A
JOSÉ MARTÍ
Si
pudiera, como a Simón,
colmarte
de besos
con
los que apagar la furia,
el
miedo a nosotros mismos
y
a todo lo que nos rodea;
besos
locos de pasión
para
superar la muerte
que
obstinadamente nos persigue,
Yo
te besaría, José,
José
Martí,
cabeza
triangular,
de
ángulos agudos,
cuyos
vértices son
la
patria, la soberanía
y
el pundonor.
Si
pudiera, como a Simón,
contarte
dulcemente
las
tragedias que no quieres conocer,
insomnios
milenarios,
te
las contaría al oído,
como
una madre
que
en silencios sonoros
mece
el sueño de sus hijos.
Si
pudiera, como a Simón,
salvarte
de la muerte,
lo
haría decidida,
como
una fiera;
volvería
a desnudarme para fingir
amores
desmedidos
en
edad impropia
para
tanto atropello.
Si
pudiera, como a Simón,
salvarte
de la injuria
salpicando
las paredes
con
mi letra escolástica,
Lo
haría, José, José Martí.
Si
pudiera, como a Simón,
seguirte
en todos los exilios,
incluido
el que marca
el
punto final de la existencia,
repetiría
la comedia
de
volver la mirada
para
no dañar
tu
último gesto viril,
único
entre los miles,
magnífico
entre los singulares.
Lo
haría por ti, José,
José
Martí,
pues
el sacrificio
que
te alejó de mi vientre
era
semilla mojada
que
en pueblo germinaría.
¡Si
pudiera repetirse la vida!
Guardaría
tus enseres
entre
pepas de alcanfor,
como
la Zula Pando ,
esperando
que Garibaldi llegara
un
día de tormenta,
como
todos los nuestros,
dispuesto
a escuchar mis palabras
de
madre enajenada
y
mujer viciosa,
con
la impertinencia de esa edad
que
se atreve a contestar
la
marcha de los poderosos.
Edad
y vida
que
a nosotros no perdonaron,
cegándonos
en violento esputo
de
sangre maloliente,
como
a Simón,
o
en bala anónima,
perdida
para todos
menos
para ti, José,
José
Martí,
cabeza
triangular,
de
ángulos agudos,
cuyos
vértices son
la
patria, la soberanía
y
el pundonor.
Si
pudiera con mi sable
levantar
la memoria olvidadiza,
el
adobe que cimenta,
la
opresión de los pueblos
liberados
por Simón,
rompería
las estatuas
que
con cinismo le adulan
tras
celebrar su muerte,
para
gritar, ordinaria y soez
como
yo sola supe serlo,
que
por encima de vendepatrias
y
cachivaches,
tú,
José,
José
Martí,
sigues
vivo sin estatuas
en
el corazón de tu pueblo.
Si
pudiera, José,
José
Martí,
acrecentar
con mis besos
tu
grandeza,
lo
haría sin reproches,
volcán
imprevisible,
ácido
corrosivo
de
celos que se muerden,
tragan y digieren
frente
a ella,
la
otra,
mala
mujer
que
a todos enredó.
Hembra
insaciable,
¡América
Latina!,
Que
me robó a Bolívar
sin que yo,
Manuela,
¡Sol
del Perú!,
me
atreviera ni siquiera
a
susurrarle.
Roete
Rojo
En
la ciudad del desamparo, 1995,
centenario de la muerte de José Martí.
Nota.- Como pueden comprobar las
lectoras y los lectores, no pude sustraerme a la presencia de Simón Bolívar. El
amor es así.
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