lunes, 5 de marzo de 2012

ATRAPADA EN UN POEMA


Panteón Nacional de Venezuela
        Nunca antes me había ocurrido. Quedarme atrapada en una idea. Claro que no se trata de una idea nueva puesto que se refiere a Bolívar.
            En todas las ocasiones en las que visito Caracas me gusta ir, todos los días que puedo, a visitar el Panteón Nacional. Allí descansan los restos del hombre de mi vida. Menuda tontería acabo de escribir: si hay alguien que no puede “descansar” en la actualidad en Venezuela es el Libertador quien anda de un sitio para otro, rejuvenecido en boca de la mayoría, haciendo travesuras con los “motorizados del 23 de Enero”, planificando estrategias, sorprendido de tanto como está aprendiendo de la Historia, él que pensaba que ya todo lo sabía.

            Visitar el Panteón Nacional es siempre una aventura sorpresiva, sobre todo si es la primera vez, pues entrar o no entrar depende de cómo andes vestido. Al parecer, es una falta de respeto pretenderlo con pantalón corto, con camisas escotadas, con chancletas, etc. En este sentido las autoridades venezolanas deberían repartir un folleto entre los visitantes porque la cosa no es fácil. Resulta, por ejemplo, que al Panteón no se puede entrar con pantalón corto (seas hombre o mujer)... pero en el Palacio Legislativo, las mujeres pueden hacerlo (con pantalón corto) pero los hombres, no.
            Sabiendo las claves, entrar se entra.
            A mi se me encoge el corazón cada vez que lo visito. De sobra sé que los muertos,  muertos están pero no puedo sustraerme al recogimiento, sobre todo cuando leo la Última Alocución a los Colombianos, escrita en los últimos días de su vida, allá en la Hacienda San Pedro Alejandrino. Las palabras están reproducidas a la derecha del féretro de Bolívar. Siempre lloro sin lágrimas... que es una forma desagradable y desaprensiva de llorar puesto que el nudo en la garganta no sólo no se aplaca con el llanto sino que aumenta.
            Uno de esos días en que visité el Panteón me puse a pensar qué sentiría Bolívar en aquellos últimos momentos de su vida, cuando la Historia le golpeaba en el rostro y le retorcía las entrañas... Y me propuse escribir sobre el asunto, desde un punto de vista de “género”. No podía hacerlo como lo haría un general de su ejército sino como lo haría Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador, la quiteña deslenguada y valiente, que lo amó sin poderlo separar del resto de sus amores... No sean mal pensados: por el resto de sus amores entiendo la libertad, la justicia, la independencia, etc.
            Así nació la idea del poema y me puse a escribir.
            Pero la cosa se fue complicando y un día, mientras acababa un verso, mis dedos teclearon en el ordenador la frase, “necesito saber”. La noche anterior había estado leyendo un libro en el que se mencionaba la obra escrita por Alejandro Próspero Reverend, La enfermedad y los últimos momentos de Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú.
            Don Próspero Reverend era un médico francés que, por esas cosas de la vida de aquel momento, residía en Santa Marta (hoy, Colombia). Por esas cosas de la vida le cupo también la desgracia de asistir como médico al enfermo de muerte que llegó a Santa Marta a finales del año 1830, vencido por las dolencias del cuerpo y del alma.
            De inmediato interpreté que lo que “necesita saber” era lo que dicho personaje, hasta ese día desconocido para mi,  había escrito. Y me puse a indagar sin mucha fortuna pues las ediciones que aparecían en la nota leída no eran fáciles de encontrar.
            Mas nunca hay que darse por vencidos. Cuando se cierra una puerta se abre otra. En abril de este año, estando en Caracas, se me ocurrió preguntar en la Casa Natal del Libertador si alguien podría orientarme para encontrar lo escrito por Reverend. Me indicaron que en la puerta siguiente estaba la Sociedad Bolivariana de Caracas, que preguntase por Carlos Rodríguez.
            Allí me fui y pregunté por él, poniéndole por supuesto el Don delante. La primera ojeada al recinto me hizo pensar que en aquel galimatías de cajas, hileras de libros y revistas que llegaban hasta los techos, nadie podría darme cuentas de nada. Estaban haciendo inventario, por órdenes del Presidente de la República”.
            El señor Carlos me atendió con mucha amabilidad, aseguró saber de qué documento le hablaba, recordaba incluso el año en que la Revista de la Sociedad lo había publicado pero...  me rogaba que volviese unos días después ya que necesitaba algún tiempo para localizar dentro de aquel lío la revista en cuestión.
            Me despedí agradeciéndolo el interés, prometiéndole que pasaría dos días después ... con la convicción de que él se olvidaría al momento del asunto.
            ¡Maldita experiencia!, que nos tiene acostumbrados a la desconfianza, que nos aparta de la sorpresa y nos impide tener sueños tranquilos.
            Regresé y casi por molestar pregunté por Don Carlos Rodríguez. Con su paso ligero y su sonrisa franca se acercó a recibirme... ¡Con la revista en la mano! Tuve deseos de abrazarlo, de besarlo; deseos que felizmente pude controlar. No quiero ni imaginar qué hubiese pasado en caso contrario.
            Salimos juntos a la calle, sorteando buhoneros, hasta entrar en un almacén en el que había una fotocopiadora. Pidió que se fotocopiaran las páginas correspondientes, yo pagué con gusto y tuve el material entre mis manos. En todo ese tiempo, Carlos Rodríguez no soltó ni por un instante la revista, particularidad que me pareció de un celo profesional digno de alabanza y de una intuición sicológica digna de envidiar, ya que yo estaba dispuesta, en cualquier descuido, a guardarla en mi mochila.
            A la hora de despedirnos me preguntó si era posible saber para qué necesitaba el documento.
-Lo necesito para un poema que estoy escribiendo. Contesté.
Eso sí le sorprendió y lo dejó un poco aturdido. Jamás, pensaría, pude imaginar que alguien necesitara el diario médico de un moribundo para escribir un poema.
Comencé a leerlo esa misma noche, apenas cuarenta páginas. Para divulgar el contenido os explico que tiene tres partes: el diario médico propiamente, incluyendo la autopsia realizada por Reverend y una equivalencia de los términos técnicos usados; documentos que el Libertador firmó en su lecho de muerte ante escribano público (Testamento y Última Alocución a los Colombianos) y, por último, comentarios de Reverend, basados en conversaciones, visitas, relato del entierro, etc.
En una segunda lectura comencé a subrayar frases que me ayudaban a conocer lo que estaba buscando e incluso hablé, ya en Granada, con profesionales médicos sobre los síntomas descritos por Reverend, así como sobre la efectividad del tratamiento aplicado por éste.
Pero lo ciertamente impactante estaba fuera del diario médico. Las conversaciones breves entre Bolívar y su médico de cabecera, la descripción de algunos acontecimientos como la negativa de Reverend a vestir el cadáver con una camisa rota, la crispación que respiran los que le acompañan a medida que el final se acerca, la visita de Sardá y su diálogo con el enfermo, etc. En una atmósfera sólo transitada por hombres.
Me resultaba difícil entender la ausencia de las mujeres, siempre tan próximas al lecho de los moribundos. Pero en apariencia no existieron, lo cual me reafirmó en la idea de escribir el poema con visión de género, a través de Manuela Sáenz, apartada por el propio Libertador quien se negó a que lo acompañase en el que sería su último viaje, con promesas de que se encontrarían en el futuro.
Cargada, ahora, con el pesado fardo de los sentimientos y las reflexiones que la lectura me provocaron, me dispuse a seguir desarrollando el poema, siempre con el documento sobre la mesa y la compañía de otras lecturas nocturnas sobre la personalidad de Bolívar y su entorno histórico.
Van como 400 versos agrupados en poemas de 14 versos. Ya sé que la cifra total no es divisible por 14 pero es que algunas partes están inconclusas.
            Estoy desconcertada. El trabajo no parece tener principio ni fin y he llegado a la conclusión de que es el carácter de Manuela y lo endiablado del momento histórico, lo que provoca la falta de método, la locura en la que me encuentro sumergida.
Al principio, antes de Próspero Reverend y de Manuela, tenía la capacidad de regir el desarrollo y los destinos del poema. Ahora es ella la que manda y me impide hasta dormir pues me despierto sobresaltada con una idea, supongo que dictada por ella, que de no apuntar en ese instante temo no recordar a la mañana siguiente.
La anarquía se ha adueñado del poema. Yo no pretendía escribir un poema épico sino más bien un poema de amor. En la actualidad no se qué carajos estoy haciendo. Los primeros versos tenían una estructura muy espontánea y abierta  pero no comprendo cómo se han ido convirtiendo en una especie de romance donde predomina la rima asonante y cada vez aparece con mayor promiscuidad la palabra muerte y todos sus derivados, ambas circunstancias bien distantes de mis intenciones primeras. En muchas ocasiones, mientras escribo, me sorprendo martilleándome la mente con el soniquete del Poema a Juana La Loca, escrito por Federico García Lorca en su época juvenil romántica,  princesa enamorada y mal correspondida, clavel rojo en un valle profundo y desolado...
Para intentar un poco de cordura, hace unas semanas decidí agrupar los bloques de 14 versos en dos temáticas: una (A), la visión de Manuela sobre la agonía del Libertador, bien distinta a la de Reverend ante los mismos síntomas; otra (B), las reflexiones y sentimientos de Manuela en relación a la vida, al amor, a sus relaciones con Bolívar, a la historia del período revolucionario, al futuro, etc. Y comencé a intercalarlos.
En realidad ya no me queda ninguna certeza de que el esfuerzo que estoy realizando sirva para algo ni me conduzca a buen puerto. Y me digo, ¿acaso no fueron así los tiempos que intento describir?, ¿No será que yo misma estoy, como dijera Bolívar en su lecho de muerte, arando en el mar?
Ayer decidí otra estrategia. Grabé cada poema de 14 versos individualmente para poderlos sacar uno a uno por la impresora. Cuando los tenga por separado he decidido volearlos en casa y volverlos a ordenar de forma arbitraria... igual así adquieren un orden natural.
Pero al mismo tiempo que estas cosas decidía me asaltó la inquietud de no conocer cómo sería la Hacienda San Pedro Alejandrino, lo cual me obliga a partir de cero y escribir, de nuevo, “necesito saber”.
            Desconozco si todo lo que me está ocurriendo le ha ocurrido a otros escritores. El adjetivo que más nítidamente expresa cómo me siento es “atrapada”. Mi pretensión al escribir sobre tema tan íntimo como la relación entre el amor y la muerte, en un determinado momento histórico, me está jugando una mala pasada; los muertos se niegan a que juegue con ellos de modo frívolo y a cada momento van exigiendo matizaciones, quieren hacer oír su voz por tanto tiempo silenciada y me enredan en un ovillo tupido que no puedo desenredar.
A veces siento miedo por el mimetismo  al que estoy llegando. Todas las noches lo que me pregunto, al dejar de escribir e intentar conciliar del sueño es: Cómo saldré yo de este laberinto.

En Granada, la ciudad del desamparo, septiembre 2005

La Loca Manuela granadina

PD. Como no se cuándo podré acabar el trabajo os envío, como preludio, un poema A y otro B.

A.1.

Duerme, Simón, mientras
yo espanto al próximo
esputo de sangre.
La guadaña no podrá
burlar la tela de araña
que a tu alrededor
construyo.
Tu respiración tormentosa
rompe  el compás
del tic-tac del reloj.
Hombres que fueron duros
en la guerra,
tiemblan como niños
abandonados a su suerte.

B.1.

Míralos desvalidos,
ingrávidos,
más muertos que vivos;
preguntándose
qué será de ellos
sin padre,
temiendo al mañana
por primera vez,
sin explicarse
por qué la gloria
quedó pendiente,
en un instante,
y sólo ruinas
rastrea la memoria.

1 comentario:

  1. ¡Admiren la fotografía del Panteón Nacional! Ya que no podrán verla más en la realidad, "gracias" al angar que está construyendo el ministro Farruco para el reposo definitivo de los restos del Libertador. ¡Es terrible! Todo el entorno ha quedado desvirtuado, ya no se puede observa el Guaraira Repano al fondo; las torres de la antigua iglesia parecen una pegatina infantil adherida a los severos muros del angar... ¡Una pena! Roete Rojo

    ResponderEliminar