domingo, 7 de octubre de 2012

¡POR LOS CLAVOS DE CRISTO! (1)


No piensen que me volví loca por esta exclamación tan cargada de religiosidad. Por  mi tierra, imagino que también por otras, expresiones de este tipo están preñadas de irreligiosidad. La cosa es que en mi altar sagrado, es decir, en mi cocina, mi madre y Roque sufren con fervor con el desarrollo de un partido de fútbol. Mi madre, de vez en cuando, si la cosa se pone al rojo vivo, exclama, ¡Por los clavos de Cristo!.
Debieron dolerle a Cristo mucho esos clavos. Aunque después de mi última enfermedad he llegado a la conclusión de que eran ciertas, en algún sentido, todas las gilipolleces que nos enseñaban en la Normal de Magisterio, en la asignatura de sicología, sobre aquel asunto de los "umbrales". Roque ya me explicó la base científica de dicha teoría.
Pero el dolor es algo tan personal, tan subjetivo, tan de uno que acaba modificando, incluso, la noción del tiempo. Es decir, si en ese momento uno piensa que el sufrimiento puede durar una hora más, un día más, una semana más, se suicidaría sobre la marcha de cualquier manera... luego, cuando disminuye y desaparece queda convertido en un mal sueño. ¡Qué cosa tan extraña!, vivir intensamente cada milésima de segundo y que luego la suma de decenas de horas quede convertida sólo en pasado.
Durante todas esas "mis" decenas de horas no podía  dejar de pensar en los miles de torturados, buscando un consuelo, un amarre al que asirme para ser o parecer fuerte. Pero eran situaciones para este caso objetiva y subjetivamente diferentes, es más, confrontadas.
Una cosa es que por un "fallo de producción", o un "mal uso", o un "deterioro por el prolongado uso", nuestra máquina empiece a fallar y lo exprese a través de esa complicada red que une el sistema nervioso al cerebro de un ente "civilizado". Eso es una cosa. Otra bien distinta que desde fuera, otro ente "civilizado" organice o programe concienzudamente tu aniquilación física, mental y moral, sabiendo que por conciencia tu "umbral" será más elevado, es más, que formará parte de tu comportamiento elevar permanentemente el umbral de lo soportable..
Bueno, todas esas cosas he meditado, entre gritos unas veces
estereofónicos y otras amortiguados gracias a mi habilidad para morderme la mano izquierda. En esa tesitura recibí una llamada telefónica de mi amigo Enrique, mi ex-novio, propietario de la Taberna La Sacristía.
- Morente, hace varios días que tengo en la taberna el canario que te prometí. Lo he conseguido algo más caro de lo que te dije pero creo que merece la pena.
Días antes de hacerse presente en mi casa el fantasma del dolor, habíamos recibido una visita para mí muy especial. Dejó un aroma a café de Colombia y una palabra que jamás desaparecerá de nuestro lenguaje familiar, "calientico". Con él visitamos, claro, la Sacristía, en una noche complicada en la que se hacía difícil entender qué cosa hablábamos los granaínos; sobre todo se hacía difícil entender qué cosas hablaba Enrique en su "granaíno" en vías de extinción que necesita traducción simultánea, incluso, para un castellano parlante.
Pero entre otras cosas hablamos de pájaros. Sí, como en la narración de Zitarrosa en su disco "De pájaros y lunas". Enrique prometió conseguir un canario "malinoes", una especie originaria de Bélgica, de la ciudad de Malinas, que se caracteriza por un cantar sin sobresaltos, sin gritos, sin abrir el pico. Mientras explicaba estas cosas, estábamos oyendo al suyo en la Taberna, como un susurro, una presencia discreta que acaba por su grandeza convirtiéndose en lo único importante del recinto.
Enrique daba todo tipo de explicaciones sobre cómo tratarlos, dónde colocarlos, sobre la necesidad de que no estén en contacto con ningún pájaro distinto para que no aprendan trinos ajenos, que no se podían sacar al patio o al balcón, que no debían tener mucha iluminación, que no podía darles la corriente, y tantas cosas más que me pareció que en nuestra casa-galimatías, no podría sobrevivir un ser tan delicado.
Por eso, al recibir la llamada telefónica en aquella jodidísima
tesitura, contesté:
- Enrique, perdona, llevo unos días enferma y no he podido pensar que el canario estaría en la taberna; en cuanto me encuentre mejor, iremos a recogerlo.
- No hay problema, me contestó, en estos días está aprendiendo
mucho del mío... ven cuanto antes a recogerlo porque será señal de que ya te encuentras mejor.
Así fue, el pasado miércoles, después de visitar a un afamado
traumatólogo (que me pareció simpático), paseamos por Granada haciendo tiempo para llegarnos a la Sacristía.
Para Roque pasear por Granada es siempre un ejercicio de autoflagelación: va grabando en su disco duro cada solar vacío, cada casa desaparecida, cada rincón manipulado; observa con la capacidad de sorpresa propia de un niño que descubre cada día la vida, las modificaciones fraudulentas y especulativas que sufre la ciudad, la miopía de sus gentes, la mediocridad de su burguesía, el desmedido desclasamiento de unos sectores populares con el PIB más bajo del Estado, el ser y no ser de una ciudad y sus gentes determinadas aunque no lo sepan por el acontecimiento de la Conquista. Vimos una exposición de fotografías sobre la ciudad en el siglo XIX y principios del XX; una exposición bastante ecléctica de pintura en la que pudimos saborear dibujos y pinturas de Federico García Lorca, Degas, Picasso, Modigliani, Tapies, Dalí, Genovés y muchos más que ahora no recuerdo. Tomamos un café en un lugarcito sin historia y llegamos a La Sacristía.
Bebimos como siempre mucho vino. Yo, incluso, en una de esas
escenificaciones que suelo montar, corté de una maceta de guindillas
que había sobre el mostrador un pimientico y estuve a punto de morirme. Roque me regañó sin mucho convencimiento y Enrique, maldita su madre, se lo pasó bomba mientras yo quedaba sin palabra y sin aliento, con la faringe abrasada y un fuerte dolor de oídos.
Conocimos a nuestro canario "malinoes", habitando una vieja jaula, bastante sucia, con su anillito en la patita señalando la fecha de nacimiento y su registro de raza. Me parecieron en principio detalles demasiado aristocráticos y a punto estuve de tomarle manía.
Envuelto en unas bolsas de plástico hizo su primer largo recorrido por la ciudad del desamparo. Conducí el coche hasta la casa por si encontrábamos algún control de alcoholemia, así quien se quedaría sin carnet de conducir sería yo: toda una muestra de amor y de desprendimiento por parte de Roque.
Creo que le gustó nuestra casa. Antes de acostarme pasé un largo rato hablando con él, explicándole que se llamaba Simón Bolívar y diciéndole:
-Tu eres Simón, yo soy la Morente.
El asunto tuvo mayores consecuencias de las previstas. Federico no daba crédito a lo que yo había decidido y me miraba enfurruñado como jurando no perdonármela. Bolívar por contrario no podía ocultar una sonrisa socarrona de triunfo y me miraba con sus ojos más seductores. Yo, por mi parte, arropada por la nueva presencia en mi casa-laberinto, me permití mirar a ambos por encima de los hombros e incluso me permití alguna exclamación ofensiva que aún los tiene a ambos callados y meditabundos.
A la mañana siguiente abrí la ventana y grité a mi vecina Fina:
-¡¡Fina, mi pájaro se llama Bolívar!!
Al rato, en la radio, se escuchaba un pupurrí de canciones de los 70, ya sabéis, están locos celebrando que Franco colocara al "Mormón" en la Jefatura del Estado. Se oyó una canción de Labordeta y otra de Raimon.
Simón comenzó a cantar de esa manera en que debía hacerlo. Yo abrí, de nuevo, la ventana y grité a  Fina:
-¡¡Fina, mi pájaro es de izquierdas!!
No volvió a cantar en toda la mañana. Eso sí, había aprendido perfectamente su nombre y cuando yo lo llamaba, me contestaba piando.
Al medio día recibimos el CD de José Mercé, "Aire" y mientras almorzábamos Roque lo puso para que yo lo escuchara. Fue entonces que Simón se puso a cantar de un modo tan grandiosamente perfecto que hasta Federico y Bolívar se volvieron para escucharlo.
Desde entonces, es decir, desde ayer, todos estamos como bobos mirando a Simón, hablándole a Simón, discutiendo por su culpa (que si ahí no está bien, que si puede darle la corriente, que si tiene mucha o poca luz, que si debemos ponerle agua del grifo o agua mineral); le hemos comprado una linda jaula donde todavía no sabe cómo comportarse. Pero eso sí, esta mañana, cuando he abierto la ventana, he podido gritarle a mi vecina Fina:
-¡¡Fina, a mi pájaro sólo le gustan las mariconás que canta el
Pepe Mercé!!
Cuando Enrique se entere, él, un ortodoxo del flamenco, se muere del susto.

          Noviembre del año 2000.
          Firmado: Nefertiti

(1)   Llevaba una semana recogiendo cifras sobre la última Encuesta de Población Activa en España, para escribir algo relativo a la situación que vivimos en el país, cuando mi pájaro-Simón se puso enfermo. Ayer murió. Está enterrado en un arriate del patio. Busqué en el ordenador este corto que escribí el día en que fuimos presentados. Hace casi 12 años. Todo ese tiempo hemos vivido, disfrutado y sufrido juntos. En aquella época yo tenía que llevar un collarín permanente en el cuello, que no podía quitarme ni para dormir. Adopté diferentes seudónimos y agrupé lo escrito bajo el epígrafe, “Una sobredosis de enfermedades”. Fueron tiempos difíciles. La compañía de mis eternos, Federico y Simón Bolívar, se hizo cantarina y risueña gracias a la presencia del pájaro-Simón.
(2)  Aclaro que no utilizo la palabra “mariconás” en sentido despectivo por mi parte. Recojo una expresión del ámbito selecto de los ortodoxos del cante flamenco y que utilizan para denominar la actitud de aquellos cantaores consagrados que incursionan en el mundo de la fusión.


2 comentarios:

  1. En horabuena por Venezuela y gracias por este ratito, por esta entrada.

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  2. Buenos días, amigo. La verdad es que el domingo, madrugada para el lunes, en casa no durmió nadie. Todo el mundo pendiente de TeleSur. ¡Una victoria para todos los pueblos del mundo! Un abrazo, Roete Rojo

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