De nuevo sola
ante tu mirada
que a la cita
nunca falta.
Mirada de piedra
pero mirada
al fin. Cierta,
tierna, fiera.
Tu respuesta sola
ante el llamado.
Las espuelas cesan
un momento.
Olfateamos juntos
la frescura
de la noche caraqueña,
un sueño.
¡Qué vaina,
Simón!
¡Qué vaina!
Julio de 2003. Plaza
Bolívar de Caracas, frente a la estatua del Libertador.
Nota.- En muchas ocasiones
en las que he visitado Caracas me he alojado en hotelitos próximos a la Plaza Bolívar , para estar cerca
de la estatua del Libertador. Desde horas muy tempranas, cada día, la Plaza es cruzada por cientos
de personas; es frecuente que haya ofrendas florales y otras muchas
actividades. Los inmensos árboles y las fuentes dan frescura al lugar. Todavía
perviven fotógrafos que se ofrecen a los visitantes, vendedoras de café. Por
las tardes, algún cantautor seguidor de Alí Primera, canta sus canciones por
unas monedas y conversa con el público que está sentado en el banco que rodea
por dentro la plaza. Y palomas, muchas palomas… También iguanas que recorren
acostumbradas al gentío, las calles interiores y saben cómo poner pose para ser
fotografiadas. Y las ardillas, que no se llaman ardillas, a las que está
prohibido echar comida porque enferman. La “esquina caliente” que se pone
especialmente caliente en determinadas coyunturas políticas. Muchos originarios
de países árabes se reúnen allí y, sin diferencia de etnias o tendencias
religiosas, hablan de la situación en Irak, Irán, Libia, del imperialismo norteamericano, etc. Cuando
hay “vigilias”, me acerco a saludar a las gentes que están reunidas y acepto
tomar un cafecito (aunque esté azucarado), me explican por qué están allí, les
explico de dónde vengo y a quién represento, etc. A cualquier hora me siento y contemplo el
paisaje urbano y humano. Mil instantáneas tengo recogidas. Pero es en el
silencio de la noche cuando más me emociona sentarme y contemplar el rostro del
Libertador y hablar con él, sin público ni transeúntes, comentarle mis inquietudes,
hacerle algún reproche, ¿cómo se le ocurrió, Libertador, cambiar el nombre de
Nueva Granada por el de la Gran Colombia ?...
Siempre con la mochila puesta para tener a mano el tabaco, la libreta de notas,
el bolígrafo…Él me mira, como perdonándome la vida, de sobra sé que es un señor
muy diplomático pero para sus adentros, seguro, está pensando, “otra vez la
goda loca con sus vainas”.
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