(Dedicado a Dña. María Luz Escribano Pueo, mi
maestra)
Imagen de Jean Jacques Rousseau |
En
el curso académico 1970-71, las alumnas de 1º de Magisterio, tuvimos la fortuna
de descubrir el teatro de títeres, por dentro y por fuera. Se nos impulsó a
escribir pequeños guiones que luego pasaban a concurso, aprendimos el manejo de
los “cristobicas” e incluso a construirlos.
En
aquel invierno largo y frío, en muchos hogares, las ollas repletas de papel de
periódico hervían esperando el resultado final de una pasta horrible que
mezclada con cola de caballo – como nos enseñara Dña. Nené-, permitía dar forma a las cabezas que la
imaginación convertiría en multitud de personajes:
-Yo soy Patatín, el que quiere corregir el
defecto de Papán de comer moscas con sal.
Jamás tuve habilidades manuales, siempre fui
un desastre y lo sigo siendo. Mi cabeza
de muñeco, a pesar de la ayuda de alguien de la casa, quedó como una espléndida
caca. Ni pintado, ni decorado, ni vestido mejoró ostensiblemente. Mas no tuve
otra posibilidad que aceptar su físico y adoptarlo a pesar de su fealdad. Quizás por eso le puse
un nombre importante, significativo, en el que se expresaba por entonces eso
que llaman amor platónico: Jean Jacques Rousseau, en honor al librepensador y
filósofo ginebrino, al que yo adoraba y sigo adorando.
Gracias a los “cristobicas” nos sentíamos
protagonistas de la gran farsa de la vida y del teatro, siempre cargando con
aquellos seres polifacéticos dispuestos a irrumpir en nuestras conversaciones y
anhelos.
Acabado el curso, la mayoría de nosotras
optamos por hacer el “albergue” y superar cuanto antes el período de
internamiento forzado, requisito imprescindible para obtener después el título
de Magisterio.
Llegábamos por centenares, con nuestra
adolescencia a cuestas, al pueblo de Víznar. Uniformadas de manera ridícula nos
veríamos obligadas a 4 semanas de doctrina en los “Principios del Movimiento”,
sometidas a una disciplina y parafernalia militares, a cargo de la Sección Femenina.
Doce jovencitas compartían habitación en
cuatro literas triples, agua fría para la ducha y deficiente alimentación. De
buena mañana, a desfilar, brazo en alto, leyendo frases de José Antonio Primo de
Rivera, misa en ayunas…
Dos mujeres, a nuestros ojos mayores, venidas
desde Almería, una de ellas embarazada, se sentaban solas en una mesa y dormían
aisladas del resto en habitación propia. Eran casadas y, por tanto, no debíamos
tener contacto con ellas.
Largas caminatas, marcando militarmente, para fortalecer el cuerpo, e imagino que también para agotar nuestras ansias e
impulsos:
- Respirar, a pleno pulmón, la brisa marina que
sale del fondo del agua del mar.
Toque de silencio, luces apagadas, cada quien
sobre su colchón, esperando el momento trágico del “registro”, para el cual habíamos
urdido durante todo el día tácticas y estrategias que nos permitieran salvar de
la deshonra una cajetilla de tabaco, un chorizo o un salchichón, la carta de un
novio o cualquier pequeño objeto que nos vinculara con nuestras familias, el
barrio o el pueblo de origen.
Aquellos silencios, muchas veces teñidos con
suspiros y algún que otro llanto o lloriqueo, eran rotos por la presencia
enigmática de JJ. Rousseau, la marioneta humilde, de rostro tópico y narizota
rosada, que surgía de su escondite debajo de mi almohada, cambiando nuestro
abatido presente.
Sus palabras y gestos eran seguidos con pasión
por las doce muchachitas. JJ. Rousseau parecía conocer al dedillo nuestras
inquietudes y secretos, para cada una tenía la conversación precisa, el chiste
adecuado, el consuelo exacto. Nos devolvía la esperanza, rompía todas las
cadenas que nos oprimían con su sonrisa franca y el timbre aflautado de su voz.
Cuando el creía que los estragos del día estaban superados, bajaba de su litera
y aprovechando la duermevela nos besaba en la mejilla, nos arropaba si era
necesario, y nos dirigía las últimas palabras al oído: El hombre ha nacido libre y, sin embargo, vive en todas partes
encadenado.
Luego supimos, se llamaba JJ. Rousseau por
mera rebeldía.
Llamarlo “instrumento” me resulta ingrato pero
es posible que el sustantivo sirva para definirlo.
Gracias, profesora, gracias, maestra, por
haber puesto en nuestras manos de adolescentes éste y otros instrumentos que
nos ayudaron a sobrevivir.
Su alumna que nunca la olvidará, en nombre de
las 12 almas de aquella habitación, desde Granada, la ciudad del desamparo, en
este día jueves, 7 de mayo de 2009,
Roete Rojo
Notas.-
1.- “Cristobica” es la denominación que en
Granada reciben las marionetas que se manipulan metiendo la mano dentro de la vestimenta. Muy
populares. De hecho, Federico García Lorca escribió mucho teatro para
cristobicas.
2.- Dña Nené Palacios era la profesora de
“Manualidades”; mujer de trato imposible, temida por alumnos y alumnas, uno de
los baluartes de la
Sección Femenina dentro de la Normal de Magisterio.
El viejo albergue en la actualidad |
3.- El “abergue”. Aún por los años 70, la Sección Femenina ,
brazo organizativo e ideológico, de la Falange Española ,
versión para mujeres, imponía su autoridad y doctrina en todos los ámbitos. El
llamado “Servicio Social” (el Servicio Militar para las mujeres), era
obligatorio para multitud de requisitos: obtener el pasaporte, obtener un
título universitario, acceder a la administración pública, etc. Para el caso de
las maestras se traducía en asistir al “albergue” (que debíamos costear
nosotras, en general jóvenes de estratos bajos de la población). Reflejaba el
especial interés del franquismo en ideologizar a quienes íbamos a convertirnos
en maestras de Enseñanza Primaria. La disciplina interna reproducía el esquema
del ejército. Los alumnos también debían realizar el “albergue” que estaba
situado en el pueblo de Alfacar. ¡Qué terrible espacio geográfico! Justo donde
se encuentran las mayores fosas de fusilados y fusiladas, circunstancia que,
por supuesto, desconocíamos.
Yo lo pasé mal pues mi rebeldía, bastante
primaria pero de cariz antifranquista, me condujo a negarme a desfilar con el
brazo en alto y a asistir a misa. El castigo fue fulminante y se mantuvo
durante todo el mes que duró el albergue. Me conducían escoltada hasta el
comedor donde se celebraba la misa, y debía permanecer en pie, con la espalda
pegada a la pared hasta que acababa la ceremonia, reorganizaban las mesas y
todas mis compañeras estaban sentadas. Entonces recibía la orden de un “mando”
de que podía ocupar mi sitio para desayunar.
4.- Era tal el silencio obligado y el olvido
obligado que impuso el fascismo que nosotras, por ejemplo, no sabíamos en ese
momento que Dña Mari Luz era hija del fusilado director de la Escuela de
Magisterio, Don Agustín Escribano, ni que su madre, Dña. Luisa Pueo, había sido
expulsada de su puesto docente y obligada al destierro con su pequeña bebé, a
tierras castellanas; no sabíamos que el edificio en el que estudiábamos había
sido una obra mimada de la
II República , no sabíamos que los muebles que utilizábamos
cada día, habían sido construidos por Hermenegildo Lanz, catedrático de dibujo
durante la II República ,
y colaborador de las Misiones Pedagógicas, también represaliado y expulsado y
quien, aunque salvó la vida, se vio sometido a terribles crueldades, muriendo
de un infarto en una calle de Granada.
Así escrito parece menos traumático de lo que fue en realidad.
ResponderEliminarLibrepensador
Hay muchas posibilidades literarias para reflejar una realidad. No es que intente quitarle "hierro" al asunto;creo que la realidad queda expresada con objetividad, dejando una pequeña luz de esperanza humana teñida de tristeza. Siempre agradezco tus comentarios, besos, Roete Rojo
ResponderEliminarEs asi querida amiga. Excelente respuesta.
EliminarUn abrazo.
Ana María
San Ant Alt