Resumen de la ponencia presentada en la Universidad de
Cádiz, en el marco del III Seminario Nuestro Patrimonio Común, organizado por la Asociación Historia
Actual. Marzo-2003.
1.- Planteo con absoluta sinceridad que no creo que ni en
esta coyuntura (1931) ni tampoco en otras se pueda hablar de una única
identidad española. Siendo posible que esta dificultad proceda del diferente
uso de la terminología que estamos utilizando. La vieja enseñanza ofrecida por
el maestro Louis Althusser que ya nos prevenía sobre “las dificultades y
recursos del trabajo teórico”.
Empezando pues por las definiciones establezco como
“identidad”, un conjunto de ideas, nociones, sentimientos y experiencias que
conducen a que un determinado grupo histórico, en una determinada coyuntura,
fruto de un pasado en común, reconozca y señale como colectivos y compartidos
un grupo de intereses, así como las articulaciones en que dichos intereses
puedan expresarse. Aclarando, además, que la supuesta identidad así definida no
es un hecho inmutable en el tiempo y, por lo tanto, está sujeta a
modificaciones.
Desde este punto de vista se afianza la idea primera de
negar la existencia de una única identidad española en la coyuntura de 1931.
Como todos sabemos la fecha de 1931 está plagada de
simbolismos ya que el 14 de abril de dicho año fue proclamada la II República Española.
Plagada de simbolismos de signo contrario; tan contrarios que la resolución
final de estos contrarios se saldó con el triunfo militar del fascismo que
pervivió como tal modelo de dominación por más de 40 años.
2.- Estamos hablando, creo entender, de identidades
nacionales que nacen en el período de surgimiento del capitalismo y que acaban
articulándose en los llamados Estados-Nación. Les evito, por supuesto, la
repetición de lo que ya todos sabemos sobre dicho proceso así como del papel
jugado por el Estado Absolutista en el período de transición hacia un nuevo
modelo de Estado, diferente por su naturaleza y salto cualitativo en el proceso
histórico.
Recuerdo que en mis años de estudiante en la Facultad de
Letras de la Universidad de Granada, algún profesor insistía en presentarnos a
la realidad jurídica que surge de la llamada “Reconquista” como la primera
expresión del Estado Moderno, una expresión “pionera” y al Rey Fernando el
Católico como personaje en el que Maquiavelo se fijó para escribir “El
Príncipe”.
Frente a esta interpretación histórica mas que
voluntarista, comparto el análisis hecho por Pierre Vilar, en el sentido de que
“la monarquía de los Habsburgos no desempeñó la función unificadora de la
monarquía francesa, ni las Cortes de Cádiz la de la Revolución de 1789” .
Efectivamente: la pervivencia del Estado Absolutista y la
alianza de clases que lo sustentó durante siglos, lejos de aminorar la
diferenciación de pueblos y naciones en un proyecto supranacional común de
carácter burgués, afianzó las diferenciaciones, sumando a su efectiva
existencia otras no menos objetivas que llegaron de la mano del desarrollo
desigual propio del capitalismo, agudizadas en el marco de un modelo
parasitario y retardatario desde el punto de vista del proceso histórico.
Siguiendo a Pierre Vilar, a inicios del siglo XIX, sobre
España pesa un sistema productivo pero no nacional que ha aumentado el
contraste entre la masa del país, que sigue siendo agrícola y algunas regiones
industriales especializadas. Perdidas las últimas posesiones coloniales en
1898, las contradicciones no hicieron más que agudizarse. La gran empresa
imperial “en la que no se ponía el sol”, había sido despilfarrada desde el
punto de vista del desarrollo histórico de la metrópoli. Joseph Fontana
resume así la coyuntura:
-Inexistencia de un mercado interno por la incapacidad para
acometer una Reforma Agraria.
-Falta de los capitales imprescindibles para iniciar con
fuerza el proceso de industrialización, lo que le hace zona de influencia y
disputa de Francia e Inglaterra.
-Industria de bienes de consumo poco concentrada, de
capital familiar y necesidades bancarias limitadas que siempre recurrió al
proteccionismo renunciando así a ser competitiva y favoreciendo el
empobrecimiento de las masas campesinas y jornaleras de Andalucía, Extremadura
y Castilla.
-Aparato estatal burocratizado y anclado en prácticas
medievalizantes (clientelismo, ausencia de una administración moderna, etc).
-Presencia del Ejército como elemento determinante en la
vida política.
-Hegemonía de la Iglesia en esferas determinantes de la
convivencia y conciencia colectivas, como la educación.
En resumidas cuentas: un modelo incapacitado para recrear y
desarrollar un proyecto nacional capaz de generar identidades únicas.
3.- La coyuntura de 1931 supuso una de las expresiones más
dramáticas de confrontación entre dos identidades: entre el Viejo Orden y su
Estado Autoritario y las ansias de regeneración y democratización general (no
sólo política) que los sectores populares, la intelectualidad progresista y los
sectores nacionalistas representaban.
4.- En relación a la “identidad española” y Nuestro
Patrimonio Común. Es posible que a partir del Encontronazo de 1492, también en la llamada América Hispana ,
se hayan expresado distintas identidades.
Qué duda cabe que en un primer momento la única identidad
palpable fuera la del “invasor”. El mestizaje y la consolidación de nuevos
espacios diversificaron esta identificación. De hecho, gran número de
libertadores, empezando por el propio Simón Bolívar, eran españoles de origen.
La gesta por la Independencia volvió a situar claras identidades referidas al
papel que cada quien jugaba en la contienda. Así ,
el Libertador no duda en afirmar, en 1815, en la ciudad de
Trujillo: “Españoles y canarios contad
con la muerte aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de
la libertad de Venezuela. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis
culpables”.
La apreciación de lo “español” sufrió desde mi punto de
vista un gran cambio al recibir numerosas repúblicas latinoamericanas el caudal
humano del exilio; hombres y mujeres que fueron recibidos como auténticos
hermanos y que correspondieron a la altura del gesto recibido: volcando toda su
sabiduría, experiencia y capacitación profesional al servicio de los pueblos
que los acogieron.
5.- Vivimos una época de excesivos “revisionismo
históricos”. La Historia se reinterpreta para que el producto del análisis
sirva a los intereses de la II Restauración. En los últimos años se han
creado importantes mitos alrededor de figuras como la de la Reina Isabel La
Católica, Juana La Loca o el propio Emperador Carlos V, quien se nos presenta
como “el primer europeísta”.
Esta nueva interpretación sirve a los proyectos
imperialistas del capital transnacional español en el marco de la globalización
neoliberal. Ideales rancios como el de la unidad de la patria y su grandeza expansionista
vuelven a tomar impulso.
De los nuevos mitos que este revisionismo histórico está
produciendo, resaltan por su tremenda maldad:
-La visión de que la guerra civil española fue un error
histórico. Lo que nos quieren decir es que la identidad republicana no debió
existir pues ella fue la partera del fascismo y la guerra fratricida.
-Que la Transición Política fue un proceso modélico. Tan
modélico que ha podido ser exportado para los casos de las dictaduras militares
de América Latina.
El revisionismo histórico es la cara ideológica de
Telefónica, Endesa, BBVA, BSCH, etc. Y de un nuevo eurocentrismo.
Es por eso tan importante y estratégica
la tarea que tenemos por delante y que no es otra que la construcción de una
nueva identidad que tenga como pilares básicos la superación del eurocentrismo
y del fetichismo. Una nueva identidad que pueda capitalizar para los pueblos y
naciones de ambos lados del Atlántico Nuestro Patrimonio Común en toda su
complejidad y diversidad.
La globalización –entendida ésta como el
proceso de socialización de la Humanidad-, es una tendencia histórica
imparable. Pero nuestro referente último no puede ser una Humanidad globalizada
por elementos uniformes sino por el contrario caracterizada por el desarrollo
libre de la experiencia acumulada por los pueblos en el devenir histórico.
6.- Una última reflexión en relación a la
fecha de 1931. A
partir de la irrupción del Nuevo Orden Internacional mucho se ha debatido sobre
el carácter del autoritarismo que lo acompaña. Algunos sectores no tardaron en
calificarlo como neofascismo. Siempre me he opuesto a esta caracterización. El
fascismo histórico, que surge en la Europa de entreguerras y que más tarde
aparece en otros continentes, estuvo marcado por una coyuntura de crisis
económica y ascenso del movimiento obrero y popular; tuvo como uno de sus
elementos más característicos su carácter de masas y su voluntad de organizar y
movilizar a amplios sectores sociales. Modestamente opino que el autoritarismo
de nuestros días tiene otras características aunque éstas no lo hacen ni más ni
menos peligroso, devastador o cruel que al fascismo histórico.
Sin embargo he podido encontrar su
huella, como si se tratara de un resto arqueológico que cobrara repentinamente
vida, en la realidad actual de la República Bolivariana
de Venezuela. Allí, la contrarrevolución ha adoptado la matriz ideológica del
fascismo histórico. Me niego a pensar que pueda tratarse de una expresión de
“patrimonio común”.
En una coyuntura de quiebra del modelo de
dominación (lo que los propios venezolanos califican como “puntofijismo”) y de
ascenso de la lucha popular articulada alrededor de un referente
emancipador, los sectores oligárquicos
aupados por sectores de las clases medias (acobardadas ante el peso aplastante
de una crisis económica que amenaza desde los años 80 con la desaparición del
estatus de vida conseguido en las décadas del boom petrolero), han retomado el
ideario del fascismo como estrategia desestabilizadora al servicio de un plan
genocida contra el pueblo bolivariano.
El impacto emocional de esta realidad es
fuerte para aquellos que conocimos el rostro del fascismo histórico y no
pudimos olvidar su hedor. Masas organizadas y movilizadas alrededor de un
proyecto fanatizado, racista y xenófobo; en el que se hace presente la
ideología del nacionalcatolicismo, no sólo como referente sino como
articulación a través del púlpito de las iglesias y el pupitre de colegios
privados. Proyecto de un clasismo transparente como el agua, sin colorantes ni
edulcorantes, que transciende odio de clase por todos sus poros y proclama sin
vergüenza ni complejos la idiotez, incapacidad y fealdad del pueblo. Proyecto
de mensajes ideológicos devastadores y simples, convertidos en verdades
absolutas gracias al aparato propagandístico de los medios de comunicación sin
excepción. Proyecto que ha pretendido, incluso, la uniformidad de una
vestimenta identificatoria, el negro; que organiza verdaderas campañas de
terror psicológico de masas de consecuencias duraderas y en muchos casos impredecibles;
que pinta esvásticas en las puertas de los vecinos “enemigos” y organiza planes
de “autodefensa” para hacer frente a la “chusma” que ellos inventaron bajará de
los cerros para aniquilarlos y quedarse con sus propiedades. Proyecto que está
utilizando el sabotaje, el asesinato y el terrorismo como táctica
desestabilizadora, etc.
Nada de esto es retórica, pueden estar
convencidos. Baste recordar las acciones desarrolladas por los fascistas
venezolanos en las breves horas en que pudieron mantenerse en el Palacio de
Miraflores.
La gran satisfacción histórica fue
comprobar que en esta nueva Venezuela Bolivariana, el pueblo convertido en
sujeto histórico del cambio demostró que sí es posible derrotar al fascismo. La
gran pena fue comprobar la actitud diletante de la izquierda europea, tan
contagiada de eurocentrismo castrador que fue incapaz de sumar su voz a la de
millones de hombres y mujeres que en aquellos días dieron lecciones de Historia
imperecederas.
Roete Rojo
Bibliografía comentada:
El Libertador. Mijares, Augusto. Academia
Nacional de la
Historia. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas.
1987.
Historia de España. Vilar, Pierre.
Libraire Espagnole. París. 1963.
Cambio económico y actitudes políticas en
la España del siglo XIX. Ariel. Barcelona. 1973.