sábado, 22 de diciembre de 2012

ANTIFRANQUISMO Y GÉNERO (I)


Bajo este título y con permiso de los autores del proyecto inicio la publicación de la entrevista que me realizaran en Madrid, el día 9 de diciembre de 2012. Nacho Blanes y Rosario Gómez Carrasquel, mentores del proyecto, intentan recuperar la memoria de lucha de los movimientos sociales durante el franquismo con visión de género. El material audiovisual, cuando esté completado, se pondrá a disposición de asociaciones, ateneos y grupos interesados en conocer nuestro pasado histórico más reciente. A mí me correspondió hablar sobre el movimiento estudiantil antifranquista. La entrevista que tiene 5 apartados comienza con la indagación sobre la situación social y familiar.

1.Características socioeconómicas de la familia en la que te formaste.
Una familia obrera, mi padre era maquinista y mi madre peluquera y, luego, tejedora. No pasamos hambre pero los tiempos eran duros: tuvimos, como todos los niños humildes de esa época, sabañones y verrugas. La ropa se heredaba, se repasaba y arreglaba muchas veces. No recuerdo haber bebido leche de niña. El pan lo traían desde Alfacar en burro, los niños pasábamos mucho tiempo jugando en la calle. Había escuela por la mañana y por la tarde. Nuestro barrio tenía una composición particular, entre el barrio de San Lázaro (construido a inicios de la dominación cristiana como contención de la población morisca) y los primeros bloques de edificios construidos después de la Guerra de España en la Avenida de Calvo Sotelo. Entre estos tres grupos humanos existía poca relación. Las pandillas que se organizaban respetaban de manera instintiva la diferenciación social. Nunca hablé con los niños de Calvo Sotelo, a excepción de la familia Puente-Antón,  pues eran hijos de clases medias altas; aunque después, cuando la adolescencia, fui compañera de bachillerato de muchas chicas con las que por supuesto tampoco intimé. Los niños de San Lázaro nos daban miedo, eran muchos y muy aguerridos, y procurábamos no tener problemas con ellos.
Eran los arrabales de la ciudad que se fueron urbanizando hasta convertirse en una zona “bien” con el pasar de los años. Pero entonces nos rodeaba el campo, había huertas en las que robábamos jugando algunas piezas de fruta en el verano. Ya estaba construido el Hospital Clínico San Cecilio, la Plaza de Toros y el nuevo Campo de Fútbol, el río no estaba embovedado… Desde nuestras ventanas veíamos la Vega de Granada, Sierra Nevada… y también, a las niñas del orfanato o “reformatorio” de San Juan de Letrán… ¡pobres criaturas!
2. Ideológicamente cómo los definirías. ¿Eran políticamente activos?
Eran perdedores de una guerra, con un pasado estigmatizado, con los sueños y esperanzas rotos. No conocí a mis abuelos. El abuelo Diego, el padre de mi padre,  había estudiado ingeniería en una universidad inglesa. Era Jefe de Depósito de la Estación de ferrocarril de Granada. Masón. Fue condenado a muerte, estuvo en el campo de concentración de Víznar; luego de conmutarle la pena de muerte, fue expulsado de su trabajo y vivió sus últimos años como contable en unas bodegas. El abuelo Jacinto, padre de mi madre, era socialista; practicante, comadrón y dentista; también fue condenado a muerte y conmutada la pena. Obligado a no volver a su pueblo, la Puebla Don Fadrique, lo desterraron al pueblo de Loja.  Mi padre, bien joven, era militante de la FUE, iba a iniciar sus estudios de Medicina en la Universidad de Granada. Eran, por lo tanto, republicanos y de izquierdas. A través de mi padre y de mi madrina, María, la hermana mayor de mi madre y de su esposo, el tío Tomás, supimos de la tragedia que se había vivido y de lo que significaba el fascismo. Haber transmitido la memoria fue el mayor legado que me dejaron. Y también una ética muy clara: la palabra “pancista”. Para mi padre, cualquier acción encaminada a recibir del régimen algún tipo de beneficio, era una traición. No pudimos ir al Colegio de Ferroviarios que estaba al lado de nuestra casa, ni comprar en el economato de RENFE…
No puedo decir que fueran militantes o activistas de una organización. El simple hecho de sobrevivir a la gran tragedia vivida y explicarnos lo que había ocurrido y lo que ellos habían pasado, fue su manera de militancia.
Niña granadina de los años 50

3. ¿Hubo para ti algún referente dentro de ella?
Mi padre que siempre nos hablaba de muchas cosas que estaban prohibidas. De él aprendí también el anticlericalismo, muy marcado en la izquierda de los años 30. También mi madrina, que había participado en la revolución del 34 en su pueblo; todos en general, cuando venían parientes del pueblo hablaban del pasado y no se escondían delante de nosotras. Esta circunstancia era bastante singular, lo normal es que la gente callara, hasta en el ámbito de la familia, todo lo que se había vivido. Te puedes encontrar con gente que jamás supo que su padre o abuelo había sido fusilado. España se llenó de muertos sin rostro, sin personalidad. El silencio obligado fue terrible. Que pudiéramos saber el porqué de las cosas fue muy importante. Eran historias terribles, de una crueldad extrema…, ellos por contrario, representaban el amor hacia los pobres, hacia el pueblo, la voluntad de cambio aplastada. Sabía a través de mi madre de la terrible historia de las tías Encarna e Isabel, que en realidad no eran nuestras tías. La abuela Concha, la madre de mi madre, también formaba parte de ese círculo de la memoria; también el tío Curro, que había sido comisario en el V Regimiento. Podías encontrarte con esa identidad en cualquier circunstancia, en un médico, en una librería, etc, de la mano de cualquier miembro de la familia.
Siendo solo una niña era consciente de que formaba parte de los perdedores. Arrastraba en silencio esta conciencia que no se podía hacer pública bajo ninguna circunstancia. Pero a veces, ocurrían cosas que me permitían entender que no estábamos solos, que yo no estaba sola. Por ejemplo, mi madre solía entrar en una pequeña librería de la calle San Juan de Dios; cuando no había clientes hablaba con el propietario, para mí un hombre muy mayor, de los sufrimientos que habían padecido en Víznar cuando estaban presos él y mi abuelo Diego. También visitando a un médico, mi madre había dicho, “soy la nuera de Diego Morente”, y aquel hombre profesional se ponía a echar sapos y culebras por la boca hablando de los fascistas. De esta manera fui tomando conciencia de que formaba parte de un grupo social que era más amplio que mi propia familia…
Taller de costura, años 50


4. Caracteriza brevemente el contexto sociopolítico en el que creciste.
Creo que hay dos acontecimientos que pueden reflejarlo: el primero, la campaña “25 años de Paz”, que celebraba el triunfo del fascismo sobre la resistencia republicana; la propaganda era apabullante. Mi padre siempre murmuraba, “25 años de la paz de los muertos por Franco”. En el tranvía, por ejemplo, todo estaba lleno de consignas fascistas alusivas. A mí me daba mucho miedo, tenía conciencia de que era considerada un peligro por el simple hecho de conocer la historia, era una niña, sólo tenía 10 años, pero era consciente de lo que significaban las cosas. Decían unas cosas terribles sobre los “rojos”: que se comían a los niños, que escupían sobre la eucaristía y la pinchaban con alfileres hasta hacerla sangrar, que tenían cuernos… esto puede parecer una broma o un chiste pero nada más lejos: era una campaña sistemática de terror. Y yo pensaba: ¡Mentirosos! Mi abuelo Diego era masón y era bueno y dejaba a su esposa que rezara el rosario junto a las vecinas que se juntaban en su casa.. y el abuelo Jacinto salvó muchas vidas con su habilidad para sacar con sus manos a los bebés que se atravesaban en el parto, hasta las monjas del hospital, en el pueblo, testificaron a su favor cuando fue detenido y llevado preso. Hay que vivir con esos dos mundos en la cabeza para saber lo que nos costó madurar sin volvernos todos locos.
Trabajadores y policías en la Avenida de Calvo Sotelo, 1970.

El segundo, la huelga de los albañiles de 1970 y el asesinato de 3 jóvenes en las calles de Granada, muy cerca de donde vivíamos. Recuerdo que pasé por la avenida de Calvo Sotelo a primeras horas de la mañana, era el mes de julio. Cientos de hombres jóvenes estaban sentados, de pie, o aguantando sus bicicletas, frente y alrededor del Sindicato Vertical. Al rato comenzaron a sentirse disparos, la gente huyó por todas partes; en algunos lugares consiguieron con materiales de las obras, hacer barricadas y defenderse a ladrillazo limpio. Muchos corrían por las estrechas callejuelas del barrio de San Lázaro, las mujeres, dicen, arrojaban utensilios desde las ventanas para obstaculizar el paso a la policía… En mi propia manzana, faltaba un albañil, Julio Comba; su mujer lloraba y gritaba, con los niños agarrados a sus piernas… desde las azoteas veíamos correr a grupos de hombres. Pasaron años para que pudiera saber los nombres de los jóvenes asesinados, de la gran solidaridad que hubo en todo el mundo.

Roete Rojo

martes, 4 de diciembre de 2012

Y LO HIZO


(Versos contra la guerra)

Viejo se hizo el hombre meditando
cómo seguir construyendo con sus manos.
De día,  la tibieza del cuerpo que a su lado estaba,
le indicó que podría utilizarlas para hacer el amor.
Y lo hizo.

Un lenguaje milenario llenó su vida de palabras
en todos los idiomas conocidos.
Recorrió con la vista las páginas de mil libros
que le convocaban de nuevo a hacer el amor.
Y lo hizo.

Con vista de pájaro recorrió el horizonte
sin que frontera alguna encontrara su mirada.
En su hábitat llovía, en otro lugar, nevaba.
La primavera, más allá, le invocaba a hacer el amor.
Y lo hizo.

Distintas músicas sonaban traídas por el aire.
Oyó el laúd y la guitarra española,
el oboe, el bandoleón lloroso de nostalgia.
Una tristeza tierna y dulce le reclamaba que hiciera el amor.
Y lo hizo.

La sal del sudor resecaba lengua y labios,
trayéndole el gusto agridulce de las manzanas del huerto.
Soñó con el frescor del agua inmaculada,
la pesadez del vino en la garganta le incitó a hacer el amor.
Y lo hizo.

Se sorprendió de que todo él estuviera pensado para el beso.
Se alegró al comprobar cuál era el objetivo de su cuerpo.
Amó más que nunca el color oscuro de sus manos;
alisándose con ellas los cabellos tupidos,
escupió al Imperio en pleno rostro y luego de vencerlo,
no declinó ni por un instante  su responsabilidad de hacer el amor.
Y lo hizo.

Marianita