(Llamo
la atención de mis lectoras y lectores sobre la fecha de este corto, febrero de
2008. Se trata de una reflexión ácida sobre las primeas expresiones sociales de
sorpresa ante la crisis. Si
en ocasiones utilizo la realidad más próxima que me rodea es porque hace mucho
tiempo llegué a la conclusión de que el lugar en el que habito no es por
supuesto “el ombligo del mundo”, pero sí una fotocopia reducida de la realidad
social en la que está inserto).
En el mundo convulso en el que
vivimos son muchos los sobresaltos que padecen los adoradores del
“Dios-mercado”; también los enganchados a él… que no son los mismos.
Un sin fin de palabrejas que hasta
hace poco tiempo habrían dejado impasible a la mayoría de la sociedad se han
convertido en motivo de alarma, insomnio, mal genio, etc. Actúan como armas de
destrucción masiva que socavan los cimientos de la paz familiar y social.
Al menos así lo entiendo yo en esta
tarea ingrata de psicóloga social en la que me he embarcado en los últimos
tiempos, no por deformación profesional sino por pura desesperación emocional.
Si el Euribor amenaza con subir, o
ya subió, las mujeres de mi barrio se lo piensan dos veces antes de comprar el
tradicional puñaico de almejas para preparar la cazuela de fideos o cambian sin
ruborizarse la botella de aceite de oliva que habían echado en el carrito del
Mercadona, por otra de aceite de girasol. Actos que sólo podemos interpretar
como el reconocimiento de una derrota histórica.
Nunca había reflexionado sobre la
contundencia de la llamada globalización neoliberal, de sus consecuencias sobre
el comportamiento de las grandes mayorías, hasta que tomé conciencia de hasta dónde puede
impactar sobre el vecindario el hecho de que la bolsa de Nueva York tenga
pérdidas.
Conservamos el recuerdo, como si de una película se tratara,
de aquella gran caída de la Bolsa de Nueva York, en 1929. Accionistas y
especuladores financieros arrojándose por las ventanas… Hechos, hasta donde uno
puede pensar, normales. Supongo que mi abuela Concha, si llegó en algún momento
a tener conocimiento de los acontecimientos neoyorquinos, formularía una simple
pregunta: - ¿Y es que en esa ciudad no hay olivos? O quizás asociara ese
arrojarse al vacío con una epidemia de “dolor de clavo”. Bastante preocupación
compartía con las mujeres que se agrupaban en el taller de sastrería, cuando
llegó la noticia, sabida antes por los hombres que se reunían en la Casa del
Pueblo, sobre la ejecución de Zacco y Vanzetti, anarquistas norteamericanos de
origen italiano, en 1927. Mis abuelos
eran internacionalistas pero no estaban
internacionalizados.
Ahora, sin embargo, un resfrío de la
Bolsa de Nueva York, hace palidecer a la
gente que me rodea. Quita la arrogancia al albañil propietario del Mercedes rojo deportivo que tanta
envidia le produce al Roque cuando lo ve aparcado en la puerta del “Peseta”, el bar popular al que acudimos
a ver los partidos del Barça que sólo emite el Canal Plus. Los moteros de la
placeta se agitan al asociar el acontecimiento con la última subida del tabaco
y anuncian amenazantes que van a tener que liarse las “chinas” en hojas de parra
o de geranios…
¡Y para qué hablar de cómo son
vividos en el barrio los padecimientos de la burbuja inmobiliaria! En serio que jamás pensé que el enjambre en
el que vivo fuera portador de una sensibilidad tan a flor de piel y ando como
asustada por las calles, temiéndome lo peor para las finanzas de nuestro
dolorido sistema público de salud. Malvivo con la esperanza de que a nadie se
le ocurra, cuando compruebe que su nivel de endeudamiento superó todos los
límites imaginables, arrojarse por una ventana; las viviendas del barrio sólo
tienen bajo y primera planta. Más no las
tengo todas conmigo ya que al señor Alcalde se le ha ocurrido arrancar cientos
de olivos para construir un “corredor verde”… ¡Qué falta de previsión por su
parte!... Con lo necesarios que serían ahora esos olivos que no por casualidad
nos rodeaban ofreciéndonos sus generosos troncos hechos a prueba de generaciones
y generaciones de ahorcadas y ahorcados.
Pero, bueno, yo en realidad quería
contaros algo mucho más trascendente y dramático. Ocurrió la otra tarde. Bajaba
rápido para el programa de radio en el que participo. Me chocó la presencia de
un anciano de mirada altiva, acodado en un macetero de la Calle Real , con un
cartelón colgando de su cuello, un hombre anuncio. Al acercarme, no sin cierta precaución, para
poder leer lo que anunciaba en letras caligráficas y negras, me quedé
petrificada: Endecasílabo en huelga de
hambre por falta de mercado.
En su tragedia estaba la clave para
entender el resto de cosas que estaban ocurriendo.
Roete
Rojo
Febrero
2008
Que forma tan poética de describir la crisis del capitalismo.
ResponderEliminar¡Que belleza!
Librepensador.
Me alegro de que le haya gustado. Es viejo pero "originario". Quise denunciar, entre otras cosas, la mercantilización extrema a la que habíamos llegado durante los años de la expansión de la burbuja inmobiliaria, que a todos afectó y condicionó comportamientos colectivos masivos. Después han pasado muchas cosas, siguen pasando, pero en términos generales el sentimiento generalizado sigue siendo de estupor e incredulidad. Miles de personas han rodeado hoy El Congreso de los Diputados. Es una señal en medio del vacío. Esperemos que fructifique. Luchar nunca fue una opción fácil. Eso lo están aprendiendo los sectores de la juventud que se moviliza. Un abrazo, Roete Rojo
ResponderEliminar