En el corazón del bosque el otoño
había comenzado de forma abrupta, con heladas mañaneras y la desaparición de
visitantes y turistas. Atrás quedaban los días bulliciosos, con multitud de
gurises, corriendo de un lugar a otro,
protagonistas de juegos guerreros.
“Pajarito Contestón”, un bello hornero, tenía especial
predilección por observar los juegos de los gurises. De apenas un año de edad
aún se sentía como uno de ellos y añoraba los tiempos en que podía dedicar
horas y horas al juego con sus hermanos, recién salidos del nido de barro.
Ahora, con el bosque casi en silencio, sentía una gran melancolía.
En el bosque
araucano también residía “Pitufo Gruñón”. Un pitufo bien raro, sin ninguna de
las características de las series televisivas infantiles. No era noble, ni se
preocupaba por el bienestar del bosque, ni buscaba la amistad con los seres que
lo habitaban. Su entretenimiento favorito era fastidiar a todo el mundo; de
ello obtenía una satisfacción que, sin embargo, no mermaba la ansiedad permanente
que padecía. Siempre sus maldades o bromas de mal gusto le sabían a poco.
Como todos los
veranos, el último había sido muy concurrido. El “Parque Natural” se había
llenado de familias bulliciosas, con sus cámaras de video, computadoras y
teléfonos celulares. Una familia muy urbana, orgullosa de ser de la ciudad de
Buenos Aires, con cuatro hijos, se asentó en un lugar privilegiado desde el que
poder observar la vida de las aves. Pero el día en el verano tiene tántas horas
de luz, que los hijos también tuvieron tiempo para observar los juegos del
resto de gurises.
Ariel, el mayor
de los cuatro hermanos, no comprendía por qué siempre los juegos infantiles
eran tan contradictorios. Miraba el rostro de los gurises y muchos de ellos
eran aindiados pero cuando jugaban a indios y vaqueros, los primeros siempre
eran los malos y resultaban derrotados.
Tá, pensaba, quisiera decirle a
esos gurises aindiados, gritarles, ¡Vení, vos, el canijito, pero no vés que vos
sos un indio y no un vaquero!
De tanto observar a unos y a
otros, Pajarito Contestón acabó aprendiendo el lenguaje de los gurises y a
sentir un entrañable cariño por Ariel. Con su trino le hacía llegar ideas sobre
nuevos juegos y, a los pocos días, Ariel se atrevió a proponerlos a la hora del
almuerzo, cuando todos se juntaban junto a la fuente de agua fresca y los
bancos de madera situados bajo los pinos araucanos.
Pitufo Gruñón estaba muy ofendido
y desorientado; todo lo que fuera fomentar la amistad y la hermandad le ponía
los pelos de punta. Para asustar a los gurises reunidos en el bosque emitía
unos gruñidos extraños pero ellos no parecían hacerle caso y él se enfadaba más
y más. Urdió un plan: se apostaría en un lugar visible y, sobre un tronco de
madera, anotaría ostensiblemente el nombre de los gurises que acudían a
conversar durante el almuerzo y, a la mañana siguiente, el dulce de leche del
desayuno de los asistentes aparecería cagado y lleno de barro; con la malsana
intención de que las culpas recayeran sobre Pajarito Contestón y su humilde
familia de horneros. Esta idea lo hacía muy feliz, a su manera.
Pajarito Contestón sintió una
gran tristeza al pensar que los gurises pudieran creer que él era el responsable
de la ruina de su desayuno favorito y de que las mamás estuvieran molestas
después del trabajo lento y amoroso que hicieron para elaborar el dulce de
leche. Sin embargo, a la hora del almuerzo, todos volvieron a reunirse a la
sombra de los pinos araucanos. Ese día estaban muy alegres pues ya habían
determinado a qué juego jugarían los días restantes de sus vacaciones de
verano.
Ariel les dijo: Vean, a los horneros
les gusta mucho alimentarse de escarabajos y cuando llegue el invierno no
podrán comer su bocado favorito. Todas las veredas están llenas de escarabajos
patas arriba. ¡Adelante, no seamos boludos, pongamos manos a la obra!
Siguiendo los consejos de
Pajarito Contestón construyeron primero unos comederos protegidos de la humedad
y el viento. Cada mañana recorrían las veredas, limpiándolas de escarabajos
muertos hasta que todos los comederos estuvieron llenos, olvidándose de indios
y vaqueros, de moros y cristianos, de reyes y vasallos. Ariel hasta se olvidó
de seguir observando a las aves.
El último día de las vacaciones
se celebró una gran fiesta, un asado tradicional, en el que participaron los
gurises, las mamás y los papás, los tatas y las yayas. Cada familia llevó una
bandeja de comida para el asado y una jarra de limonada (los mayores bebieron
con moderación unos tragos de grapa al final). Se oyeron guitarras, historias,
llantos de bebés, sonidos de besos detrás de las matas.
A Pajarito Contestón el corazón
le latía con tanta emoción que parecía salirse de su lindo y blanco buche. Su
familia de horneros trinaba para acompañar tantas risas y disfrute. Con la
noche llegó el silencio y cada quien regresó a su cobija.
Por eso,
ahora que reina el silencio otoñal, Pajarito Contestón siente una gran
melancolía y Ariel, en su apartamento de Buenos Aires imagina dónde está
Pajarito Contestón, mirando la situación de las estrellas. El Amor Duele.
Mientras tanto,
Pitufo Gruñón, más solo que la una, piensa para sí: ¿Y?, ¿quién decidió que yo
fuera el malo del cuento?
¡¡¡Vos mismo!!!, gritan los gurises que están
escuchando la lectura del cuento en la escuelita del barrio.
FIN
Terminología argentina:
Gurí/gurises: niño/niños
Hornero: especie de pájaro.
Computador: ordenador
Teléfonos celulares: móviles
Aindiado: de origen indígena
Tá: exclamación muy utilizada; es como para nosotros “pollas”
Dulce de leche: repostería típica del Río de la Plata. Es
leche condensada caramelizada
Boludos: tontos..
Grapa: aguardiente de origen italiano muy popular
Tatas: abuelos
Yayas: abuelas
Cobija: manta, camastro
Desde la ciudad del desamparo,
Roete Rojo
Que cuento más lindo Carmen. Se lo he leído a Simoncito
ResponderEliminarAna Maria Da Silva
Sn Ant Alt
Gracias por tu comentario, amiga. ¡Qué cosas le lees al pequeño! Se volverá un revoltoso, como el hornero. Besos, Roete Rojo
ResponderEliminar