jueves, 29 de marzo de 2012

Las montañas azules de la vega de Granada


Llevaba razón Federico al describir como azules las montañas que rodean a la Vega de Granada. Hoy, de nuevo, he podido comprobar cómo la Sierra de Parapanda, desde primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche, era una sinfonía de azules y morados oscuros. Pienso que mi vida podría sentirse culminada si quedase para siempre inmovilizada en una de esas instantáneas. Mas nada es como uno desea.

Esas mismas montañas ocultan un entramado de sangres, miserias, injusticias y desgracias que podrían ser motivo de una elegía dedicada a los hombres y mujeres que habitaron sus laderas, se ocultaron en sus cumbres, lucharon en las trincheras construidas, amaron y murieron en esa sinfonía de color azul que pasó desapercibida hasta que Federico la describiera.

¡Es amoroso el silencio que me rodea mientras esto escribo! Sólo el murmullo de las conversaciones que en la calle mantienen los vecinos, sentados en sillas formando un corro... algún perro nervioso o avisado que ladra en la lejanía, el ruido del lápiz que se desliza sobre el papel...

Mis perros adoraban (literalmente) este silencio de la Vega; recostando los hocicos en la baranda de la terraza desde la que se divisan en las noches las montañas,  convertidas en terciopelo negro. Parapanda, más poderosa y misteriosa que a cualquier otra hora del día, al fondo. Permanecían horas y horas en tensión absoluta, olfateando el silencio, siguiendo el rastro del silencio, conmovidos y distantes como estatuas de sal, sin responder a mis amorosos reclamos.

Ha vuelto la lechuza blanca, provocando su especial vuelo un revuelo en los recuerdos almacenados avariciosamente en las paredes del corazón y en las neuronas del cerebro. ¡Qué desgracia vivir sin memoria!, sin memoria sensitiva, visual, emocional o histórica. Ese parece ser el mal de nuestro tiempo en este primer mundo subdesarrollante. Creo que no existe cosa alguna que pueda espantarme tanto. Por eso entiendo que la muerte es irreconciliable con la vida. Nada peor que el olvido que se convierte en una apisonadora que nos impide reconocer lo que fuimos y lo que somos. No existe perdón para el que voluntariamente olvida apremiado por las esclavitudes del día a día, por el deseo no satisfecho, por el miedo, la vanidad, el despecho, el rencor o la superficialidad.

No puedo alardear de buena memoria, al menos a estas alturas de la vaina. De vez en cuando me sorprende un presentimiento que da vueltas y vueltas en la cabeza hasta que puedo reconocerlo como un recuerdo y me espanta constatar que durante años no fue más que olvido.

Es tanto el pavor que me provoca el olvido, la desmemoria, que a veces me agarro pegajosa a recuerdos-madre que quedan convertidos en mitos sobre los cuales no es posible la reflexión y sobre los que construyo un andamiaje que sólo los sustenta ante mi vista. ¡Que nadie los toque que se toparán con mi pasión! Que nadie con sucias manos venga a mancillarlos, ni una palabra consentiré convertida en la peor de las fieras.

Y sin embargo la vida nos obliga a olvidar a cada instante. Olvidar las mentiras, el engaño, la indiferencia o el desprecio. No arrojarlas al baúl de lo inexistente sino convertirlas en “lecciones” para que no acaben por acumulación siendo motivos contundentes de muerte civil, de autismo social. Esas mentiras hay que olvidarlas millones de veces a pesar de que la operación para erradicarlas una y otra vez deje un rastro de necrosis hediondas. Hay remedios para todos los efectos secundarios. Poseo un recetario extenso al respecto.

Basta, sin ir más lejos,  con mirar de nuevo las sierras azules de la Vega de Granada para comprobar que el remedio no sólo es posible sino también cierto. Al mirarlas con los ojos universales de Federico sigo descubriendo un corazón abierto a la belleza y al dolor del paisaje humano imperecedero.

Marianita
Junio 2004.

lunes, 26 de marzo de 2012

BUPREX POR BESOS


A pesar de que el otoño había avanzado las noches seguían siendo cálidas. En la ciudad muchas ventanas permanecían abiertas y las gentes asomaban sus rostros sorprendidos. Hasta aquí la realidad genérica.
La ciudad sin embargo permite otras lecturas, infinitas lecturas. Oculta en su entramado alegrías y dramas que al día siguiente, o en un sólo instante quizás, pueden mutar por acontecimientos insignificantes o trascendentes.
Un hombre yacía en la cama dolorido, sabiendo que sus horas estaban contadas.
Una joven necesitaba calmar ese dolor físico y el dolor moral de la despedida no consentida.
Un joven necesitaba besar unos labios húmedos de mujer.
La ciudad, el hombre, la joven y el joven son los protagonistas de esta historia. Las presentaciones quedan pues certificadas.
El que hace la ley hace la trampa, dice el dicho. Y por si acaso las trampas no existieran, se hacen presentes las ataduras, los compromisos y las deudas. Las deudas son algo muy serio, sobre todo cuando comprometen  silencios.
Por una de esas deudas el joven tenía la posibilidad de acceder al recetario especial, al sello, a la firma del médico… y a la caja fuerte donde se guardaba el BUPREX (*)
¡El séptimo cielo! Todo lo mágico y desconocido se resumía en esa palabra: BUPREX.
Algunas de esas noches otoñales tan atípicas, ambos jóvenes recorrían a pie la distancia que los separaba del lecho del hombre enfermo. Las terrazas de los bares aún daban cobijo a grupos de conversadores más o menos risueños, que de vez en cuando miraban furtivamente la hora en sus relojes.
Por el camino, en dos lugares discretos, el joven besaba los labios húmedos de la joven y un escalofrío le recorría todo el cuerpo. No pedía más, nunca pretendía nada más, sólo ese escalofrío que le hacía sentirse vivo y le permitía escupir unos cuantos “daños y perjuicios” de los acumulados durante años de lucha, de batallas perdidas, entre la realidad y sus deseos.
En la casa del hombre enfermo las luces prendidas anunciaban la espera, la llegada. La cena, preparada con dedicación y rechazada con obstinación, vagaba como un duende disfrazado de olores.
Palabras mentirosas pero aliviadoras y sonrisas fingidas envolvían por unos instantes el ambiente.
En pocos minutos las facciones tensas del hombre enfermo volvían a la normalidad y sus ojos recobraban la belleza perdida. El trato no escrito se había consumado: Buprex por besos. Un trato basado en la solidaridad y la complementariedad humanas, ajeno a la división clasista del trabajo.
Solidaridad significa compartir horizontes y riesgos. Como tantas veces hemos oído decir a Fidel, “no damos lo que nos sobra, compartimos lo que tenemos”.
Sin ella, sin la solidaridad, eso que llamamos “Humanidad” sería un amasijo de violencias y claudicaciones sin término, sin pausa ni esperanzas  y el mundo sería peor de lo que es… aunque nos cuente trabajo imaginarlo.

Manuela

(*) BUPREX es el nombre comercial de un medicamento cuyo compuesto principal es la Buprenorfina.

viernes, 16 de marzo de 2012

LA TRANSICIÓN Y EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL

(De la memoria fragmentada a las primeras conclusiones)



Las reflexiones que a continuación aparecen fueron motivadas, en un principio, por la petición hecha por un grupo de jóvenes estudiantes universitarios de Granada, interesados en conocer la historia del movimiento estudiantil en nuestra Universidad[1]. Fueron tema de dos charlas y posteriores debates, realizados en la Facultad de Ciencias, allá por el año 1999. Tenían, por tanto, gran cantidad de ausencias, ya que la experiencia que se expresaba estaba referida a la Universidad de Granada.
De todos modos y, para evitar en la medida de lo posible dicho inconveniente, juegue a favor de este intento de reconstruir la memoria el hecho del carácter bastante uniforme de las estrategias y políticas diseñadas por el movimiento estudiantil antifascista en el conjunto de las Universidades del Estado; aspecto que he podido certificar a través de la excelente recopilación hecha por la Revista Materiales[2], así como releyendo mi Memoria de Licenciatura[3], presentada en septiembre de 1979 y de la bibliografía citada en ella.
La primera gran pregunta que cabe hacerse es por qué un movimiento que jugó un papel tan importante en la lucha antifascista en nuestro país no ha suscitado casi ningún interés en los estudios académicos, en los análisis histórico-políticos, en las efemérides, etc. La documentación no sería, en principio, de imposible acceso: gran parte de la misma debe existir en los archivos de las organizaciones políticas que participaron en las luchas estudiantiles del período al que nos referimos (al menos de las que siguen existiendo); el rastro puede también seguirse en las actas de las estructuras de gobierno de las Universidades, en las publicaciones ministeriales, en la prensa de aquellos años (por muy parciales que los medios fueran por condiciones obvias reflejaron a su modo la contestación estudiantil), incluso muchos de sus protagonistas podrían ser consultados o entrevistados sin dificultad, etc.
Resulta inquietante, también, que esa ausencia, que ese olvido se refiera a un movimiento que tuvo en sus momentos álgidos un impacto que ha perdurado en el tiempo en todos los países donde se desarrolló. En este aspecto, la existencia de la dictadura fascista en España no puede ser considerada como una particularidad que le restara importancia sino más bien todo lo contrario. Quiero decir que el movimiento estudiantil bajo el fascismo en España no sólo hizo frente al modelo de Universidad y de sociedad globales sino que lo hizo en las peores de las condiciones concretas imaginables, en las condiciones de una dictadura que lo observó y trató como a un enemigo sobre el que descargó su pesada máquina de represión y terror.




Cierto que no podríamos lanzar una liana que llegara desde el movimiento estudiantil antifascista a la Universidad de nuestros días; entre otras cosas porque aquel movimiento respondió, en todo el mundo, a unas condiciones objetivas y subjetivas superadas hoy. Pero sí que podríamos indagar en la historia de dicho movimiento para encontrar algunas explicaciones sobre la desaparición de la memoria histórica, entre otras cosas para hacer justicia con muchas generaciones de jóvenes que arriesgaron sus vidas luchando por una Universidad más libre en el marco de un proyecto emancipador para el conjunto de la sociedad; indagar en la historia del movimiento estudiantil para explicarnos algunos elementos de su declive actual. Y es ahí donde, desde mi punto de vista, nos veremos obligados a situarlo dentro de la Transición Política española y a observarlo como una de sus primeras víctimas.
Como plantea Francisco Fernández Buey en la nota introductoria a la recopilación publicada por Materiales, entre los factores que explican la discontinuidad del movimiento estudiantil se encuentra la dificultad para crear su propia memoria. Fernández Buey profundiza en dicha circunstancia, planteando un doble problema:
<<Dentro de la universidad el movimiento tiene que contar, en efecto, con el hándicap de las rápidas incorporaciones y salidas de levas de estudiantes en el transcurso de un lustro, las cuales dificultan la articulación de objetivos, análisis críticos y métodos de lucha que es lo único que puede dar continuidad y coherencia interna a un movimiento social... Hay, sin embargo, junto a éste, otro aspecto del problema: la total dispersión de los estudiantes fuera ya de la universidad>>.
Compartiendo en su totalidad la valoración hecha por Fernández Buey, y con la perspectiva que irremediablemente permite el paso de más de dos décadas, me permito sumar algunos elementos.
En primer lugar, no se puede olvidar que frente a esas condiciones objetivas (permanente renovación de las bases), existía el elemento unificador de experiencias y estrategias que se establecía a través de la presencia y actividad de las organizaciones políticas de izquierda. El estudiantado podía variar su composición pero en el seno de los partidos (al menos fue evidente para los que mayor influencia tuvieron, PCE y PSUC[4]), existía una estrategia que permanecía en el tiempo, que se iba adecuando -con acierto o no-  a  los cambios de coyuntura y un intercambio generacional que permitía a los nuevos militantes formarse en la experiencia de sus mayores.  La preocupación por hacer frente al problema objetivo de la permanente renovación de las bases, se planteó incluso, como sitúa Fernández Buey, en el seno del movimiento:
<<Los estudiantes barceloneses  mantuvieron un organismo consultivo, con carácter permanente, formado por anteriores delegados estudiantiles que se habían bregado en la lucha contra el SEU[5] y cuya contribución a la formación de los nuevos representantes, a la organización del SDEUB[6], en marzo de 1966, fue decisiva en más de un sentido para la continuidad del movimiento>>.
El movimiento estudiantil, por otra parte, no fue el único en sufrir un estrepitoso retroceso en el período de la Transición Política; otros movimientos del campo popular, incluyendo al mismo movimiento obrero, al movimiento vecinal, al movimiento feminista, que no tenían por su composición interna el hándicap de la permanente renovación de sus bases, también lo sufrieron.  Por lo tanto habría que entender que si bien es importante el problema de la composición de las bases, en el decaimiento generalizado del movimiento popular en su conjunto, incluido el estudiantil, participaron otras fuerzas comunes.
Existe además la particularidad, aún sin explicar, de la falta de memoria “externa” al movimiento estudiantil antifascista, es decir, el vacío y el desinterés por recuperar su historia para que pueda ser patrimonio colectivo y pueda ocupar el lugar que le corresponde por derecho propio.

 ¿Sólo un movimiento antifascista?

En el debate interno que sufrió el movimiento estudiantil en las postrimerías del fascismo, se encontraron posiciones que al analizar las especificidades de los movimientos universitarios españoles (en alusión también al movimiento de Profesores No Numerarios[7]), los ligaron directamente con la pervivencia de la dictadura fascista. Sin restar importancia a esta relación, reducir el movimiento estudiantil a su carácter antifascista supone cerrar cualquier posibilidad de entender la complejidad nacional e internacional del movimiento que explotó en mayo del 68. Al menos desde esta fecha simbólica el movimiento no se explicaría sin su claro contenido anticapitalista.
El movimiento estudiantil se vertebró alrededor de los siguientes ejes programáticos: la crítica del estado fascista y de su Universidad; la lucha por un nuevo tipo de enseñanza y, la andanada de mayor profundidad, la crítica del clasismo de la Universidad y de todo el aparato educativo. Estos tres ejes son cronológicamente casi consecutivos: la lucha antifascista es la línea de engarce entre el primitivo movimiento (este sí específicamente antifascista, los años de lucha dentro y contra el SEU, la época de la Unión de Estudiantes Demócratas y de la Federación Universitaria Democrática Española) y el posterior (creación de los Sindicatos Democráticos, siguiente el ejemplo de Cataluña donde se constituye el SDEUB, el 9 de mayo de 1966), que engarza con los llamados “años radicales”.
En cuanto a precisar la intensidad y el esclarecimiento de cada uno de esos ejes programáticos, hay que señalar que la reivindicación más constante y que al final se impuso fue la lucha contra el fascismo (autonomía universitaria, gestión democrática, derechos democráticos, etc). Lo cual no quiere decir que las reivindicaciones más rupturistas no tuvieran su importancia, como demostró la lucha contra la Ley Villar, la ocupación de cátedras, los juicios críticos, etc., aunque no terminaron de articularse claramente con los programas democráticos quizás porque su salida política exigía algo más que la caída de la dictadura.
El profesor Manuel Sacristán[8] señaló en varias ocasiones este aspecto contradictorio:
<<... la particularidad de los movimientos universitarios españoles consiste en que es desde hace 20 años, un movimiento iniciado, inspirado y sostenido –a veces a costa de algunos tirones de pellejo- por universitarios de izquierda (incluso mayoritariamente socialistas) en un medio burgués y pequeñoburgués, y entre problemas sustancialmente burgueses... La contradicción se puede describir así (insistiendo en lo esencial): por una parte lo que da energía inspiradora a la práctica socialista en la universidad es que tiene una perspectiva que rebasa la misma institución e inserta los problemas de ésta en el impuso social generado por la clase obrera. Pero, por otra parte, esa misma raíz de su energía acarrea que no tenga una solución de los problemas de la enseñanza sin una solución socialista previa del problema del marco social básico>>.
En similares planteamiento insiste Rafael Argullol en la Revista Argumentos[9]:
<< Cuando el movimiento estudiantil adquirió una mayor consciencia de la crisis irreversible de la universidad tradicional, a la cual además había asestado, mediante una crítica interna sin precedentes, una herida mortal, debía asumir al mismo tiempo su impotencia para transformarla... se descubrió simultáneamente, la imposibilidad de su modificación drástica –la única aceptable-, a menos que pudiera recurrirse a un cambio de estructura social; posibilidad histórica no sólo improbable en términos inmediatos en la Europa occidental sino escasamente independiente de la voluntad objetiva de los estudiantes>>.
Esta contradicción volvió a hacerse palpable en los cursos académicos próximos y posteriores a la muerte del dictador Francisco Franco. Los dirigentes del movimiento estudiantil tomaron conciencia (en muchas ocasiones frente a las direcciones de los partidos políticos en los que militaban) de algunas cuestiones básicas que el movimiento tenía que resolver. Se intentaba hacer balance de una lucha ya larga y de prepararse para el futuro. El debate se situó en distintos frentes. Lo primero era revitalizar el contenido de masas del movimiento y potenciar una organización propia que ayudara al proyecto democrático del país pero que a la vez fuera capaz de imponer la “Ruptura Democrática” en la misma Universidad, cosa que con razón no se veía como consecuencia inmediata de la democratización del país. Fue la etapa del “radicalismo democrático”.

¿Un movimiento autónomo?

No recuerdo que ningún sector de vanguardia del movimiento estudiantil teorizara su autonomía total; de los documentos rescatados por el Revista Materiales tampoco se desprende dicha posición. Por autonomía del movimiento se entendía:
a)      Capacidad del movimiento para desgranar, del análisis de la realidad universitaria, las reivindicaciones propias que de manera natural sintonizaban con el resto de los sectores en lucha contra el fascismo o contra el sistema. Afirmación que puede comprobarse en cada una de las etapas que hemos situado en el epígrafe anterior.
b)      Capacidad del movimiento de dotarse, en base al análisis de la realidad universitaria, de las formas de lucha y de organización que le permitiesen sobrevivir en las duras condiciones de represión impuestas; sobrevivir, consolidarse y desarrollarse, vinculado siempre al resto de los sectores en lucha contra el fascismo o contra el sistema.
Ahora bien, ¿se consiguieron siempre dichas aspiraciones?

La primera dificultad radicó en la distinta  naturaleza que los sectores estudiantiles de vanguardia adjudicaban al estudiantado. Resumiendo lo escrito por Francisco Fernández Buey a este respecto en la nota introductoria citada, dichas posiciones iban desde:
a)      La consideración del conjunto de los estudiantes como una verdadera clase social diferenciada.
b)      La consideración del total de los estudiantes como un grupo sustancialmente burgués susceptible lo más  de aceptar reivindicaciones formalmente democráticas.
c)      La interpretación del movimiento estudiantil como una capa social profundamente anticapitalista por necesidades objetivas.
d)     La visión del movimiento estudiantil como uno más de los movimientos populares, con reivindicaciones específicas pero con los mismo objetivos democráticos del resto de movimientos.

Está claro que la adscripción a una u otra concepción determinaron posiciones políticas concretas y diferenciadas en temas tales como la política de alianzas dentro y fuera de la Universidad, así como en relación a las formas de organización del movimiento estudiantil.
En realidad la “dependencia” se hizo palpable en multitud de aspectos, quizás el más evidente fuera la disciplina a las directrices de las organizaciones políticas presentes en el movimiento por parte de la militancia; aspecto éste que no puede ser considerado como negativo en términos absolutos, ya que permitió, al mismo tiempo, la continuidad de planteamientos estratégicos y tácticos, la formación de muchísimos dirigentes que garantizaron la pervivencia, contar con directrices y aparatos de seguridad –más o menos efectivos- en los momentos de recrudecimiento de la represión, defensa legal,  etc. Fue esta “dependencia” la que permitió el desarrollo del movimiento en el conjunto de las Universidades del Estado como un movimiento con características comunes, lo cual incidió en su capacidad de lucha e impacto social.
Convulsionado permanentemente por sus condiciones internas, el movimiento estudiantil antifascista en España, siempre volvió su mirada a la experiencia del movimiento obrero para buscar en él, en su resistencia constante, elementos a trasladar al campo universitario. Esta otra “dependencia” se expresó con bastante rotundidad en las formas de organización de las que se fue dotando en el tiempo.

La importancia de las formas de organización


En el marco de la inexistencia de derechos democráticos, el de organización también estaba prohibido. La dictadura en su afán por vertebrar a la sociedad a través de organizaciones de claro perfil ideológico y disciplinario, desarrolló todo un entramado orgánico que implicaba al conjunto de clases y sectores sociales. Para el caso de la Universidad y relativo al estudiantado, fundó el SEU, siguiendo el ejemplo del sindicato vertical que agrupaba con carácter obligatorio en la misma estructura a trabajadores y empresarios, los llamados “verticales”.
El debate, dentro de las organizaciones políticas y dentro de los sectores estudiantiles, no se hizo esperar. Comenzaba la eterna discusión sobre la utilización o no de las plataformas legales. Siguiendo el ejemplo del movimiento obrero de infiltración en los verticales, a través de las UTT[10], y aprovechando la conquista que supuso la elección directa de delegados a nivel de curso y posteriormente a nivel de Facultad, dentro del SEU, el movimiento estudiantil trabajó para conseguir una representación democrática en dichos niveles. Todavía en 1964, como recoge la Revista Materiales, se plantea en ciertos documentos estudiantiles:
<<para ello debemos de partir de la base, que hemos ido ensanchando progresivamente el SEU, en la mayor parte de las Facultades y escuelas, es representativo hasta un determinado nivel. Lo que hay que hacer es extender esa representatividad a todos los niveles>>.
La Junta de Delegados de Distrito de Barcelona, en la Declaración resultante de su IV Asamblea (marzo de 1965), recogida íntegra en Materiales, exponía, valorando la congelación de los fondos suministrados por los estudiantes al SEU:
<<Ha sido el golpe de gracia al SEU. Hoy no hay nada más desprestigiado que el SEU. El curso pasado todavía afirmábamos que <<el SEU somos nosotros>>. Puesto que así lo han querido, hoy es evidente que <<el SEU es su jerarquía>>. Ha traspasado o ha intentado traspasar las medidas fiscalizadoras a la autoridad académica y hoy sólo aspira a conservar sus privilegios y su sombra de poder. Si el curso pasado el SEU estaba agonizante, hoy es ya un cuerpo sin vida, una estructura muerta>>.
La certificación de su muerte definitiva, más allá de la voluntad de la dictadura, se hizo en el Manifiesto de la I Reunión Coordinadora Nacional de Estudiantes, celebrada en Barcelona, en marzo de 1965, con presencia de representantes de Barcelona, Bilbao, Madrid, Salamanca, Valencia, Oviedo, Zaragoza y Valladolid. En su documento final aparecen las condiciones básicas para la estructura del futuro Sindicato de Estudiantes.
Resulta emocionante conocer el balance que los estudiantes hacen de su experiencia dentro del SEU. Las conquistas realizadas en tan duras condiciones seguro despertarían la sorpresa e interés de muchos jóvenes de hoy. Las valoraciones se repiten en todas las declaraciones de la época y pueden ser consultadas en la Revista Materiales. Llevaban razón los estudiantes al declarar que la muerte del SEU había sido una gran victoria del movimiento sobre la dictadura que intentó, a la desesperada, hacer frente a la nueva situación, mediante la publicación el 7 de abril de 1965, en el BOE, del texto del Decreto por el que se regulaban las Asociaciones Profesionales de Estudiantes. Alternativa que fue rechazada por unanimidad en la II Reunión Coordinadora de Estudiantes, en mayo de 1965. Como puede comprobarse por lo apretado de las fechas, el movimiento estudiantil  siempre llevó la iniciativa.
Esta primera experiencia de organización estudiantil, sin embargo, planteó en su desarrollo una serie de contradicciones que acompañarían, por la pervivencia de la dictadura fascista, al movimiento estudiantil hasta la Transición Política:

a)      Límites de la utilización de las plataforma legales impulsadas por el régimen.
b)      Problemas derivados de la existencia de niveles de legalidad y, al mismo tiempo, de ilegalidad. Utilización de recursos legales para fines ilegales, utilizando métodos legales e ilegales.
c)      Problemas de seguridad derivados de la “exposición” de los máximos dirigentes políticos del movimiento estudiantil a puestos de representación.
d)     La búsqueda del punto de equilibrio entre el objetivo de construir un movimiento de masas, que irremediablemente tendría que dotarse de una estructura representativa y democrática, y las condiciones de ilegalidad que la dictadura imponía.

El 9 de marzo de 1966 tenía lugar en el Convento de los capuchinos de Sarriá, la Asamblea Constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes del Distrito de Barcelona (SDEUB). Iniciativas similares se tomaron en el resto de los distritos universitarios.
Fue una época gloriosa del movimiento estudiantil que desgraciadamente duró poco, apenas dos cursos académicos, aunque en Facultades aisladas, la experiencia pudo durar algo más de tiempo. En el curso académico 1973-74, por ejemplo, en la Facultad de Letras de Granada, del Sindicato Democrático no quedaba ningún testigo que fuera estudiante, algún PNN sí pudo contarnos la experiencia de aquellos años pero la Facultad (situado su edificio central en la calle Puentezuelas, Palacio de las Columnas), era un semillero de lugares que hacían alusión a su presencia: bajábamos al local del Sindicato, en tal sitio estaba la multicopista del Sindicato, etc.
¿Cómo explicar la efímera vida de una organización que había nacido con el apoyo de todos los sectores democráticos del movimiento estudiantil y que había suscitado tantas alegrías y esperanzas?
A las cuatro contradicciones situadas anteriormente, el Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios planteó otra más peliaguda si cabe, a saber: ¿era posible una organización totalmente democrática, abierta, representativa y autónoma en el marco de la dictadura? Leyendo los Estatutos aprobados en Barcelona parecería que la dictadura no existía.
Y si la respuesta era no, ¿cómo el movimiento estudiantil y sus grupos dirigentes cayeron en tamaño error de análisis?
Las posibles respuestas no son simples, ni siquiera pasados más de 20 años. De la lectura de los textos de la época elaborados por las organizaciones políticas y sociales democráticas y de izquierda, parece desprenderse que la caída de la dictadura estaba próxima. Prepararse para ese acontecimiento exigía, entre otros aspectos (que vuelve a plantearse ya en plena Transición Política), dotarse de sólidas organizaciones, iniciar el nuevo período desde una posición de fuerza que permitiera rentabilizar el esfuerzo realizado en tres décadas de dictadura. Al mismo tiempo formaba parte de los análisis realizados por los dirigentes estudiantiles de adscripción al PCE y al PSUC, la teoría de las “zonas de libertad”. Había que arrancar a la dictadura dichas “zonas”, consolidarlas y ampliarlas. La Universidad, como institución, siempre se entendió como un lugar privilegiado. Tras las victorias conquistadas en los cursos anteriores posiblemente esta teorización condujo a un espejismo de terribles consecuencias. Pues a final de cuentas, ¿cómo se explica la corta experiencia del Sindicato Democrático de Estudiantes? De una manera simple, aunque cruel: por la persecución, detención y encarcelación de la mayor parte de sus dirigentes.
Con el peso de esta derrota sobre sus espaldas, mermada su capacidad interna de dirección, el movimiento estudiantil buscó otras salidas organizativas. Han ocurrido ya los acontecimientos del Mayo Francés y otras revueltas estudiantiles en el mundo (Berkeley-1965, Tokio-1966, Berlín-1967, México- 1968). La Universidad como institución está en crisis en todo el mundo, también en España y la pervivencia de la dictadura sólo es un motivo de desajuste más.
El radicalismo estudiantil puso fin a la Universidad tradicional y obligó a las clases dominantes a reconsiderar el papel que hasta ese entonces le habían asignado. Fue la época de las reformas universitarias que fueron bastante eficaces en aquellos países de economías más pujantes pero que fracasaron en otros donde el margen de maniobra de las clases dominantes fue más escaso.
La crítica a la Universidad adopta un matiz claramente anticapitalista y las formas de organización y lucha se adecuan a dicha circunstancia. En el año 1970, el ministro Villar Palasí presenta la nueva Ley General de Educación, en base al llamado “Libro Blanco”, un intento tecnocrático y de clara definición clasista para el conjunto del sistema educativo, puesto al servicio de las necesidades productivas del sistema capitalista español. La reacción estudiantil no se hace esperar. 
La Universidad “masificada” ha tenido que ampliar el número de sus profesores y de ellos, los Profesores No Numerarios, son el grupo más numeroso, sometido a condiciones administrativas y no laborales, sin derechos políticos como el resto de la ciudadanía del país. Dicho sector docente celebra en Granada su I Asamblea de Universidad del Estado Español, en 1972, lo cual indica una movilización interna anterior en cada Facultad y Distrito. Ellos también se incorporan a la lucha contra la Ley General de Educación, convirtiéndose en aliados del movimiento estudiantil. Los ejes de su programa reivindicativo son: el contrato laboral, cuerpo único de enseñantes, subida salarial, junto al resto de reivindicaciones comunes como autonomía universitaria, participación democrática,  amnistía, libertad,  etc.
Dentro del movimiento estudiantil se defiende la Asamblea como alternativa organizativa. Los documentos de cualquier signo coinciden en este aspecto. El sistema asambleario se completa con la existencia de los Comités de Acción (llamados según los lugares también comités de curso, comisiones), surgidos del seno de la asamblea. La filosofía de esta nueva alternativa organizativa parte del presupuesto de que la representación del movimiento estudiantil tiene que ser directa a todos los niveles. Está claro, aunque no se reconozca o se haga explícito, que se está tomando el ejemplo del movimiento de las Comisiones Obreras. Entre otros niveles de coordinación surge la Reunión General de Universidades de España (RGUE). La lucha contra la LGE se generaliza y ante las medidas represivas se desarrolla un fuerte movimiento de solidaridad; en enero de 1972, la RGUE hace un llamamiento a la huelga general de las Universidades para el 14 de febrero; en reunión posterior, próximo el 1º de Mayo, se convoca otra Huelga General de Universidades para el 28 de abril, se insta a los estudiantes a participar en las movilizaciones del 1º de Mayo llevando su propia problemática, los lemas son: Contra la Ley General de Educación (por una enseñanza abierta y para todos, por una sanidad al servicio del pueblo, en solidaridad con Medicina de Madrid) y contra la represión y por las libertades políticas (levantamiento de las sanciones en Zaragoza y sobreseimiento de los consejos de guerra a los 3 compañeros de Valencia).

Sorprende en todo este período de enfrentamiento a la Ley General de Educación la gran cantidad de materiales elaborados por estudiantes, profesores no numerarios, así como por las organizaciones políticas que hacían vida en la Universidad. Materiales y documentos que analizan en profundidad la situación del sistema educativo, que avanzan propuestas con las que hacer frente y golpear a la dictadura, y que adelantan los deseados cambios futuros. No es difícil entender el alto nivel de los materiales salidos del sector de los PNN, en su elaboración están participando varias generaciones de estudiantes universitarios educados en la lucha del movimiento estudiantil, que no han abandonado la Universidad, sólo cambiado su posición dentro de ella.
La Ley General de Educación ha sido derrotada por la lucha de estudiantes y profesores no numerarios y aunque la misma no haya sido retirada, su aplicación se ha hecho difícil o imposible para las autoridades del régimen que buscan resquicios a través de mecanismos indirectos como nuevos planes de estudio, aumento del precio de las matrículas, supresión de los cursos nocturnos, etc.
El desgaste del movimiento ha sido palpable, sobre todo para los estudiantes. A las dificultades tradicionales se ha sumado en el último período la actividad huelguística de los profesores no numerarios. El movimiento estudiantil ha sido siempre consciente de los límites que impone el calendario académico; está acostumbrado a que las iniciativas del Ministerio o de las autoridades académicas se tomen en el tercer trimestre del curso  o en pleno período vacacional, sobre este problema se alerta incluso a los estudiantes en las declaraciones de la RGUE; ahora se suma el  hecho de que los PNN, nada más comenzar el curso académico comienzan sus huelgas, unas veces intermitentes y otras con carácter indefinido, amenazando incluso con el boicot a los exámenes finales.
¿Cómo trabajar en las aulas vacías? Multitud de iniciativas recorren los centros universitarios para hacer frente al problema. Las comisiones de alumnos organizan actividades paralelas para que los estudiantes no abandonen las aulas. La tensión puede mantenerse durante los primeros meses, trascurridos los cuales, es evidente la agonía del esfuerzo. La preocupación mayoritaria de los alumnos es si perderán o no el curso, qué pasará con los exámenes, cómo harán frente a la renovación de las becas, etc. La alianza entre el movimiento estudiantil y el de PNN vive regularmente momentos de extremada fragilidad.
Ante las dificultades, la lucha estudiantil no desaparece pero sufre un proceso de vanguardización. La minoría más comprometida se va quedando aislada. En este contexto (1974), siendo Presidente del Gobierno, Arias Navarro, se presenta el Decreto de Participación Estudiantil, conocido como Decreto Martínez Esteruelas.

¿Última oportunidad para el movimiento estudiantil?

El proyecto es un intento, hijo de la LGE, de conceder determinados niveles de participación y representación tutelados al movimiento estudiantil, en el contexto del asesinato de Carrero Blanco y la política “aperturista” y “reformista” de Arias Navarro. Prevé la convocatoria de elecciones de representantes estudiantiles en el primer trimestre de cada curso académico; elecciones convocadas por las autoridades académicas que tienen la potestad de imponer calendario, que están por ley presentes y forman la mesa electoral, etc. El sempiterno debate sobre la utilización o no de las plataformas legales está de nuevo servido.
La discusión se convierte al inicio del curso académico 1974-75 en el primer elemento aglutinador del movimiento estudiantil. Nada más que por este hecho mereció la pena la existencia de posturas encontradas sobre la utilización o no del Decreto. Las Asambleas volvieron a convocarse y a reunir a muchísimos estudiantes. El debate se dio a todos los niveles, desde los cursos hasta las Asambleas de Distrito.
La mayoría de los estudiantes optaron por utilizar las posibilidades que el Decreto permitía, desbordándolas desde su inicio. Aunque legalmente era un profesor el responsable de la mesa electoral debía quedar claro que su presencia sólo era una formalidad para darle legalidad oficial a las decisiones de los estudiantes. Se instó a los candidatos a que se presentaran defendiendo un programa de reivindicaciones que, partiendo de las necesidades más sentidas en los cursos, ligara estas con los problemas que vivía la Universidad española y denunciara el carácter fascista del régimen político. En realidad, los representantes estudiantiles fueron elegidos en Asambleas, al desbordar por su propia acción las limitaciones del Decreto.
En un documento recogido en la Revista Materiales, firmado por el Comitè D´Universitat de Barcelona del Moviment Comunista de Catalunya, febrero de 1976, aparece la siguiente afirmación:
<<El moviment estudiant, al llarg dels anys derrers s´ha anat organitzan de maneres diverses. El pas de Comitès de Curs – que en un moment determinat van suposar trobar una solució adecuada al caos organitzatiu en que estava sumida la Universitat- a delegats elegits en assemblees, va suposar un gran salt endavant, una participació molt més gran de milers i milers d’etudiants que, per primer cop podien elegir els seus representants. El projecte de participació de Martínez Esteruelas fou aprofitat i marginat, fou utilizat e combatut>>
He escogido este documento del MC porque dicha organización fue contraria a la utilización del Decreto Martínez Esteruelas, y volcó toda su influencia, que no era poca, para que los estudiantes lo rechazaran. Resulta por eso tan significativo que reconociera el caos organizativo en que estaba sumida la Universidad y  que el Decreto había sido aprovechado y marginado, utilizado y  combatido ...  lo cual era mucho reconocer para el caso de esta organización.
Para otras corrientes socialistas, como PCE, PSUC, Joven Guardia Roja, la utilización “desbordada” del Decreto, era valorada como un instrumento para recomponer el dañado entramado estructural del movimiento estudiantil, una posibilidad, quizás la definitiva, de sentar las bases de un futuro Sindicato Democrático de Estudiantes, concebido éste como organización unitaria (que no única) de los estudiantes.
Nadie pudo negar que el Decreto supuso un revulsivo que de nuevo puso a los estudiantes en pie aunque las condiciones políticas se agravaron a medida que las contradicciones internas y externas de la dictadura estallaron. El régimen se tambaleaba y su respuesta, al menos la que se hizo hegemónica, no encontró otra salida al reclamo generalizado de amnistía y libertad de todos los sectores sociales en lucha, que la agudización de su política represiva. El “aperturismo” del gabinete de Arias Navarro, tras su discurso del 12 de febrero de 1974, < intento de recomponer las fuerzas originarias del franquismo cada vez más dispersas y enfrentadas, e integrar en el régimen a las nuevas fuerzas burguesas alumbradas por el proceso industrial de las últimas décadas>[11],  ejecutaba a garrote vil, en marzo de 1974, a un militante catalanista, Puig Antich, y a Hein Chez, condenados por el asesinato de dos agentes de la autoridad; con el cierre de 4 Facultades de la Universidad de Valladolid, en abril de 1975, con la publicación del Decreto Ley Antiterrorista en el verano del mismo año; dicho Decreto anulaba las “garantías” del Fuero de los Españoles, la incomunicación en comisaría sin dar parte al Juzgado se prolongaba de 72 horas a 10 días, los juicios sumadísimos,  en realidad era una suerte de Estado de Excepción, que se aplicó también contra los dirigentes estudiantiles; se declara el Estado de Excepción en Vizcaya y Guipúzcoa; el 27 de septiembre, se producen los últimos fusilamientos de la dictadura, aplicando el Decreto Ley Antiterrorista con carácter retroactivo, etc. Ante la avalancha de críticas internacionales por estos últimos acontecimientos y las movilizaciones contra ellos en el interior del país, el régimen promueve actos de adhesión en todas las ciudades y municipios de importancia. Los centros universitarios se hicieron irrespirables en aquellos últimos meses del año 1975, la presencia policial disolvía asambleas, prohibía todas las actividades culturales, los pasillos se llenaron de miembros de la terrible Brigada Político y Social, las detenciones se agravaron, etc.
La represión soportada en Granada, durante el año 75, puede ser un ejemplo de los momentos vividos; afecta directamente al movimiento obrero y al estudiantil. Las cifras pueden leerse en el libro de Antonio Ramos Espejo[12]. Una operación policial de envergadura desconocida hasta ese momento contra los dirigentes estudiantiles de la Universidad de Granada inicia el curso académico 1975-76, el día 11 de septiembre, dos años después del golpe militar contra el gobierno de Salvador Allende. No parece que la operación vaya a finalizar nunca. Los estudiantes que hacen turnos para comunicar, aunque sea a voz en grito, la existencia de detenidos (desaparecidos) en la comisaría de Granada, a los jueces que entran en los Juzgados cada mañana,  lo serán en las siguientes horas o días. La Comisión Proamnistía de la Universidad se queda huérfana: sus miembros están detenidos o han pasado a la cárcel, otros se han fugado de la ciudad. En aquellos tenebrosos días poner un cartel convocando a los estudiantes a participar en las elecciones a representantes de curso (Decreto Martínez Esteruelas), era motivo de detención. A todos esos jóvenes se les aplica sin excepción el Decreto Ley Antiterrorista. Aparecen en la Facultad de Filosofía y Letras las primeras pancartas firmadas por la organización universitaria del PCE, reclamando amnistía y libertad.

¿Reforma o ruptura?

Tras la muerte del dictador Francisco Franco muchas cartas quedaron boca arriba. De la estrategia de Huelga General Universitaria, en el marco de la Huelga Nacional no parecía quedar ni el recuerdo. Cierto que el año 1975 había sido un año tenebroso y que las cárceles estaban a rebosar de dirigentes obreros y estudiantiles pero incluso esta circunstancia era analizada como expresión del aislamiento de la dictadura y de su política defensiva. La represión continuó dentro y fuera de la Universidad. Los presos, estaba claro, serían utilizados como instrumento de presión en negociaciones venideras. Las listas de detenidos y procesados siguen engordando. Sólo en Granada, en abril de 1976, son detenidos los “54 del Cerro del Sombrero”, todos ellos dirigentes obreros.
En el marco de la Universidad, bajo el paraguas de la ampliación de las “zonas de libertad” se disfrutaba de una suerte de paralegalidad: de un lado, la represión continuaba y, de otro, se producían pronunciamientos públicos en nombre de partidos o estructuras ilegales, como la Junta Democrática. Una especie de pulso entre los sectores democráticos y la estructura represiva de la dictadura. El año 76 se inaugura con el inicio de un importante movimiento huelguístico en todo el país.
Las reivindicaciones democráticas se convertían en el eje vertebrador de todas las actividades. El reclamo de amnistía y libertad recorría las aulas y los claustros, tomaba la calle frente a la represión policial.
En el debate político se manifestaron dos tendencias bien definidas: los que defendían la “ruptura democrática”, estrategia que implicaba  cambios en profundidad en las estructuras del aparato estatal del franquismo y, por otro lado, los que defendían la “reforma democrática”, estrategia que implicaba sólo cambios en la superestructura de dicho aparato. Fue la segunda de estas tendencias la que acabó hegemonizando el proceso que después se denominaría “Transición Política”.
Los acontecimientos que fueron jalonando este período se sucedieron con gran rapidez y, en lo que atañe al movimiento estudiantil, se fueron saldando entre la sorpresa y la impotencia. Los debates sobre cada uno de ellos adquirieron gran virulencia;  había sido parte de la historia del movimiento, por sus características internas y por la politización de los núcleos dirigentes, el debate ideológico y político. Por situar sólo un ejemplo, cuando el 9 de junio de 1976, Adolfo Suárez, segundo Presidente de la Monarquía, tras Arias Navarro, presenta ante las Cortes franquistas su proyecto de Ley de Asociaciones Políticas (que para nada era una Ley de Libertad de Asociación pues la legalización de los partidos democráticos no estaba contemplada en dicha Ley), nadie podía imaginarse dentro del movimiento estudiantil que en apenas 5 meses (Referéndum de la Ley para la Reforma Política, 15 de noviembre), vería a parte de su dirección (la vinculada al PCE), denunciar, primero,  el proyecto de Ley, pronunciarse, luego,  por el NO, al no reunir la consulta garantías democráticas  y pedir, por último, la abstención. Los abucheos eran generalizados. Una cosa era que el movimiento estudiantil tuviese sus dificultades para  recurrir a la memoria histórica y, otra bien distinta, borrar del mapa consciente y voluntariamente, la alternativa que en 4 puntos había sido el eje de lucha de los estudiantes comunistas, en el nivel global de la lucha política:

1) Formación de un gobierno provisional de amplia coalición que promulgue,
2) Amnistía para presos y exilados políticos.
3) Libertades políticas sin discriminación.
4) Elecciones a Cortes Constituyentes, para que el pueblo decida el régimen político que quiere darse.

Y lo más gordo, como dice el refrán, estaba por llegar.
Durante el curso 1975-76, en medio de todos los conflictos que el país vive, el movimiento estudiantil intenta su reorganización promoviendo la constitución del Sindicato Democrático de Estudiantes de Universidad, articulado como Federación Sindical, en el marco, de nuevo, de la ilegalidad de la propuesta. En su primera Declaración, recogida íntegra en la Revista Materiales, las Facultades y Distritos reunidos, exponen:
<<... después de seguir un amplio proceso de discusión y de constitución a todos los niveles, han llegado a la conclusión de la necesidad de una organización propia de estudiantes, de tipo sindical y de funcionamiento democrático: el SDEU, recogiendo así la gloriosa trayectoria de nuestros compañeros que en los años 60 marcaron un hito en la lucha por una Universidad científica y democrática en el seno de una sociedad verdaderamente democrática... Los universitarios al igual que otros sectores y capas de la sociedad nos encontramos totalmente indefensos frente a los poderes públicos representados en este caso por las autoridades académicas y gubernativas, siendo así que éstas imponen todas sus normas y leyes sin contar en absoluto con nosotros y con grave perjuicio para nuestros intereses académicos y sociales ... nosotros estudiantes universitarios vemos que la única solución para nuestros problemas, pasa por un único camino, el camino de nuestra organización autónoma e independiente, estructurada según lo que los universitarios queremos que sea y que luche por conseguir nuestros objetivos. Ante ello decidimos unificar todos los Sindicatos ya existentes en un único Sindicato bajo la forma de Federación, por entender que es la que mejor refleja la realidad multinacional del Estado español>>
La iniciativa coincide con reivindicaciones muy sentidas por el movimiento estudiantil que sirven para concretar el movimiento a favor del Congreso Constituyente a nivel estatal del SDEU: derogación del Decreto de las 4 convocatorias, libertad de los estudiantes del Consejo de la Universidad Politécnica de Madrid y legalización del Sindicato Democrático de Estudiantes y de los claustros democráticos.
En la citada nota introductoria escrita por Francisco Fernández Buey en Materiales y que lleva fecha de marzo 1977, se puede leer:
<<Recuperar los documentos de ese sector de la lucha antifascista parece, pues, una contribución nada despreciable a la tarea de recomponer en un sentido revolucionario el movimiento universitario actual... Aunque sólo sea para saber que asambleas que hoy parecen <normales> a la vanguardia del movimiento habrían sido consideradas estrepitosos fracasos hace diez años, o que entre la primera y la segunda constitución del SDEUB con otros diez años de diferencia, el número de delegados estudiantiles bajó de 500 a 50, o que las presentes reivindicaciones de autonomía están por debajo de las exigencias del manifiesto <Por una universidad democrática>. Y recordar, no por añoranza de exestudiante, sino por mero instinto del peligro que se cierne sobre la universidad>>

El movimiento estudiantil, ¿víctima de la Transición Política?

Alfredo Grimaldos, recoge en el libro citado, unas declaraciones de José María de Areilza al diario Le Figaro, en entrevista realizada el 22 de octubre de 1974: <<No se podrá pactar con el PCE nada más que a partir de una posición de fuerza; es decir, de poder. Y será necesario que cada piedra que se quite del edificio del régimen franquista sea pagada a un alto precio por la izquierda comunista o socialista>>
El precio fue entre otros, la desmovilización y desvertebración del movimiento popular y dentro de él, del movimiento estudiantil que por más de 40 años había luchado contra la dictadura fascista. El “desengranaje” no fue fácil. Las luchas y las resistencias continuaron, de lo cual da cumplida constancia los más de 100 militantes de izquierda asesinados, entre los años 1976 y 1980, muchos de ellos pertenecientes al movimiento estudiantil.
En este período crítico las dependencias del movimiento estudiantil fueron una pesada losa que se sintió de forma extrema en su ya delicada organización. El movimiento de las Comisiones Obreras renunciaba a su estrategia de Central Sindical Única y en Asamblea Nacional, celebrada en Barcelona el 11 de julio de 1976, decidía convertirse en sindicato “tradicional”, acontecimiento que tuvo lugar el 27 de septiembre, adoptando el nombre de Confederación Sindical de Comisiones Obreras. En sus documentos la decisión se explicaba en base a que la división sindical ya estaba certificada por la existencia de otros sindicatos, el resurgir de CNT y el auge que iba tomando UGT. El más importante movimiento sociopolítico desarrollado en la lucha contra el fascismo cerraba así su gloriosa historia. El 30 de marzo de 1977 eran legalizadas las organizaciones sindicales, sin que Comisiones Obreras hubiese intentado siquiera, a partir de la Coordinadora de Organizaciones Sindicales, aprovechando el prestigio y la solidez que ocupaba dentro del movimiento obrero, la unidad sindical a través de una central unitaria de trabajadores que agrupara al conjunto del movimiento sindical.
Pero, ¿era necesario, también, aplicar el modelo al movimiento estudiantil, educado en todas las etapas de su desarrollo en prácticas unitarias? A inicios del curso académico 1976-77, los dirigentes estudiantiles militantes del PCE, eran convocados a una reunión (clandestina aún) en Madrid, a la que asistió Pilar Bravo, responsable de Universidad[13]. En dicha reunión se planteó el cambio de estrategia: las organizaciones de estudiantes del partido debían promover la constitución de sindicatos de carácter comunista. A pesar de que la decisión no se llevó a efecto por negativa o imposibilidad de los propios militantes (la propuesta era tan descabellada en aquellos años), la desaparición, al menos temporal, del movimiento estudiantil como movimiento sociopolítico, democrático y unitario, estaba servida.
En mi Memoria de Licenciatura se recogieron resúmenes de los debates que se producían en la Universidad de Granada, durante el curso académico 1977-78:
<<Estamos hablando de militantes... no de esa otra izquierda, desde hace un tiempo asentada en la Universidad, que no deja de ser otra cosa que adorno más o menos rosa de las muchas paredes de la Academia... si bien la izquierda ha hecho esfuerzos bastante notables para producir cambios de envergadura no deja de ser verdad que su proyecto político-social no ha podido hacerse efectivo; hasta el punto que puede hablarse de una derrota... lo que produce nuestro asombro es la sistemática ocultación de esta realidad... por lo común la izquierda ha tendido a cubrir su fracaso en la victoria del reformismo. El esquema es simple: lo proyectado y lo conseguido es prácticamente equivalente, con desajustes poco importantes debido en lo fundamental a la preeminencia de los factores <objetivos> (aquí las referencias son oscuras y tenebrosas, los <poderes fácticos>)... pero la realidad acaba siempre imponiéndose. Los primeros síntomas no se hicieron esperar: crisis de militancia, apatía, confusión. Lo que siguió fue peor: división y atomización... De ahí el <sálvese quien pueda> practicado por muchos militantes universitarios. De ahí su pasividad ante una situación que había variado muy rápidamente y que les enfrentaba a la difícil tarea de buscar nuevas fórmulas en un marco (la Universidad) nada propicio para el combate emancipatorio. Porque a fuerza de ser claros hay que señalar que no sólo se trataba de un paso atrás, era algo más grave, un pasar de la ofensiva a la defensiva, de la iniciativa ideológica y política a la resistencia, de la claridad programática (por muy discutible que fuera) a no saber qué hacer>>

En memoria de Javier Verdejo




Aquel día de 1999, en la Facultad de Ciencias, comencé hablando a la muchachada sobre algunos detalles del edificio en el que estábamos, en construcción cuando la gran huelga de los albañiles granadinos, que acabó con el asesinato de tres de ellos por disparos de la Policía Nacional. De aquel edificio en construcción los trabajadores utilizaron ladrillos y piedras para defenderse, era el mes de julio de 1970, algunos estudiantes trabajaban como peones y participaron en la jornada sangrienta.
Aquel día de 1999, al entrar en la Facultad de Ciencias, había visto los carteles convocando el Certamen de Fotografía “Javier Verdejo”. Les pregunté si sabían quién era Javier Verdejo. Nadie contestó. Javier Verdejo, les expliqué, fue un estudiante de esta Facultad, de Biológicas, almeriense, militante de la Joven Guardia Roja, que murió asesinado por disparos de la Guardia Civil, el 15 de agosto de 1976, mientras realizaba una pintada en la playa del Zapillo, en Almería; hoy tendría aproximadamente mi edad.



El impacto producido por las cosas que empecé a contarles acabó impactándome a mi sobremanera. ¿Era sólo diferencia generacional? Estaba hablando a un grupo de estudiantes comprometidos, la mayoría miembros de organizaciones juveniles de izquierda. Aunque insistiera en explicarles que cuando les describía las formas organizativas del movimiento estudiantil me estaba refiriendo a actividades ilegales, no me podían creer. Los sindicatos no se llamaban “verticales” porque el edificio donde estaban fuera el más alto de la avenida Calvo Sotelo, no era una broma que la policía entraba en la Universidad a caballo, no era un chiste la imagen de D. Darío Cabanelas, con su hábito, abiertas las piernas y el crucifijo en la mano, intentando evitar la ocupación de la Universidad por las fuerzas de orden público... no eran un sueño las Asambleas de Distrito, convocadas en el crucero del Hospital Real, con miles de estudiantes en solidaridad con Antonio Jiménez Lorite, obrero atarfeño detenido en una manifestación convocada en 1976 para reclamar amnistía y libertad. Cuando les explicaba cómo vivimos los estudiantes de los años 70 la guerra de Vietnam, qué eran las ocupaciones de cátedra, las jornadas de lucha, cómo los dirigentes estudiantiles asumían la reconstrucción de las direcciones de los partidos obreros tras períodos de fuerte represión política, la primera bandera republicana que ondeó en Letras, en el edificio de  Puentezuelas y de cómo pudo no ser encontrada por la Brigada Político y Social... del compromiso en la elaboración y reparto de la prensa clandestina (una de las actividades más peligrosas), de cómo eran recibidos los compañeros expulsados de otras Universidades, de la solidaridad cuando eran cerradas Facultades, de la primera huelga de hambre realizada en Granada y protagonizada por estudiantes de Letras, de cuánto corríamos en las “movilizaciones” del 1º de mayo delante de la policía... de cuántas grandezas  y heroicidades fueron capaces los estudiantes durante la negra pervivencia del fascismo... un nudo terrible se hacía en mi garganta. Y, aunque no era la primera vez que me hacía la pregunta, ese día tuvo un sabor más amargo que nunca: ¿dónde quedó sepultada la memoria?, ¿a quién dirigirnos para reclamar su presencia? Como en la Plaza de Mayo, en Buenos Aires, como si me tratara de una abuela más:
¡Viva la dejamos!... ¡Viva la queremos!


Roete Rojo
        GEHA


[1] Escribo Universidad con mayúscula, tal y como se hacía en los documentos del movimiento estudiantil bajo el fascismo.
[2] Documentos del movimiento universitario bajo el franquismo. Revista Materiales. Extraordinario nº 1. Barcelona. 1977.
[3] Carmen MORENTE MUÑOZ. El nuevo edificio de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada: Historia y Arquitectura.
[4] Partido Comunista de España y Partido Socialista Unificado de Cataluña, respectivamente.
[5] Sindicato de Estudiantes Universitarios.
[6] Sindicato Democrático de Estudiantes Universitarios de Barcelona.
[7] Se utilizarán en el texto también sus siglas, PNN.
[8] Manuel SACRISTÁN LUZÓN. Introducción a La agonía de la universidad franquista. Equipo LÍMITE. Barcelona. Laia.1975.
[9] Rafael ARGULLOL MURGADAS. ¿Es posible un nuevo movimiento estudiantil? Revista Argumentos. Nº6.
[10] Unión de Técnicos y Trabajadores.
[11] Alfredo GRIMALDOS. La sombra de Franco en la transición. Madrid. OBERON. 2004.
[12] Antonio RAMOS ESPEJO. García Lorca en Fuentevaqueros. Anexo I. Diputación Provincial de Granada. Patronato Cultural Federico García Lorca. Granada. 1986
[13] A dicha reunión asistieron en nombre del Comité de Universidad del PCE de Granada, tres estudiantes. Uno de Medicina, otro de Hispánicas y el tercero de  Historia.