sábado, 18 de agosto de 2012

MIRADA DE PIEDRA


De nuevo sola
ante tu mirada
que a la cita
nunca falta.
Mirada de piedra
pero mirada
al fin. Cierta,
tierna, fiera.
Tu respuesta sola
ante el llamado.
Las espuelas cesan
un momento.
Olfateamos juntos
la frescura
de la noche caraqueña,
un sueño.

¡Qué vaina,
Simón!
¡Qué vaina!

La Loca Manuela Granadina

Julio de 2003. Plaza Bolívar de Caracas, frente a la estatua del Libertador.



Nota.- En muchas ocasiones en las que he visitado Caracas me he alojado en hotelitos próximos a la Plaza Bolívar, para estar cerca de la estatua del Libertador. Desde horas muy tempranas, cada día, la Plaza es cruzada por cientos de personas; es frecuente que haya ofrendas florales y otras muchas actividades. Los inmensos árboles y las fuentes dan frescura al lugar. Todavía perviven fotógrafos que se ofrecen a los visitantes, vendedoras de café. Por las tardes, algún cantautor seguidor de Alí Primera, canta sus canciones por unas monedas y conversa con el público que está sentado en el banco que rodea por dentro la plaza. Y palomas, muchas palomas… También iguanas que recorren acostumbradas al gentío, las calles interiores y saben cómo poner pose para ser fotografiadas. Y las ardillas, que no se llaman ardillas, a las que está prohibido echar comida porque enferman. La “esquina caliente” que se pone especialmente caliente en determinadas coyunturas políticas. Muchos originarios de países árabes se reúnen allí y, sin diferencia de etnias o tendencias religiosas, hablan de la situación en Irak, Irán, Libia,  del imperialismo norteamericano, etc. Cuando hay “vigilias”, me acerco a saludar a las gentes que están reunidas y acepto tomar un cafecito (aunque esté azucarado), me explican por qué están allí, les explico de dónde vengo y a quién represento, etc.  A cualquier hora me siento y contemplo el paisaje urbano y humano. Mil instantáneas tengo recogidas. Pero es en el silencio de la noche cuando más me emociona sentarme y contemplar el rostro del Libertador y hablar con él, sin público ni transeúntes, comentarle mis inquietudes, hacerle algún reproche, ¿cómo se le ocurrió, Libertador, cambiar el nombre de Nueva Granada por el de la Gran Colombia?... Siempre con la mochila puesta para tener a mano el tabaco, la libreta de notas, el bolígrafo…Él me mira, como perdonándome la vida, de sobra sé que es un señor muy diplomático pero para sus adentros, seguro, está pensando, “otra vez la goda loca con sus vainas”.

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