lunes, 26 de marzo de 2012

BUPREX POR BESOS


A pesar de que el otoño había avanzado las noches seguían siendo cálidas. En la ciudad muchas ventanas permanecían abiertas y las gentes asomaban sus rostros sorprendidos. Hasta aquí la realidad genérica.
La ciudad sin embargo permite otras lecturas, infinitas lecturas. Oculta en su entramado alegrías y dramas que al día siguiente, o en un sólo instante quizás, pueden mutar por acontecimientos insignificantes o trascendentes.
Un hombre yacía en la cama dolorido, sabiendo que sus horas estaban contadas.
Una joven necesitaba calmar ese dolor físico y el dolor moral de la despedida no consentida.
Un joven necesitaba besar unos labios húmedos de mujer.
La ciudad, el hombre, la joven y el joven son los protagonistas de esta historia. Las presentaciones quedan pues certificadas.
El que hace la ley hace la trampa, dice el dicho. Y por si acaso las trampas no existieran, se hacen presentes las ataduras, los compromisos y las deudas. Las deudas son algo muy serio, sobre todo cuando comprometen  silencios.
Por una de esas deudas el joven tenía la posibilidad de acceder al recetario especial, al sello, a la firma del médico… y a la caja fuerte donde se guardaba el BUPREX (*)
¡El séptimo cielo! Todo lo mágico y desconocido se resumía en esa palabra: BUPREX.
Algunas de esas noches otoñales tan atípicas, ambos jóvenes recorrían a pie la distancia que los separaba del lecho del hombre enfermo. Las terrazas de los bares aún daban cobijo a grupos de conversadores más o menos risueños, que de vez en cuando miraban furtivamente la hora en sus relojes.
Por el camino, en dos lugares discretos, el joven besaba los labios húmedos de la joven y un escalofrío le recorría todo el cuerpo. No pedía más, nunca pretendía nada más, sólo ese escalofrío que le hacía sentirse vivo y le permitía escupir unos cuantos “daños y perjuicios” de los acumulados durante años de lucha, de batallas perdidas, entre la realidad y sus deseos.
En la casa del hombre enfermo las luces prendidas anunciaban la espera, la llegada. La cena, preparada con dedicación y rechazada con obstinación, vagaba como un duende disfrazado de olores.
Palabras mentirosas pero aliviadoras y sonrisas fingidas envolvían por unos instantes el ambiente.
En pocos minutos las facciones tensas del hombre enfermo volvían a la normalidad y sus ojos recobraban la belleza perdida. El trato no escrito se había consumado: Buprex por besos. Un trato basado en la solidaridad y la complementariedad humanas, ajeno a la división clasista del trabajo.
Solidaridad significa compartir horizontes y riesgos. Como tantas veces hemos oído decir a Fidel, “no damos lo que nos sobra, compartimos lo que tenemos”.
Sin ella, sin la solidaridad, eso que llamamos “Humanidad” sería un amasijo de violencias y claudicaciones sin término, sin pausa ni esperanzas  y el mundo sería peor de lo que es… aunque nos cuente trabajo imaginarlo.

Manuela

(*) BUPREX es el nombre comercial de un medicamento cuyo compuesto principal es la Buprenorfina.

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