacía de secretaría, leyendo un libro. En plena Transición Política, fue uno de los promotores de la creación de la Biblioteca Popular, en los locales del sindicato de Comisiones Obreras en el pueblo. Un hombre culto, capaz de analizar el mundo en el que vivía, conocedor de la historia y la filosofía; su único lujo, amén del tabaco, era la compra de libros.
            Más de dos millones de andaluces se marcharon como emigrantes, entre mediados de los años 50 hasta principio de los 70 del siglo XX; muchos de ellos, a Alemania.  Pepito marchó a este país, alrededor de 1954, siguiendo la huella de la mayoría de hombres jóvenes del pueblo. Allí nadie le esperaba, es decir, no se iba con un contrato de trabajo. Se marchó sin papeles y, una vez llegado a la frontera entre Francia y Alemania, por el río Rhin, entró ilegal. Semanas escondido hasta que algún paisano le consiguió un trabajo con contrato que le permitió legalizar su situación. Como los “sin papeles” que vimos llegar a España cuando se produjo la “burbuja del ladrillo”.
            Vivían en barracones. El joven “Chino” enseguida despuntó por su interés en aprender el “idioma alemán” (esa era la expresión que él utilizaba) y en hacer de intérprete entre los encargados de la empresa y los andaluces del barracón. Siempre aprendiendo, siempre esforzándose para superar el desamparo de la incultura a la que el régimen fascista español lo había condenado por su condición de perdedor. He hecho algunas cuentas: debió iniciar este periplo alemán con 19 años.
            En el pueblo fue dejando  mucho y poco al mismo tiempo. Ni casa, ni deudas; el recuerdo del hambre pegada al estómago, el frío pegado a los huesos por la mala vestimenta, la represión, etc.  En sus idas y venidas ennovió y casó con una hermosa mujer que quedaba sola ya que  las leyes de emigración le prohibían acompañarlo. Sólo estaban permitidas las visitas por 3 meses, con la prohibición expresa de que las esposas viajaran embarazadas para evitar que un parto en Alemania les permitiera prolongar su estancia de modo legal.
            Esas mujeres jóvenes enlutadas, como la mayoría de las mujeres andaluzas de aquella época, conseguían gracias a un médico del pueblo, hacer el viaje con el certificado de que no estaban embarazadas. Muchas de ellas lo estaban y de más de 6 mes; embarazos ocultos bajo fajas y vestimentas adecuadas. Así lograron Pepito y su esposa, lo que hoy se llama el “reagrupamiento familiar”, gracias a que allí nació su primera hija que tiene ahora 51 años.
            Como la mayoría de los emigrantes andaluces pretendía volver. Trabajar y trabajar, ahorrar hasta el último marco para llegar al pueblo e iniciar una nueva vida: construir una modesta casa.
            A su vuelta encontró trabajo en la construcción siendo como era un excelente oficial de primera. Seguro que en Alemania había entrado en contacto con el PCE, organización que tenía gran fuerza entre la emigración. En su maleta de emigrante retornado también llegaba su militancia política clandestina, siendo impulsor en Granada del naciente  y perseguido movimiento de las Comisiones Obreras. Siguiendo la política del PCE, se presentaría a las elecciones a “enlaces sindicales” que promovía el Sindicato Vertical Fascista, siendo elegido. Cuando murió, en 1989, seguía siendo representante de los trabajadores de su empresa.
            Formó parte de la Comisión de trabajadores de la construcción que tuvo la responsabilidad de negociar con la patronal del sector, en plena dictadura fascista, el convenio colectivo. Miles de hombres hicieron huelga aquel 21 de julio de 1970, convocados por la Comisión,  y fueron a acompañar a sus representantes. La movilización pacífica acabó con tres trabajadores muertos por disparos de balas de la Policía Nacional. Se creó una situación de terror colectivo, muchos trabajadores tuvieron que huir y pasar a la clandestinidad; comenzaron a funcionar las “listas negras” para que los dirigentes obreros  no encontraran trabajo, se les negó el pasaporte para que no pudieran buscar asilo fuera de España, etc.
            A pesar del tiempo transcurrido todavía me emociono y me muerdo la rabia al recordar cómo fueron sus últimos años.  La empresa “Ávila Rojas” (cuyo propietario está actualmente en la cárcel por corrupto), para evitar el liderazgo del “Chino”, lo había castigado a trabajar solo, en edificios ya terminados, haciendo reparaciones de última hora, para evitar que tuviera contacto con el resto de sus compañeros; estamos a finales de los años 80, él cercano a los 50 años.  Pero daba igual, cuando se convocaban elecciones para formar el Comité de Empresa, lo votaba todo el mundo, también los jóvenes que nunca habían podido ver sus ojos aceptaban su liderazgo natural; sabían de su compromiso, su lealtad, su valentía; sabían que aquel hombre nunca los traicionaría, que los defendería en cualquier circunstancia aunque no los conociera de nada. Pepito siempre fue un representante de su clase social, se sentía parte de ella, parte de un colectivo, de unos intereses propios a nivel mundial puesto que como buen comunista era un ferviente internacionalista.
            Siempre recordaré su voz ronca, como un trueno; voz temida por aquellos que traicionaban, desde plataformas obreras, los intereses de los trabajadores. Los señalaba con el dedo y los nombraba por su nombre…
            Su féretro fue el primero en el pueblo en salir de su casa envuelto en una bandera roja con la hoz y el martillo, sin pasar por la Iglesia. Llevado en hombros por trabajadores y amigos, se organizó un “cordón” a su alrededor para que ningún traidor pudiera tocarlo.
            A pesar de las estrecheces económicas familiares, la puerta de su casa siempre estaba abierta. Allí se criaron muchos niños del barrio, cuyos padres llegaban tarde de trabajar o estaban a cargo de sus abuelos. Recuerdo una mesa grande, con mucha gente, adultos y niños,  jugando a la “lotería” (bingo) y compartiendo “rosetas” (palomitas de maíz). Su viuda, aún hoy, sigue manteniendo la costumbre. Todas las tardes, la tertulia se organiza alrededor del “cinquillo”, juego de cartas muy popular. En la mesa hay pastas, fruta, refrescos, frutos secos. La misma red de solidaridades de antaño. Los niños entran y salen “como Pedro por su casa” y van directos al frigorífico; ahora ya no toman limonada con hierbabuena sino bebidas enlatadas, bios, yogures…

Roete Rojo


Diciembre 2013

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