Bajo este título y con permiso de los
autores del proyecto inicio la publicación de la entrevista que me realizaran
en Madrid, el día 9 de diciembre de 2012. Nacho Blanes y Rosario Gómez
Carrasquel, mentores del proyecto, intentan recuperar la memoria de lucha de
los movimientos sociales durante el franquismo con visión de género. El
material audiovisual, cuando esté completado, se pondrá a disposición de
asociaciones, ateneos y grupos interesados en conocer nuestro pasado histórico
más reciente. A mí me correspondió hablar sobre el movimiento estudiantil
antifranquista. La entrevista que tiene 5 apartados comienza con la indagación
sobre la situación social y familiar.
1.Características
socioeconómicas de la familia en la que te formaste.
Una familia obrera, mi padre era maquinista y mi madre
peluquera y, luego, tejedora. No pasamos hambre pero los tiempos eran duros:
tuvimos, como todos los niños humildes de esa época, sabañones y verrugas. La
ropa se heredaba, se repasaba y arreglaba muchas veces. No recuerdo haber
bebido leche de niña. El pan lo traían desde Alfacar en burro, los niños
pasábamos mucho tiempo jugando en la calle. Había escuela por la mañana y por la tarde. Nuestro
barrio tenía una composición particular, entre el barrio de San Lázaro
(construido a inicios de la dominación cristiana como contención de la
población morisca) y los primeros bloques de edificios construidos después de
la Guerra de España en la Avenida de Calvo Sotelo. Entre estos tres grupos
humanos existía poca relación. Las pandillas que se organizaban respetaban de
manera instintiva la diferenciación social. Nunca hablé con los niños de Calvo
Sotelo, a excepción de la familia Puente-Antón , pues eran hijos de clases medias altas;
aunque después, cuando la adolescencia, fui compañera de bachillerato de muchas
chicas con las que por supuesto tampoco intimé. Los niños de San Lázaro nos
daban miedo, eran muchos y muy aguerridos, y procurábamos no tener problemas
con ellos.
Eran los arrabales de la ciudad que se fueron urbanizando
hasta convertirse en una zona “bien” con el pasar de los años. Pero entonces
nos rodeaba el campo, había huertas en las que robábamos jugando algunas piezas
de fruta en el verano. Ya estaba construido el Hospital Clínico San Cecilio, la
Plaza de Toros y el nuevo Campo de Fútbol, el río no estaba embovedado… Desde
nuestras ventanas veíamos la Vega de Granada, Sierra Nevada… y también, a las
niñas del orfanato o “reformatorio” de San Juan de Letrán… ¡pobres criaturas!
2. Ideológicamente
cómo los definirías. ¿Eran políticamente activos?
Eran perdedores de una guerra, con un pasado
estigmatizado, con los sueños y esperanzas rotos. No conocí a mis abuelos. El
abuelo Diego, el padre de mi padre, había estudiado ingeniería en una universidad
inglesa. Era Jefe de Depósito de la Estación de ferrocarril de Granada. Masón.
Fue condenado a muerte, estuvo en el campo de concentración de Víznar; luego de
conmutarle la pena de muerte, fue expulsado de su trabajo y vivió sus últimos
años como contable en unas bodegas. El abuelo Jacinto, padre de mi madre, era
socialista; practicante, comadrón y dentista; también fue condenado a muerte y
conmutada la pena.
Obligado a no volver a su pueblo, la Puebla Don Fadrique ,
lo desterraron al pueblo de Loja. Mi
padre, bien joven, era militante de la FUE, iba a iniciar sus estudios de
Medicina en la Universidad de Granada. Eran, por lo tanto, republicanos y de
izquierdas. A través de mi padre y de mi madrina, María, la hermana mayor de mi
madre y de su esposo, el tío Tomás, supimos de la tragedia que se había vivido
y de lo que significaba el fascismo. Haber transmitido la memoria fue el mayor
legado que me dejaron. Y también una ética muy clara: la palabra “pancista”.
Para mi padre, cualquier acción encaminada a recibir del régimen algún tipo de
beneficio, era una traición. No pudimos ir al Colegio de Ferroviarios que
estaba al lado de nuestra casa, ni comprar en el economato de RENFE…
No puedo decir que fueran militantes o activistas de una
organización. El simple hecho de sobrevivir a la gran tragedia vivida y
explicarnos lo que había ocurrido y lo que ellos habían pasado, fue su manera
de militancia.
Niña granadina de los años 50 |
3. ¿Hubo para ti
algún referente dentro de ella?
Mi padre que siempre nos hablaba de muchas cosas que
estaban prohibidas. De él aprendí también el anticlericalismo, muy marcado en
la izquierda de los años 30. También mi madrina, que había participado en la
revolución del 34 en su pueblo; todos en general, cuando venían parientes del
pueblo hablaban del pasado y no se escondían delante de nosotras. Esta
circunstancia era bastante singular, lo normal es que la gente callara, hasta
en el ámbito de la familia, todo lo que se había vivido. Te puedes encontrar
con gente que jamás supo que su padre o abuelo había sido fusilado. España se
llenó de muertos sin rostro, sin personalidad. El silencio obligado fue
terrible. Que pudiéramos saber el porqué de las cosas fue muy importante. Eran
historias terribles, de una crueldad extrema…, ellos por contrario,
representaban el amor hacia los pobres, hacia el pueblo, la voluntad de cambio
aplastada. Sabía a través de mi madre de la terrible historia de las tías
Encarna e Isabel, que en realidad no eran nuestras tías. La abuela Concha , la
madre de mi madre, también formaba parte de ese círculo de la memoria; también
el tío Curro, que había sido comisario en el V Regimiento. Podías encontrarte
con esa identidad en cualquier circunstancia, en un médico, en una librería,
etc, de la mano de cualquier miembro de la familia.
Siendo solo una niña era consciente de que formaba parte
de los perdedores. Arrastraba en silencio esta conciencia que no se podía hacer
pública bajo ninguna circunstancia. Pero a veces, ocurrían cosas que me
permitían entender que no estábamos solos, que yo no estaba sola. Por ejemplo,
mi madre solía entrar en una pequeña librería de la calle San Juan de Dios; cuando
no había clientes hablaba con el propietario, para mí un hombre muy mayor, de
los sufrimientos que habían padecido en Víznar cuando estaban presos él y mi abuelo
Diego. También visitando a un médico, mi madre había dicho, “soy la nuera de
Diego Morente”, y aquel hombre profesional se ponía a echar sapos y culebras
por la boca hablando de los fascistas. De esta manera fui tomando conciencia de
que formaba parte de un grupo social que era más amplio que mi propia familia…
Taller de costura, años 50 |
4. Caracteriza
brevemente el contexto sociopolítico en el que creciste.
Creo que hay dos acontecimientos que pueden reflejarlo:
el primero, la campaña “25 años de Paz”, que celebraba el triunfo del fascismo
sobre la resistencia republicana; la propaganda era apabullante. Mi padre
siempre murmuraba, “25 años de la paz de los muertos por Franco”. En el
tranvía, por ejemplo, todo estaba lleno de consignas fascistas alusivas. A mí
me daba mucho miedo, tenía conciencia de que era considerada un peligro por el
simple hecho de conocer la historia, era una niña, sólo tenía 10 años, pero era
consciente de lo que significaban las cosas. Decían unas cosas terribles sobre
los “rojos”: que se comían a los niños, que escupían sobre la eucaristía y la
pinchaban con alfileres hasta hacerla sangrar, que tenían cuernos… esto puede
parecer una broma o un chiste pero nada más lejos: era una campaña sistemática
de terror. Y yo pensaba: ¡Mentirosos! Mi abuelo Diego era masón y era bueno y
dejaba a su esposa que rezara el rosario junto a las vecinas que se juntaban en
su casa.. y el abuelo Jacinto salvó muchas vidas con su habilidad para sacar
con sus manos a los bebés que se atravesaban en el parto, hasta las monjas del
hospital, en el pueblo, testificaron a su favor cuando fue detenido y llevado
preso. Hay que vivir con esos dos mundos en la cabeza para saber lo que nos
costó madurar sin volvernos todos locos.
Trabajadores y policías en la Avenida de Calvo Sotelo, 1970. |
El segundo, la huelga de los albañiles de 1970 y el
asesinato de 3 jóvenes en las calles de Granada, muy cerca de donde vivíamos.
Recuerdo que pasé por la avenida de Calvo Sotelo a primeras horas de la mañana,
era el mes de julio. Cientos de hombres jóvenes estaban sentados, de pie, o
aguantando sus bicicletas, frente y alrededor del Sindicato Vertical. Al rato
comenzaron a sentirse disparos, la gente huyó por todas partes; en algunos
lugares consiguieron con materiales de las obras, hacer barricadas y defenderse
a ladrillazo limpio. Muchos corrían por las estrechas callejuelas del barrio de
San Lázaro, las mujeres, dicen, arrojaban utensilios desde las ventanas para
obstaculizar el paso a la policía… En mi propia manzana, faltaba un albañil,
Julio Comba; su mujer lloraba y gritaba, con los niños agarrados a sus piernas…
desde las azoteas veíamos correr a grupos de hombres. Pasaron años para que
pudiera saber los nombres de los jóvenes asesinados, de la gran solidaridad que
hubo en todo el mundo.
Roete Rojo
La dignidad se construye desde la memoria, nunca desde la amnesia. Por esa razón hay tan poca gente digna en la España de hoy.
ResponderEliminarUn librepensador.
¡Pero cuánto cuesta seguir manteniendo la dignidad! Muchas veces me sigo sintiendo como esa niña de diez años que conocía la Historia pero debía callarla. Un abrazo. Roete Rojo
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