domingo, 25 de enero de 2015

SOBRE LA GUERRA ECONÓMICA EN VENEZUELA


Entrevista al doctor Jesús Peña Cedillo, profesor de la Universidad Simón Bolívar de Venezuela
Realizada para El Otro País de Este Mundo


P.- ¿Algo nuevo bajo el sol?

La actual coyuntura venezolana refleja un fenómeno general propiciado desde 1998 para impedir el despliegue de la revolución bolivariana. La oligarquía venezolana (siempre subordinada y monitoreada por intereses extranjeros) quiere retomar el control directo sobre los recursos del país a como dé lugar; y para ello ha apelado a todas las opciones a su disposición, sean legales o ilegales, democráticas o antidemocráticas. En absoluto les ha importado el sufrimiento que le causen al país y a la ciudadanía. Recordemos que todavía no había triunfado Chávez en las elecciones de 1998 y ya estaba preparado el primer intento de golpe contra él. Hoy en día el acento se ha desplazado, dentro de la irracionalidad opositora, hacia la organización de una presunta ‘rebelión popular’ catalizada por el desabastecimiento de productos.

Tenemos quince años con esa lógica. En unos momentos se destaca la violencia callejera (las ‘guarimbas’), en otros el sabotaje a infraestructuras, o se trata de asesinatos selectivos de líderes populares, etc.

La guerra económica es una acción consciente del sector social más opulento dirigida expresamente a provocar daños económicos al país y propiciar el mayor desasosiego de la población, en particular tratando de alcanzar a las zonas populares para canalizar su ira en contra del gobierno. El fin último de todo ello es que la oligarquía vuelva a apropiarse, tal como lo hicieron durante todo el siglo XX, de la renta generada por el petróleo.

En ese marco sobresale desde hace ya año y medio la utilización indiscriminada de mecanismos profundamente distorsionadores de la economía para provocar tanto destrucción de riqueza como irritación popular, con el fin último de propiciar un levantamiento (apelando particularmente a la promoción artificial de saqueos) o una salida militar.

Es claro que nada de lo comentado es inédito en Latinoamérica, no en balde todos los analistas serios rápidamente hacen la conexión de lo que está sucediendo actualmente en Venezuela con los procedimientos aplicados a la Unidad Popular en Chile, cuando les fueron negados a sus ciudadanos los productos de consumo, incluso de una manera mucho más descarada que lo que se ve en Venezuela. Recordemos la conversación de Nixon y Kissinger donde alegremente plantean su propósito de hacer crujir la economía chilena como mecanismo para salir de Allende.

Pero no hace falta remontarse a 1973 o a Chile para conseguir antecedentes de este tipo de batalla. En el período diciembre 2002 – febrero 2003, la patronal venezolana cerró todos los negocios del país (en concordancia con un sabotaje petrolero paralelo). La falta de productos de toda naturaleza (incluyendo la gasolina) provocó inmensas colas en todo el país, en un volumen incomparablemente superior a las actuales. Y tampoco en esa oportunidad lograron el levantamiento popular que procuraban.

Lo de hoy día es similar, pero los empresarios han perfeccionado su táctica dejando las puertas de los negocios abiertas, haciéndose los que no tienen nada que ver con los problemas de abastecimiento y especulación. Eso ha hecho más complicado desarrollar las estrategias defensivas que corresponden, pero igualmente ha dejado en la acción opositora fisuras que han permitido con medidas extraordinarias paliar el desabastecimiento, particularmente en los sectores populares. Como resultado, el sabotaje económico actual a quien más está castigando es a la clase media, el principal abrevadero de votos de la oposición derechista. Es sorprendente como ese sector político es un experto en golpear su propia base electoral, ya que con las guarimbas les pasó exactamente lo mismo. Es claro que una de las aristas de respuesta del gobierno debería ser dejar al descubierto cuál es el responsable fundamental del desabastecimiento: el sector privado de la economía. La red bolivariana creada por la revolución sigue estando abastecida. De explotarse adecuadamente esta circunstancia, no sería de extrañar que -como cuando las guarimbas- sean las mismas capas medias opositoras las que terminen exigiéndoles que cese el sabotaje.

Pero insisto, no se trata de la única carta que tienen en juego. La violencia, los asesinatos selectivos, la penetración paramilitar, los susurros a los militares, el sabotaje a infraestructuras, etc., siguen plenamente activados y produciendo daños graves. Que el Estado haya estado actuando por más de una década enfrentando y minimizando esos ataques, no puede cegarnos acerca de su existencia.


P.- ¿Qué caracteriza concretamente la ‘guerra económica’?

R.- La guerra económica es una dinámica de sabotaje del circuito económico venezolano a través de varios mecanismos simultáneos: el desabastecimiento provocado, la especulación descarada con los precios y el contrabando de extracción. En un principio la carencia de productos parecía solo mostrar los problemas de producción que Venezuela no ha logrado resolver o por la presunta ausencia de dólares para la importación, pero ya ha quedado en claro que el foco del problema está en los mecanismos de distribución de los alimentos y bienes de consumo masivo. Baste señalar que en los primeros quince días de este año, los venezolanos compraron en los establecimientos lo que usualmente se consume en tres meses (arreciendo el fenómeno del acaparamiento doméstico, con muchísimos hogares de clase media que tienen en sus alacenas productos para todo un año). Tal comportamiento se ha propiciado por el ocultamiento de los productos, por su distribución irregular  y espasmódica y por la arbitraria subida de los precios; junto con el desvío de ingentes cantidades hacia Colombia, país vecino en el que obtienen pingües ganancias debido a que los precios en Venezuela –aun en el contexto inflacionario en el que estamos- son extremadamente bajos.

Esta situación hace obligatorio recordar que todavía en Venezuela es plenamente dominante el sistema económico capitalista. Se han estado construyendo espacios donde otras reglas sean predominantes, pero la burguesía rentista-importadora, imbricada en monopolios nacionales e internacionales, todavía controla cerca del 90% del sistema de distribución de bienes y servicios. Nada de lo que está sucediendo se explica sin su participación consciente en los acontecimientos.

No puede dejar de comentarse que la oposición nacional e internacional contra la revolución bolivariana se aprovecha permanentemente de los agujeros que la revolución ha sido incapaz de tapar o que por su lentitud o ineptitud ha dejado abiertos. Y he allí otra de las respuestas ineludibles: avanzar en el control estatal y social de esos mecanismos económicos que hoy la oligarquía pretende hacer colapsar. Como decía Chávez, a cada agresión hay que responder profundizando la revolución. Por lo demás, se tienen a la mano medidas perfectamente realizables dentro de la legalidad, porque esos monopolios están cometiendo delitos gravísimos ya tipificados en la ley.

A mi juicio, ha sido un error el insistente coqueteo (ya desde los tiempos del Comandante Chávez) con cierta estrategia de administración del capitalismo para hacerlo más benevolente. Circunstancias como la presente demuestran que no se puede pretender ni planificar el capitalismo, ni confiar en sus agentes económicos y políticos. Para avanzar debemos –aunque sea paulatinamente, pero de manera quirúrgica y contundente– ir acabando con el poder económico de la oligarquía.


P.- ¿Hay posibilidad de rebelión popular o militar anti-bolivariana?

R.- Es lo que se ha procurado con esta guerra, hasta ahora sin ningún éxito.

Aquí cabe destacar que en esta confrontación permanente, los opositores se han propuesto objetivos sicológicos importantes; pero el grado de resistencia que el pueblo llano venezolano ya demostró en el paro-sabotaje del 2002, ha seguido manifestándose. Por supuesto, para evaluar el porvenir hay que considerar las diferencias con aquella situación, la principal de ellas es la desaparición física de Chávez y, con ello, su capacidad de incidir rápida y profundamente en factores claves de la lucha (en el campo mediático y militar, por ejemplo).

En todo caso, el componente de levantamiento social ante el desabastecimiento, sustancial dentro de la estrategia opositora, hasta ahora no les ha dado fruto. Y la otra variante, la salida militar, si bien siguen jugándola, tiene muchas limitaciones. No es la menor de ellas la composición actual del cuerpo militar luego de todos estos años; y en segundo lugar, también ellos saben y valoran que existe una muy alta probabilidad de que buena parte de la Fuerza Armada Bolivariana presentará resistencia armada activa antes de dejar inerme a la población frente a cualquier golpista.

Con todo, tienen abierta la posibilidad de capitalizar un incremento del abstencionismo chavista en las próximas elecciones parlamentarias, lo cual podría tener consecuencias negativas en la estabilidad política mucho más importantes que las actuales.


P.- ¿El modelo socialista bolivariano fracasó?

R.- Parte fundamental del discurso opositor es presentar las carencias económicas que vivimos como un fracaso del socialismo bolivariano. Con ese propósito, más que apelar a cualquier convencimiento racional, están apuntando a los sentimientos más primarios derivados de la rabia o la necesidad urgente de algún producto.

Cualquier análisis, por más somero que se haga, derrumba sus argumentos. Principalmente porque los logros de lo que podríamos llamar los ‘componentes socialistas’ de la sociedad venezolana son indudables. Para mejor ilustrar el punto a los lectores, comparemos en términos sustantivos la situación venezolana actual con la española (solo a manera de ejemplo y a sabiendas de que España es un país más opulento que el nuestro). Pues bien, aun así, y en las condiciones de sabotaje permanente que hemos vivido en estos dieciséis años de revolución, Venezuela tiene un 5,5% de desempleo (dato de diciembre de 2014) frente a más del 23% de España; el paro juvenil en Venezuela es 11,2%, mientras en España ronda el 50%; la pobreza en Venezuela ha sido reducida del 60% al 26% (más de un cincuenta por ciento de reducción en una década) y, adicionalmente, el índice de desigualdad de Gini coloca al país como uno de los menos desiguales de la región, junto a Uruguay. En contraste, la sociedad española es hoy en día, junto a Letonia, una de las más pobres y desiguales de Europa.

Más elementos sustantivos: en España se producen alrededor de 200 desahucios al día, incluso de ancianos y familias con niños; en Venezuela en los últimos tres años se han entregado a los más pobres de los pobres 600 mil viviendas amobladas en condiciones extraordinariamente favorables de pago y, además, la ley prohíbe el desalojo y corte de servicios públicos a familias con niños. En Venezuela en una década se han incorporado al régimen de pensiones cerca de tres millones de personas, diez veces más de las encontradas al comienzo de la revolución, e incluso se ha hecho con personas que no tuviesen formalmente el derecho (en términos de cotizaciones laborales o años de trabajo), valorando tan solo su pertenencia a la tercera edad y sus condiciones de vida. Sabido es lo que sucede al respecto en España. En Venezuela los salarios todos los años suben más que la inflación, porque de lo que se trata es de favorecer el factor trabajo y su capacidad de adquisición de bienes y servicios (por cierto, capacidad de compra demostrada en la actual coyuntura, porque faltarán productos, pero no compradores con recursos para adquirirlos). De igual manera, el despido en Venezuela de ninguna manera se facilita. Muy al contrario, en España los salarios se han deprimido en términos reales con la reforma laboral de su gobierno actual, y los derechos de los trabajadores frente al capital prácticamente han desaparecido.

Son mejores incluso los datos macroeconómicos durante el proceso bolivariano (nivel de la deuda pública, inflación acumulada, crecimiento del PIB en la década, etc.) si los comparamos con las cifras de la Cuarta República. Y no hablemos de temas tan trascendentes sobre cómo y dónde se toman las decisiones cruciales para la patria y el ejercicio pleno de la independencia nacional.

En resumen, cuando se habla de ‘modelo fallido’, ¿de qué se habla? Mi opinión es que el modelo español seguro que funciona, pero lamentablemente en función de las capas más opulentas de su sociedad. El modelo bolivariano también funciona, pero - ¡qué pecado! - para las capas sociales más necesitadas.
Obsérvese que incluso con un decrecimiento del PIB en 2014 de más del 2% y con una inflación anualizada de 64%, el desempleo en Venezuela llegó en diciembre pasado a mínimos históricos (5,5%), el salario mínimo sigue siendo el mayor de Latinoamérica,  y la pobreza y la desigualdad siguen a la baja. Ese es el rumbo que se quiere torcer con las acciones opositoras.

P.- ¿Cómo sobreviven a tanta conspiración y sabotaje?

R.- Para muchos lo sorprendente es que todavía sigamos en pie.

A mi juicio, hemos ‘sobrevivido’ porque el compromiso del pueblo venezolano con una sociedad distinta indudablemente arraigó en su seno. El chavismo no es un sentimiento ni una postura política pasajera, derivada del ‘asistencialismo’ del gobierno; es una manera de convivir que quiere ser preservada. Por eso los logros alcanzados en equidad, provisión de salud, educación, trabajo, seguridad social, independencia nacional, autoestima, etc., no van a ser abandonados así por así. La mayoría del pueblo venezolano es todo lo contrario a lo que representa esa patética consigna opositora según la cual no les importaría cambiar la patria por un rollo de papel higiénico.

Pero, sin ninguna duda, los enemigos del proyecto bolivariano son (nacional e internacionalmente) muy poderosos. No se trata de sentarnos a esperar el desgaste opositor. En la coyuntura triunfaremos en tanto ganemos las batallas sicológicas y mediáticas, mostrando claramente quién es el culpable del desabastecimiento que padecemos. Igualmente se cuenta con la fuerza todavía muy grande del chavismo (que no se ha dividido) y con una Fuerza Armada Bolivariana que no entrará en aventuras represivas.

Ahora bien, eso, siendo bastante,  no es suficiente. La continuidad de la revolución bolivariana en el largo plazo solo será posible profundizando el modelo. Estancarse en lo que hemos alcanzado o, peor aún, considerar que el mecanismo para contrarrestar el sabotaje continuo es ‘administrar mejor el capitalismo’, sería un error gravísimo.

Debemos construir con más vigor, más aceleradamente, un sistema económico alejado del capitalismo rentista, parasitario e improductivo generado por el proyecto de país que construyó durante todo el siglo pasado la burguesía venezolana. En fin, solo saldremos adelante con más socialismo.

Gracias, profesor Peña


Roete Rojo. Enero 2015

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