viernes, 27 de enero de 2012

No te duermas, papuchi lindo

"Ven madrecita, ven,
que quiero hablarte,
quiero contarte 
que ayer murió mi amor.
No puedes figurarte, madrecita,
sin mi vidita,
cuál será mi dolor".
(Carlos Gardel)

Sólo Clara le comprendía cuando llegaba la hora de las soledades que el vino trae de la mano.
En la casa se hacía un silencio tenso, en el que se podían cortar los improperios, las desilusiones y las quejas.
El insistía en acostarse con ella y con una ternura desproporcionada la arropaba mientras payaseaba haciéndose el cojo, el mudo, o hablándole cosas que provocaban  su sonrisa, en todos los idiomas del mundo, de los cuales muchos le eran desconocidos.
- Mira, gacela, si cierras los ojos y escuchas lo que tu padre te dice, descubrirás que el techo no es el techo sino el cielo del África austral, que no estás metida en la cama sino acostada sobre un lecho de plantas aromáticas junto a decenas de animales salvajes que vigilarán tu sueño...allí, donde hemos llegado juntos no existe la perrera, ni tendrás que levantarte temprano para esconder en el portal a ese perro canelo que yo sé que te quita el sueño... ¿oyes los cantos de los pájaros?, ¿no sientes en las piernas el cosquilleo de las suaves caricias?... siempre juntos, tu y yo, sin nadie que nos moleste ni nos obligue a hacer las cosas que odiamos, de la mano, abrazados cuando llegue el frío, desnudos de la mano cuando nos sofoque el calor, y cuando me haga viejo, ¡no pongas esa cara, gacela!, ya no recordaba que yo nunca me haré viejo... viviremos en una cabaña y tu podrás llevarte a todos los perros del mundo, esos perros desamparados que acuden buscando tus piernas como el imán atrae al hierro, ¡a todos!, y darles de comer en la mano y besarlos y cuidarlos como ellos se merecen... quizás, entonces, te cambie esa tristeza que tus ojos arrastran, esa debilidad que te critican porque no te entienden, porque yo, sólo yo, entiende a la gacela...
Encantada con sus relatos Clara no comprendía que el tiempo pasaba; de vez en cuando su madre asomaba la cabeza por la puerta y le hacía señas para recordarle lo tarde que era y para recordarle las otras cosas que no podía advertirle en ese momento. Como una consumada actriz de teatro, ponía ojitos de sueño y lentamente, muy lentamente, para no romper el sortilegio, pestañeaba.
- Mi gacela tiene sueño y su papuchi lindo le va a cantar una canción para que así se quede dormida sin darse cuenta, verás cómo te gusta, es la historia de una niña como tú, es la historia de un padre como yo.
Historias terribles que prestaban letra a música de tangos versátiles puesto que variaban de un día para otro y que sonaban como lamentos más desgarrados que los discos en el viejo picú.

Así pasaban sus noches, en amaneceres deliciosos en los que Clara se permitía trastocar los papeles y cuando vencido por el cansancio y el sopor quedaba dormido, le quitaba las botas y compartía con él la ropa de la cama y le contaba susurrando al oído historias aún más inverosímiles mientras le acariciaba el pelo y le besaba suavemente los ojos hasta quedar rendida y sobrecogida, abrazada a su cuello, oliéndolo, sintiendo los latidos de su corazón, del aquel corazón que él le juraba no dejaría nunca de funcionar.
- Tu padre se muere -dijo Don Manuel una mañana-, se está muriendo por días y no hay posibilidad alguna de frenar el desenlace.
Todas las mentiras juntas la aplastaron rompiendo el espejismo que había pervivido con el paso de los años mientras comprobaba cómo se atemperaban los sentimientos, cómo se reducían hostilidades y una especie de calma chicha, dulzona, se impregnaba allí donde en otro tiempo los reproches los envolvían como una enredadera.
Necesitó caminar y gritar, recorrer las mismas calles que anduvieron bajo la lluvia, envueltos en impermeables tan grandes como el mundo, mojándose los zapatos en los charcos, ilusionados con no regresar, con huir hacia la estrella polar, imitando el vuelo de las águilas, haciendo de ciegos y lazarillos, jugando a no pisar los filos de las baldosas, ganando apuestas en las tabernas.
- La gacela divide por tres cifras... ¿quién se apuesta un vaso?-; sintiéndose el centro de su universo gracias a la complicidad, y de nuevo a casa con los ojos tapados, vuelta sobre vuelta para despistarlo aún a sabiendas de que nunca perdía el sentido de la orientación.
- No te vayas, gacela, no puedo soportar tu ausencia.
El círculo se va cerrando de  manera natural. Ahora es él quien yace en la cama acobardado, preso voluntario de las mentiras, y Clara quien, borracha de desesperación, inventa historias de final feliz.
Su padre mira al techo, día y noche, como si estuviese sorprendido, incapaz de romper un mal de ojo o un encantamiento. Clara ha pintado en el techo algunas constelaciones y le exige implacable que se las describa y le diga sus nombres...a veces no encuentran la estrella polar que se esconde para ocultar las lágrimas. Vigila su mal sueño, siempre las manos entrelazadas, visitando con la punta de los dedos cada articulación, cada arruga, cada pequeña herida o cicatriz, en un intento último de aprenderse de memoria; fuman a medias, respiran a medias, denuncian a medias la hostilidad e impertinencia de los que les interrumpen sin ser llamados, prefieren la noche porque ella les permite  revolcarse en la locura de los sueños, a estas alturas inalcanzables.
Tan delgado está -piensa Clara- que seguro podría envolverlo en una sábana y cogerlo en brazos y subirnos juntos a la terraza para engañar al calor y jugar a los indios, que siempre fueron buenos, y alumbrarnos con meloncitos como aquellos que preparabas en septiembre, con su velita dentro y que acaban rotos porque según mi madre me podía quemar; podrías enseñarme esperanto, ese idioma de ilusionistas que inventabas a placer y con el que siempre me enrabiabas porque yo no te entendía... siempre, siempre, palabra que pasó del blanco al negro, palabra endemoniada que ayer lo era todo y hoy se niega a tener significado para nosotros.
- Papuchi, dicen que esta tarde  habrá un eclipse de sol, baja conmigo a la calle, ahuma vidrios de botella para que los niños podamos verlo sin quemarnos los ojos… no te hagas el dormido; llévame al río a ver cómo los cangrejos asoman sus bigotes tras las piedras, llévame a soñar contigo las batallas de tu niñez, sálvame de nuevo de aquella tormenta primaveral que tanto te asustó que fuiste por primera vez a recogerme a la salida de la escuela, prepárame comidicas, ¿recuerdas?, con recetas milenarias que aprendiste de Sanquiliponti, de nombres maravillosos, no mires al techo, papi, ya es de día y se marcharon las estrellas, bajemos a casa antes de que mi madre nos eche en falta, convéncela de que me deje marchar esta mañana contigo, no me dejes sola hasta medio día en que me ordene buscarte por todas las tabernas del barrio, llévame contigo a la cantinilla, allí hace sol y Paco me deja jugar con el perro viejo al que le faltan los dientes... Papuchi, despierta, no te hagas el dormido, recuerda cuántas promesas te quedan por cumplir, huyamos antes de que sea demasiado tarde, antes de que ocurran todas esas maldades que pronosticas, antes de que me olvide de tí y tengas que pasar por la pena de verme con otro de la mano y no te quede más consuelo que hablarle a las plantas, levántate, padre, el ciruelo que plantamos en el bidón de las aceitunas está seco, tenemos que regarlo, las moras están maduras y aunque mi madre no quiera, podrás subirte al árbol a recoger un buen plato, vámonos, vámonos antes de que ocurra un cataclismo, llévame a ese país donde cada cosa lleva escrito su nombre y no existen diccionarios, no te duermas, papuchi, que aún no me enseñaste a resolver el crucigrama de la vida, que aún nos quedan muchos tangos por escuchar...

                             "Ayer se la llevaron dulcemente
                             y sólo un reproche mi aflicción lanzó,
                             la quise demasiado, intensamente,
                             por eso lentamente
                             la dicha la mató".
                                                          (Carlos Gardel)

Clara

Premio Nacional Relatos Cortos escritos por mujeres. Atarfe-Granada. Marzo-1996

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