(Título de la
exposición del pintor argentino Miguel Carini, dedicada a los poetas
granadinos. Lo a continuación escrito lo fue como contenido del catálogo de
dicha exposición, a petición del pintor).
Quizás como nunca antes en España, en las primeras décadas
del siglo XX, pintores, poetas, músicos, diseñadores, actores, escultores y
artistas en general, entrecruzaron sus
vivencias. Ansias, suspiros, miedos compartidos y experiencias, rompieron
límites establecidos, mezclándose y hablándose como hermanos. Poetas que habían
querido ser músicos, pintores que acabaron siendo poetas, toreros
dramaturgos, médicos que ejercieron de
cronistas, modelos convertidas en fotógrafas, pastores de la palabra, panaderos
del volumen...
Corriente
renovadora y de profunda raíz humanística y social, inundó el campo de los
contenidos y sus expresiones, hasta irrumpir en el horizonte ajado de los
sueños inconclusos.
¿Cómo
imaginar el recibimiento multitudinario de un poeta granadino en su visita a
Buenos Aires o Montevideo? Reclamado por todos, hablando en emisoras de
radio, una auténtica estrella,
perseguida por periodistas, críticos, artistas, obreros. Sus ojos soñadores
clavándose en el resto de miradas a través de las ondas o la palabra escrita.
Su delicada figura secuestrada y trasplantada mil veces en blanco y negro,
sobre papel sepia.
Nada
trascendente acaba por morir aunque su visión parezca vencida momentáneamente
por el olvido. Su presencia se adivina como un presagio, un hombre con sombras
desdibujado; sumergida, subterránea,
pide socorro siguiendo las corrientes que surcan los grandes ríos y los
océanos, mezclada entre las espumas con pequeños seres – juncos y peces,
educados en la escuela de la resistencia-, nada más llegar a un supuesto
destino, inicia el regreso y vuelta a empezar. Tejiendo en este infinito ir y
venir complicidades duraderas, viejo y aguerrido resplandor que se infiltra a
través de todos los muros construidos.
Será que la
vida es una erupción incandescente, fuego cósmico imposible de controlar por el
mercado y sus mercenarios. Ocurra lo que ocurra, en cualquier lugar, un niño
seguirá construyendo pajaritas de papel que lo convertirán en el centro del
universo aunque viva en el corazón del mismísimo infierno; una mujer cantará
canciones de cuna a un cuerpecito tembloroso – o a su deseo- , entre algodones
y enaguas de blanco hilo o bajo las bombas;
una adolescente observará sorprendida, un caluroso día de agosto – o de
febrero, según el hemisferio en el que se halle- , cómo sus pechos se redondean
y endurecen alrededor de los pezones color barro entretanto agarra la luna con
la mano, buscando dónde asirse mientras se alejan aquellos soles azules de la
infancia; un poeta rescatará la
incertidumbre de una niña a sus diez años.
Encuentros mágicos que evidencian la necesidad de comunicar lo que
somos, la dignidad de la esperanza, la capacidad de seguir creando a través de
un lenguaje que para serlo tendrá que ser plural o no será nada. Igual dará que
se manifieste mediante palabras escritas o dichas, notas o pinceladas. Besos o
versos; canciones o imágenes que impresionen nuestras retinas. Igual dará
siempre que podamos participar activamente en el misterio de la comunicación,
siempre que consiga que la vida y el amor nos invadan.
Sin duda
esa pervivencia y voluntad de trascender hacen posible que, hoy de nuevo,
poesía y pintura vuelvan a caminar cogidas de la mano, dos jóvenes enamorados,
cada cual con rostro, gesto y acento propios, deseosos de conquistar el tiempo
y el espacio donde algo suceda, donde no vuelva a producirse el grito del
torturado ni sea necesario temer el aluvión de estragos humanos que la lluvia
provoca en la ciudad del desamparo.
Entre
Buenos Aires y Granada la distancia se acorta si alguien la recorre navegando
en una nave de estrellas. Las fronteras desaparecen al comprobar que los
trigales comparten el mismo amarillo en ambas orillas del Atlántico y los
hombres se agitan por las mismas pasiones y guardan silencio ante los mismos
enigmas. El pintor instala su nuevo
taller. ¿El último?, se pregunta, y reanuda su trabajo con laboriosidad y
esmero. Su vida ha sido un esfuerzo titánico para controlar el reloj de
arena que alguien voltea a cada rato sin
pedir permiso. Teme al desarraigo pero acaba venciéndolo al descubrir que
aquellos platos que pintó en el Río de la Plata , lo fueron de un azul idéntico al de
Fajalauza.
Las huellas
dejadas por aquel poeta que adornaba el cuello de su camisa con una frágil
pajarita están presentes en su obra; las trae junto al resto de enseres en la
maleta que contiene todo aquello que necesitó para sobrevivir al
desencanto, traducidas a líneas, trazos,
puntos y colores, desde aquel día en que
se conocieron, siendo ambos jóvenes en extremo. La comunión fue tan íntima que
las mujeres del poeta lo han acompañado sin darle un respiro desde entonces, a
pesar de que las pintó desde todas las perspectivas posibles, con todas las
técnicas a su alcance. Es tal la fuerza de las palabras y de los símbolos, que
ellas – palabras y mujeres -, lo persiguen enredándolo en sus mandiles, en sus
vientres telúricos, en sus consejos o sentencias, pronunciados por ancianas de
boca desdentada.
Mujeres y
niños son sujetos principales en la obra del pintor, junto a otros seres
alegóricos: mariposas, pequeños reptiles, lunas, aves, raíces, denuncian el
orden impuesto y reivindican un futuro libre de determinismos; seres condenados
a la insignificancia o a la mera anécdota cobran la fuerza y el protagonismo
que se merecen, justo en esta época en que lo efímero y lo grotesco se adueñan
de todo y se pavonean amparados en el “prestigio de los necios”, como dijera el
filósofo.
Frente a
este marasmo que nos envuelve, mujeres y crisálidas nos brindan una mesa con
los únicos manjares dignos de ser degustados, cocinados con ingredientes que
nos atan de modo responsable a la tierra, al planeta que nos arrienda generoso
su suelo, con la energía de la creación, que es vida y muerte nunca estéril,
sacrificio y quebranto vivificantes. En sus cuerpos descansa la certeza del mundo vestida de flores.
¡Cómo golpean las palabras en el corazón del pintor! A
cada sílaba repetida las manos se ponen en camino y con naturalidad y destreza
son recreadas. Las ha reconocido como propias. Su intrincada sintaxis, su
diseño, estaban presentes en sus ojos sin saberlo. Llaman a su puerta y al
abrirla reconoce en ellas heridas padecidas, abiertas unas, cerradas otras;
ensoñaciones y realidades, diálogos fructíferos, rupturas, pérdidas
definitivas, ternuras intuidas o consagradas. Al amparo de la noche silenciosa
y mística apoyan con absoluta confianza sus cabezas encima de su almohada. De
día hurgan en los cajones de la mesa, revuelven los bocetos, leen sus cartas y
le preguntan descaradas a quién iba dirigida aquella postal que nunca echó al
correo.
Han pasado
muchos años desde aquellas primeras décadas del siglo XX. Ahora el tiempo
parece correr a una velocidad que contradice las leyes físicas. Hemos
traspasado la línea que nos arrastró hasta el tercer milenio sin que hayan ocurrido
más cataclismos que aquellos provocados por la insidia de un puñado de hombres
ambiciosos. Y, sin embargo, algo importante subsiste en la cara oculta de ese
paraíso cerrado para muchos: la hermandad entre la palabra escrita y la
pintada. El milagro ha vuelto a producirse a través de nuevos nombres de
poetisas y poetas de Granada, a través de un pintor llegado desde un puerto
lejano pero abierto. A todos ellos, en algún momento de la vida, también
les subieron por el cuerpo los caracoles
del agua.
En todo ese
tiempo transcurrido los niños siguieron cantando y jugando a la rayuela. A
ellos debemos el milagro.
Roete Rojo
Granada, 2006
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