domingo, 19 de enero de 2014

¿HOSPITALES COLAPSADOS? LA METAMORFOSIS DE KAFKA



            Desde hace algunas semanas, imágenes y palabras sobre la situación desastrosa de las urgencias hospitalarias en nuestro país han llenado páginas y consumido muchos minutos en los medios de comunicación.  Puedo dar testimonio  directo del caos vivido en el Hospital público “Ruiz de Alda”, de Granada, al que hemos tenido que dirigirnos en varias ocasiones por enfermedad de mi madre.
            Lo primero que se me ocurre son adjetivos: dantesco, kafkiano, tercermundista, inhumano, cobarde, hiriente, indigno…
            El paisaje vivido nada tiene que ver con una película de ficción o de terror puesto que hablamos de personas con nombres y apellidos reales,  hacinadas en camillas y carritos, ocupando pasillos imposibles de mantener limpios; enfermos y enfermas de todas las edades y condiciones sociales, a excepción de las élites.
            Todo era previsible. Hemos vivido un otoño muy seco que ha afectado de forma directa a miles de personas con patologías broncopulmonares, sobre todo a adultas y adultos mayores.
            Nuestra sociedad, una de las que había alcanzado una esperanza de vida superior, gracias entre otros aspectos al nivel y universalidad de la atención sanitaria gratuita, muestra ahora las contradicciones del proceso de recortes y privatización que vive la sanidad pública.
            Muchos enfermos crónicos, me explicaba el farmacéutico de mi barrio, han dejado de tomar los medicamentos prescritos desde que comenzó el “copago”, se ven forzados a utilizar sus precarios recursos para atender necesidades más perentorias: comprar alimentos, ayudar a los hijos, pagar el alquiler o pagar el recibo de la luz o el agua. A lo que hay que sumar la falta de recursos para mantener los hogares con un mínimo de confortabilidad para hacer frente al frío propio de un clima continental como el nuestro. Y, “como a perro hambriento todo se le vuelven pulgas”, la gripe, además, está en su momento álgido de expansión.
            Los “gestores” públicos (no existe la noción y práctica del “servidor” público, propias de regímenes republicanos y consolidada ciudadanía), tienen que cumplir con las cifras del déficit y han puesto manos a la obra sin que les tiemble el pulso: alas de hospital cerradas, puestos de trabajo que no se cubren y si lo hacen es al 50,  70 ú 80%, carestía de materiales, promoción de la no hospitalización, presión a los profesionales para que no indiquen exploraciones tecnológicas aunque un diagnóstico rápido sea cuestión de vida o muerte; reducción del número de trabajadores en servicios como limpieza, etc.
            Lo fundamental es que los números les cuadren aunque por el camino queden pisoteadas la dignidad y la vida. Entre otras cosas porque estos “gestores” no son neutrales, es decir, no sólo pueden ser considerados como burócratas o tecnócratas del neoliberalismo, gente sin escrúpulos o sin sentimientos. No, son además parte interesada en que los números cuadren. Si cuadran, ellos serán beneficiados con incentivos económicos. En estos tiempos de crisis del capitalismo globalizado, el poder económico y político necesita miles y miles de estas ratas dispuestas a hacer el trabajo sucio.
            Esto ocurre en Andalucía, gobernada por el PSOE y su socio Izquierda Unida.

            La Metamorfosis de Kafka

            A las 21 horas, en los pasillos de las urgencias del “Ruiz de Alda” ya la situación es de paralización total. Decenas de camillas y carritos obstaculizan el tránsito del personal sanitario por los pasillos interiores y exteriores. Para poder entrar una de estas camillas a la consulta del médico que atenderá al paciente, hay que montar una operación complicadísima pues es tal el número de “vehículos” estacionados que la maniobra de este elemento rígido (camilla), se complica hasta el esperpento.
            Siguen apareciendo ambulancias de las que los celadores bajan de tres en tres a ancianos y ancianas, sobre todo.
            Los ánimos empiezan a caldearse y los familiares, unos con más razón y otros con menos, descargan su desesperación contra facultativos y personal sanitario. El espectáculo está servido; el amarillismo mediático, también. Cualquier periodista, riguroso o soez, puede armar la noticia o armar  miles de noticias. El paisaje da para mucho: gente gritando de dolor, ancianos que miran a la nada, cubiertos con sábanas; enfermos psiquiátricos expresan su mundo particular junto a broncópatas o enfermos terminales; niñas, niños y adolescentes (Pediatría atiende tan sólo hasta los 10 años) conviven en este marasmo de dolor, indignidad y violencia. Mi madre nos dice: “Esto no es tercermundista, es cuartomundista”. Con un mero teléfono portátil se podría realizar un reportaje fotográfico que conmovería los cimientos de un “Pulitzer”.
            Con las horas la situación se va agravando. No hay camas a las que poder derivar a los pacientes que requieren hospitalización, los servicios intermedios están colapsados hace días (Observación y Cuidados) y toda la presión sigue recayendo en los pasillos de Urgencias. A cierta hora… ¡Deja de haber carritos!, y no hay modo de trasladar a los enfermos que siguen llegando y que no pueden valerse de sus piernas.
            De madrugada pasamos a Cuidados con mi madre en espera de una cama libre en Cardiología. No hay posibilidades de que sea atendida en Observación.
            En Cuidados, los enfermos están sentados en sillones, lo cual es un alivio tras estar horas en un carrito pero… si pasas en dichos sillones más de 30 horas, se convierten en un tormento inhumano.
            Todos los sillones están ocupados. Hay dos filas que se miran a la cara, sin diferenciación de sexos, edad o padecimiento. Mi madre tiene frente a ella a un alcohólico, prácticamente desnudo, con unos testículos del tamaño de un melón. Ella no es una mujer conservadora ni pudorosa… pero la visión permanente del estado de este hombre acaba con los nervios de cualquiera. Al rato, mi hermana consigue que pongan entre ambos un biombo pequeño.
            Frente a mi madre, a la izquierda,  está un hombre enjuto, que nos recuerda mucho a un pariente y al que acabamos apodando “Primo Juanito”. Es un enfermo psiquiátrico aquejado de una infección bronquial, tiene oxígeno puesto. Le acompaña una bolsa de deporte, imaginamos que con algunas cosas personales. Nadie lo visita ni pregunta por él. En ambas muñecas lleva relojes de “oro” y muchos anillos dorados en los dedos de ambas manos. Es un hablador nato. Y lo intenta con el hombre que mi madre tiene a su izquierda, un abuelo de pueblo, bien vestido, que está justo frente a  él.

Primo Juanito: Fíjese usted, mi problema ha sido el mismo que el del personaje de Kafka en La Metamorfosis…¿Conoce el libro de Kafka, verdad?

Abuelo de Pueblo: Encima de “tó”, ahora tengo que aguantar al listo este de la polla.
Primo Juanito no parece ofenderse por los comentarios de Abuelo de Pueblo ni por sus silencios, y continúa:

Primo Juanito: Verá usted, el personaje de La Metamorfosis se convierte en un “cucaracho”, ya sabe, un insecto de la familia de los artrópodos…era un muchacho normal pero le ocurre ese acontecimiento… y una vez tiene un tropiezo y cae patas arriba y no se puede dar la vuelta…¿recuerda usted el pasaje en que la hermana le arroja atemorizada lechugas podridas?
Pues lo mismo me ocurrió a mí. Se ve que tuve un mareo y quedé patas arriba…dos veces me ha pasado y, ahora, los médicos me dicen que lo que tengo es una neumonía…Todos teníamos que llevar La Metamorfosis de Kafka en el bolsillo, por si algún día quedamos convertidos en “cucarachos?... ¿o ya lo seremos?
Las reflexiones y lenguaje culto de Primo Juanito han llamado por supuesto mi atención. El Abuelo de Pueblo hace todo lo posible por mostrarle su desprecio y empieza a caerme gordo.
- Tiene que ser un mal bicho, dice mi madre respecto a Abuelo de Pueblo, anda hablando mal de las hijas porque viven cerca del Hospital y no han venido a verlo.
Primo Juanito intenta una conversación más política: Si estos ladrones de los banqueros y los políticos no se hubieran llevado el dinero a manos llenas, la atención médica sería de mayor calidad, afirma.
Abuelo de Pueblo habla ahora para el público: ¡Mira quién fue a hablar! Los que hemos cotizado a la Seguridad Social tenemos que estar soportando que con nuestra contribución se atienda a gente como este tío, a tanto degenerao como hay por la calle -pensado que Primo Juanito pueda tratarse de un indigente o un drogata.  Tú, ¿cuántos años has cotizado?, le pregunta con mucho enfado.
 A lo que Primo Juanito contesta: Creo que 36 años.
Abuelo de Pueblo muestra su indignación: ¡Qué vas a haber cotizado tú 36 años!... ¿cuántos años tienes entonces?
Primo Juanito, siempre hablándole de usted a Abuelo de Pueblo, le contesta: Pues si usted no tiene inconveniente, 66 años…
Siguen pasando las horas y Primo Juanito sigue hablando para nadie.
En algún momento Primo Juanito desaparece, su sillón ha quedado libre.
Con sigilo ha recogido su bolsa de deporte, se habrá quitado el oxígeno de la nariz  y se ha marchado sin que nadie lo eche en falta.
Habrá pensado que su “metamorfosis” humana ha sido una experiencia demasiado fuerte. Ha preferido volver a su condición de “cucaracho” con neumonía incluida, viviendo el resto de sus días patas arriba.

Roete Rojo
Granada, enero 2014