martes, 23 de febrero de 2016

EL PITUFO GRUÑÓN Y EL PAJARITO CONTESTÓN



       En el corazón del bosque el otoño había comenzado de forma abrupta, con heladas mañaneras y la desaparición de visitantes y turistas. Atrás quedaban los días bulliciosos, con multitud de gurises, corriendo de un lugar a otro,  protagonistas de juegos guerreros.
 “Pajarito Contestón”, un bello hornero, tenía especial predilección por observar los juegos de los gurises. De apenas un año de edad aún se sentía como uno de ellos y añoraba los tiempos en que podía dedicar horas y horas al juego con sus hermanos, recién salidos del nido de barro. Ahora, con el bosque casi en silencio, sentía una gran melancolía.
          En el bosque araucano también residía “Pitufo Gruñón”. Un pitufo bien raro, sin ninguna de las características de las series televisivas infantiles. No era noble, ni se preocupaba por el bienestar del bosque, ni buscaba la amistad con los seres que lo habitaban. Su entretenimiento favorito era fastidiar a todo el mundo; de ello obtenía una satisfacción que, sin embargo, no mermaba la ansiedad permanente que padecía. Siempre sus maldades o bromas de mal gusto le sabían a poco.
          Como todos los veranos, el último había sido muy concurrido. El “Parque Natural” se había llenado de familias bulliciosas, con sus cámaras de video, computadoras y teléfonos celulares. Una familia muy urbana, orgullosa de ser de la ciudad de Buenos Aires, con cuatro hijos, se asentó en un lugar privilegiado desde el que poder observar la vida de las aves. Pero el día en el verano tiene tántas horas de luz, que los hijos también tuvieron tiempo para observar los juegos del resto de gurises.
          Ariel, el mayor de los cuatro hermanos, no comprendía por qué siempre los juegos infantiles eran tan contradictorios. Miraba el rostro de los gurises y muchos de ellos eran aindiados pero cuando jugaban a indios y vaqueros, los primeros siempre eran los malos y resultaban derrotados.
Tá, pensaba, quisiera decirle a esos gurises aindiados, gritarles, ¡Vení, vos, el canijito, pero no vés que vos sos un indio y no un vaquero!
De tanto observar a unos y a otros, Pajarito Contestón acabó aprendiendo el lenguaje de los gurises y a sentir un entrañable cariño por Ariel. Con su trino le hacía llegar ideas sobre nuevos juegos y, a los pocos días, Ariel se atrevió a proponerlos a la hora del almuerzo, cuando todos se juntaban junto a la fuente de agua fresca y los bancos de madera situados bajo los pinos araucanos.
Pitufo Gruñón estaba muy ofendido y desorientado; todo lo que fuera fomentar la amistad y la hermandad le ponía los pelos de punta. Para asustar a los gurises reunidos en el bosque emitía unos gruñidos extraños pero ellos no parecían hacerle caso y él se enfadaba más y más. Urdió un plan: se apostaría en un lugar visible y, sobre un tronco de madera, anotaría ostensiblemente el nombre de los gurises que acudían a conversar durante el almuerzo y, a la mañana siguiente, el dulce de leche del desayuno de los asistentes aparecería cagado y lleno de barro; con la malsana intención de que las culpas recayeran sobre Pajarito Contestón y su humilde familia de horneros. Esta idea lo hacía muy feliz, a su manera.
Pajarito Contestón sintió una gran tristeza al pensar que los gurises pudieran creer que él era el responsable de la ruina de su desayuno favorito y de que las mamás estuvieran molestas después del trabajo lento y amoroso que hicieron para elaborar el dulce de leche. Sin embargo, a la hora del almuerzo, todos volvieron a reunirse a la sombra de los pinos araucanos. Ese día estaban muy alegres pues ya habían determinado a qué juego jugarían los días restantes de sus vacaciones de verano.
Ariel les dijo: Vean, a los horneros les gusta mucho alimentarse de escarabajos y cuando llegue el invierno no podrán comer su bocado favorito. Todas las veredas están llenas de escarabajos patas arriba. ¡Adelante, no seamos boludos, pongamos manos a la obra!
Siguiendo los consejos de Pajarito Contestón construyeron primero unos comederos protegidos de la humedad y el viento. Cada mañana recorrían las veredas, limpiándolas de escarabajos muertos hasta que todos los comederos estuvieron llenos, olvidándose de indios y vaqueros, de moros y cristianos, de reyes y vasallos. Ariel hasta se olvidó de seguir observando a las aves.

El último día de las vacaciones se celebró una gran fiesta, un asado tradicional, en el que participaron los gurises, las mamás y los papás, los tatas y las yayas. Cada familia llevó una bandeja de comida para el asado y una jarra de limonada (los mayores bebieron con moderación unos tragos de grapa al final). Se oyeron guitarras, historias, llantos de bebés, sonidos de besos detrás de las matas.
A Pajarito Contestón el corazón le latía con tanta emoción que parecía salirse de su lindo y blanco buche. Su familia de horneros trinaba para acompañar tantas risas y disfrute. Con la noche llegó el silencio y cada quien regresó a su cobija.
               Por eso, ahora que reina el silencio otoñal, Pajarito Contestón siente una gran melancolía y Ariel, en su apartamento de Buenos Aires imagina dónde está Pajarito Contestón, mirando la situación de las estrellas. El Amor Duele.
          Mientras tanto, Pitufo Gruñón, más solo que la una, piensa para sí: ¿Y?, ¿quién decidió que yo fuera el malo del cuento?
             ¡¡¡Vos mismo!!!, gritan los gurises que están escuchando la lectura del cuento en la escuelita del barrio.
          FIN
Terminología  argentina:
Gurí/gurises: niño/niños
Hornero: especie de pájaro.
Computador: ordenador
Teléfonos celulares: móviles
Aindiado: de origen indígena
Tá: exclamación muy utilizada; es como para nosotros “pollas”
Dulce de leche: repostería típica del Río de la Plata. Es leche condensada caramelizada
Boludos: tontos..
Grapa: aguardiente de origen italiano muy popular
Tatas: abuelos
Yayas: abuelas

Cobija: manta, camastro


Desde la ciudad del desamparo,
Roete Rojo

jueves, 11 de febrero de 2016

POBREZA INFANTIL EN ESPAÑA Y OTROS DATOS DE LA CRISIS



               Con la edad suceden acontecimientos nuevos en nuestro cerebro y nuestros sentimientos. He consultado con amistades de edades similares a la mía y parece que se trata de un fenómeno generalizado.
               Me refiero a la actitud de hipersensibilidad ante los problemas de las personas más vulnerables de nuestra sociedad. Con la crisis del sistema, que ya dura casi una década, esos sectores vulnerables se pueden observar con un perfil bien definido: adultos y adultas mayores, niños, niñas y adolescentes.
               Estamos como paralizados ante los datos, expresión de la desorientación que se vive, de la derrota sufrida, del miedo ante la falta de futuro; volver el rostro o taparse los ojos para eludir la realidad.
               Pero la realidad es tan aplastante que no aceptarla es como asumir de modo voluntario la locura, la necedad o el individualismo más criminal. O sea, formas de aceptación de la inmundicia que nos rodea y de optar por la inacción. Vivimos en una sociedad enferma.
               Según el indicador europeo “AROPE” el 35.4% de los niños, las niñas y los adolescentes de nuestro país están en riesgo de pobreza o exclusión. Estos datos son corroborados por otras instituciones como Cruz Roja, UNICEF, etc; sin que las prospectivas auguren un cambio de tendencia en años venideros, de seguir las políticas de los gobiernos neoliberales de cualquier signo. No estamos hablando de un fenómeno que se produce en un país exótico, en un país en guerra o en un país de esos que nos cuesta trabajo  situar en el mapa. Seguro que a algunos de los lectores de mi blogs les resultará inaudito.  Pero es así.
               Se trata de un verdadero genocidio de consecuencias a largo plazo. Son millones de personas que no podrán desarrollar sus vidas con las mínimas condiciones para convertirse en adultos completos, incapaces de insertarse en una sociedad que los marcó como excluidos en los primeros años de su existencia. Países que han volcado ingentes recursos para reducir la pobreza y la miseria extrema saben las dificultades que hay que afrontar; incluso donde estos niveles se han reducido drásticamente se reconoce que hay un segmento de población, entre el 5 al 7% que es impermeable a las políticas públicas; es lo que se llama pobreza o miseria estructural.
               ¡Estamos hablando del 35.4% de la población infantil y adolescente! Cuyas familias no pueden garantizarles una alimentación adecuada, un hogar digno, energía para no pasar frío, ninguna posibilidad de ocio o cultura; que viven atenazados por el paro de sus padres y madres, por el miedo a ser echados de sus hogares; que viven en inmensos guetos o desperdigados en barrios de clase obrera degradados por el paro masivo. O sea, que están en todos los sitios a excepción de los barrios elitistas. Coincidimos con ellos en el autobús, en la plaza del barrio, a la salida de la escuela, en el Centro de Salud.
               Curiosamente, el otro sector de la población vulnerable, adultos y adultas mayores, ha acentuado su precariedad de vida porque están haciendo frente al mantenimiento, dentro de sus posibilidades, de esos nietos y nietas. Con sus escasas pensiones (que han sido congeladas) han reducido gastos imprescindibles como la adquisición de medicamentos (antes gratuita), electricidad (hablamos de frío o calor intenso e higiene) y alimentación sana (obligada por las enfermedades que lógicamente padecen), para ayudar a atender algunas necesidades básicas de sus descendientes. Por primera vez, después de la Guerra de España, las nuevas generaciones tienen menos recursos y posibilidades de futuro que sus mayores.
               Lo demás es un teatro en el que se representa una tragicomedia de guión manido y actores y actrices de segundo orden… aunque bien remunerados por el “propietario intelectual” de la obra.
               Desde la Ciudad del Desamparo, febrero 2016

               Roete Rojo