Hace unos días, paseando por el
Cementerio Municipal de Granada pudimos saber que la lápida que cierra el nicho
en el que reposan los restos del gran maestro granadino Juan Carreño Vargas esta “vencida”; utilizo
el entrecomillado para fortalecer lo duro del adjetivo.
El descubrimiento nos obligó, tras
el primer estupor, a reflexionar sobre el porqué enterramos a nuestros muertos,
para luego desecharlos como cualquier mercancía obsoleta o caducada.
En todas las religiones y culturas
en las que es tradicional enterrar a las personas que fallecen existen motivos
emocionales, espirituales, identitarios o referenciales para hacerlo. El
reconocimiento de que cualquier ser humano ha desarrollado una vida en colectividad
(familia, ciudad, profesión, etc.), unas veces de manera anónima (dentro de
vínculos íntimos y estrechos), y otras veces de manera pública, significándose
en un período histórico, y en un determinado espacio geográfico, siendo
referencia elogiosa, por su valor ético y moral para muchas generaciones.
Enterramos a nuestros muertos para
reconocer los vínculos con el pasado, para reconocer la dignidad humana después
de la muerte, para acercarnos a ellos y pedirles consejo, restañar ausencias,
para rectificar errores, para no olvidar de dónde venimos ni olvidar hacia
dónde vamos. La creación de los cementerios municipales, tras prohibir los
enterramientos en claustros de conventos o bajo el suelo de iglesias o
catedrales, según el rango, fue un adelanto civilizatorio, sanitario y
liberador; aunque hubo que esperar hasta el Informe
dado al Consejo por la Real Academia de la Historia sobre la disciplina
eclesiástica relativa al lugar de las sepulturas, en 1786, durante el
reinado de Carlos III; en 1787 el Monarca emite La Real Cédula de 3 de abril por la que se prohibían los
enterramientos en las iglesias, salvo para los prelados, párrocos y personas
del estamento religioso que estipulaban el Ritual
Romano y la Novísima Recopilación.
Pasear por los cementerios es
aleccionador ya que la “ciudad de los muertos” resulta ser un espejo de la
ciudad de los vivos en su devenir histórico. Hasta la ciudad de los muertos
llegan los girones de nuestra historia como son los estilos arquitectónicos, el
urbanismo, las costumbres, las creencias, los episodios históricos colectivos
y, lo que es más impactante, la sociología de la ciudad de los vivos, sus
contradicciones, sus momentos heroicos, sus depresiones y sus momentos
bochornosos. La actual demarcación del Cementerio Municipal de Granada, por
ejemplo, se acomete en 1924, en plena Dictadura del General Primo de Rivera. En
septiembre de 1924, el Sr. Alcalde de Cementerios informaba de que no quedaban
nichos disponibles. La ampliación del cementerio católico y civil fue posible gracias a la cesión gratuita de terrenos por
parte del súbdito inglés D. Carlos Lindsay Temple de los terrenos colindantes
que eran de su propiedad; agradecía de este modo generoso haber recuperado la
salud en esta ciudad. Tuvo suerte el inglés, ya que Granada estaba considerada
una de las ciudades más insalubres de Europa, como queda reflejado en las Actas de la Comisión Provincial de Sanidad
y en todos los informes encargados por el Ayuntamiento para resolver el grave
problema de la canalización y potabilización de las aguas.
Así pues, conocer lo que fuimos y lo que somos, se puede
analizar desde esta perspectiva colectiva que no deja de situar la importancia
de las personas que la escribieron. Cómo nos relacionamos con la ciudad de los
muertos, por tanto, dice mucho bueno, poco, o mucho malo, según los casos, de
la ciudad-sociedad de los vivos.
Tan es así, que volviendo al caso de
nuestro maestro granadino, Juan Carreño Vargas (cubano de cuna pues nació en El
Sábalo, provincia de Pinar del Río), ejemplo loable de trabajo en favor del
Magisterio (ya representó en 1924 a la Asociación Provincial del Magisterio en
el Comité Organizador de la Exposición Hispano-Africana) y en defensa de la
enseñanza pública, como vehículo de progreso y emancipación social (lo que le
costó la vida), nos exige preguntarnos hasta qué extremo estamos dispuestos a
trasladar el mercantilismo más salvaje de la ciudad de los vivos hasta la
ciudad de los muertos. En su caso no podemos, ¿o sí? pedir apoyo y solidaridad
a “STOP-Desahucios”, para que nos ayuden a salvar nuestra memoria y nuestra
dignidad, lo que nos permitiría vivir en paz, con nuestros muertos, en la
ciudad de los vivos. Alguien tiene que responder.
Granada
a 23 de mayo de 2018
Roete Rojo
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