Con la
edad suceden acontecimientos nuevos en nuestro cerebro y nuestros sentimientos.
He consultado con amistades de edades similares a la mía y parece que se trata
de un fenómeno generalizado.
Me
refiero a la actitud de hipersensibilidad ante los problemas de las personas más
vulnerables de nuestra sociedad. Con la crisis del sistema, que ya dura casi una
década, esos sectores vulnerables se pueden observar con un perfil bien
definido: adultos y adultas mayores, niños, niñas y adolescentes.
Estamos
como paralizados ante los datos, expresión de la desorientación que se vive, de
la derrota sufrida, del miedo ante la falta de futuro; volver el rostro o
taparse los ojos para eludir la realidad.
Pero la
realidad es tan aplastante que no aceptarla es como asumir de modo voluntario
la locura, la necedad o el individualismo más criminal. O sea, formas de
aceptación de la inmundicia que nos rodea y de optar por la inacción. Vivimos
en una sociedad enferma.
Según el
indicador europeo “AROPE” el 35.4% de los niños, las niñas y los adolescentes
de nuestro país están en riesgo de pobreza o exclusión. Estos datos son
corroborados por otras instituciones como Cruz Roja, UNICEF, etc; sin que las
prospectivas auguren un cambio de tendencia en años venideros, de seguir las
políticas de los gobiernos neoliberales de cualquier signo. No estamos hablando
de un fenómeno que se produce en un país exótico, en un país en guerra o en un
país de esos que nos cuesta trabajo situar
en el mapa. Seguro que a algunos de los lectores de mi blogs les resultará
inaudito. Pero es así.
Se trata
de un verdadero genocidio de consecuencias a largo plazo. Son millones de
personas que no podrán desarrollar sus vidas con las mínimas condiciones para
convertirse en adultos completos, incapaces de insertarse en una sociedad que
los marcó como excluidos en los primeros años de su existencia. Países que han
volcado ingentes recursos para reducir la pobreza y la miseria extrema saben
las dificultades que hay que afrontar; incluso donde estos niveles se han
reducido drásticamente se reconoce que hay un segmento de población, entre el 5
al 7% que es impermeable a las políticas públicas; es lo que se llama pobreza o
miseria estructural.
¡Estamos
hablando del 35.4% de la población infantil y adolescente! Cuyas familias no
pueden garantizarles una alimentación adecuada, un hogar digno, energía para no
pasar frío, ninguna posibilidad de ocio o cultura; que viven atenazados por el
paro de sus padres y madres, por el miedo a ser echados de sus hogares; que
viven en inmensos guetos o desperdigados en barrios de clase obrera degradados
por el paro masivo. O sea, que están en todos los sitios a excepción de los
barrios elitistas. Coincidimos con ellos en el autobús, en la plaza del barrio,
a la salida de la escuela, en el Centro de Salud.
Curiosamente,
el otro sector de la población vulnerable, adultos y adultas mayores, ha
acentuado su precariedad de vida porque están haciendo frente al mantenimiento,
dentro de sus posibilidades, de esos nietos y nietas. Con sus escasas pensiones
(que han sido congeladas) han reducido gastos imprescindibles como la
adquisición de medicamentos (antes gratuita), electricidad (hablamos de frío o
calor intenso e higiene) y alimentación sana (obligada por las enfermedades que
lógicamente padecen), para ayudar a atender algunas necesidades básicas de sus
descendientes. Por primera vez, después de la Guerra de España, las nuevas
generaciones tienen menos recursos y posibilidades de futuro que sus mayores.
Lo demás
es un teatro en el que se representa una tragicomedia de guión manido y actores
y actrices de segundo orden… aunque bien remunerados por el “propietario
intelectual” de la obra.
Desde la Ciudad
del Desamparo, febrero 2016
Roete Rojo
Es estremecedor.
ResponderEliminarA veces lo más evidente es lo más difícil de ver.
Un librepensador
Como dice el refrán, libre pensador, "ellos se lo guisan y ellos se lo comen". Besos, Roete Rojo
EliminarSolo un matiz, pero imprescindible si pretendemos algún día reconocer que somos parte del problema y por tanto inexcusablemente de la solución. No vivimos en una sociedad enferma, somos una sociedad enferma.
ResponderEliminarEstamos de acuerdo. Gracias por el matiz. Un abrazo
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