jueves, 28 de junio de 2012

De una mujer enamorada


A JOSÉ MARTÍ


Si pudiera, como a Simón,
colmarte de besos
con los que apagar la furia,
el miedo a nosotros mismos
y a todo lo que nos rodea;
besos locos de pasión
para superar la muerte
que obstinadamente nos persigue,
Yo te besaría, José,
José Martí,
cabeza triangular,
de ángulos agudos,
cuyos vértices son
la patria, la soberanía
y el pundonor.

Si pudiera, como a Simón,
contarte dulcemente
las tragedias que no quieres conocer,
insomnios milenarios,
te las contaría al oído,
como una madre
que en silencios sonoros
mece el sueño de sus hijos.

Si pudiera, como a Simón,
salvarte de la muerte,
lo haría decidida,
como una fiera;
volvería a desnudarme para fingir
amores desmedidos
en edad impropia
para tanto atropello.

Si pudiera, como a Simón,
salvarte de la injuria
salpicando las paredes
con mi letra escolástica,
Lo haría, José, José Martí.

Si pudiera, como a Simón,
seguirte en todos los exilios,
incluido el que marca
el punto final de la existencia,
repetiría la comedia
de volver la mirada
para no dañar
tu último gesto viril,
único entre los miles,
magnífico entre los singulares.
Lo haría por ti, José,
José Martí,
pues el sacrificio
que te alejó de mi vientre
era semilla mojada
que en pueblo germinaría.

¡Si pudiera repetirse la vida!
Guardaría tus enseres
entre pepas de alcanfor,
como la Zula Pando,
esperando que Garibaldi llegara
un día de tormenta,
como todos los nuestros,
dispuesto a escuchar mis palabras
de madre enajenada
y mujer viciosa,
con la impertinencia de esa edad
que se atreve a contestar
la marcha de los poderosos.
Edad y vida
que a nosotros no perdonaron,
cegándonos en violento esputo
de sangre maloliente,
como a Simón,
o en bala anónima,
perdida para todos
menos para ti, José,
José Martí,
cabeza triangular,
de ángulos agudos,
cuyos vértices son
la patria, la soberanía
y el pundonor.

Si pudiera con mi sable
levantar la memoria olvidadiza,
el adobe que cimenta,
la opresión de los pueblos
liberados por Simón,
rompería las estatuas
que con cinismo le adulan
tras celebrar su muerte,
para gritar, ordinaria y soez
como yo sola supe serlo,
que por encima de vendepatrias
y cachivaches,
tú, José,
José Martí,
sigues vivo sin estatuas
en el corazón de tu pueblo.

Si pudiera, José,
José Martí,
acrecentar con mis besos
tu grandeza,
lo haría sin reproches,
volcán imprevisible,
ácido corrosivo
de celos que se muerden,
tragan  y digieren
frente a ella,
la otra,
mala mujer
que a todos enredó.
Hembra insaciable,
¡América Latina!,
Que me robó a Bolívar
 sin que yo,
Manuela,
¡Sol del Perú!,
me atreviera ni siquiera
a susurrarle.

Roete Rojo
En la ciudad del desamparo,  1995, centenario de la muerte de José Martí.

Nota.- Como pueden comprobar las lectoras y los lectores, no pude sustraerme a la presencia de Simón Bolívar. El amor es así.

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